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La Maomanía

En su Guía de viaje a China, la editorial Lonely Planet añadió una entrada muy atinada acerca de la maomanía, en la que los autores se preguntan por qué pervive todavía este culto a Mao.

Puesto que en China no se ha dado nunca un reconocimiento público de los crímenes cometidos por los dirigentes comunistas, al estilo de lo que se produjo en la Unión Soviética cuando Jruschov denunció los crímenes de Stalin, es hasta cierto punto lógico que perviva el culto a Mao.

Sin embargo el hecho de ver los pósters de Mao y del realismo socialista, o su famoso Libro Rojo, en los puestos baratos de las calles parece indicar que muchos antiguos fervientes partidarios del Gran Timonel ya no sienten el ardor de antaño y han comenzado a revender sus recuerdos. Pero esto es difícil saberlo, porque ni yo hablo suficiente chino como para saber qué piensan los chinos ni, aunque lo supiera, sería fácil conocer su opinión.

Ahora las ideas de Mao ya no se siguen, excepto en lo que se refiere a mantener la dictadura del Partido Comunista, y es posible que los actuales dirigentes permitan ciertas criticas, pero sin ir demasiado lejos, puesto que en el fondo ellos, casi todos ellos, estaban allí con Mao cuando todo eso pasaba y les sería difícil esconder su propia responsabilidad. Una situación ciertamente delicada que les obliga a mantener el culto a un dirigente al que muchos de sus antiguos compañeros detestan. Pero es que ese culto es casi lo único que da unidad a un comunismo chino sin identidad.

Lo que no es tan comprensible, como dice la guía de China, es que personas de países en los que la información fluye compartan esa maomania y se compren retratos, bustos, postres y todo tipo de recuerdos de un hombre que ha sido uno de los mayores asesinos del siglo XX, en dura pugna con HitlerStalin y Pol Pot.

Los pósters de Mao y sus doctrinas, con guardias rojos blandiendo el Libro Rojo en plazas llenas de banderas rojas, de campesinos decididos que aplastan a las hienas capitalistas y revisionistas, o simplemente de escenas más o menos bucólicas, son en ocasiones muy hermosos, pero es muy difícil abstraerse de lo que significan y olvidar quien fue Mao.

También puede haber cosas bonitas nazis, pero también me resultaría muy difícil comprarlas para lucirlas en mi salón o regalárselas a los amigos: por ejemplo, una cariñosa foto de Hitler con sus perros o dando un beso a Eva Braun.

El culto occidental a Mao muestra claramente la inconsciencia de la izquierda revolucionaria que ha sido capaz de considerar como una especie de ídolo y tipo simpático a alguien que asesinó, según los cálculos más modestos, a 13 millones de personas. Muestra también la indiferencia de muchas personas hacia esos muertos, que no parecen preocupar a casi nadie.

Alguien dirá: “No hay que exagerar, sólo son imágenes”.

Es posible, pero ¿entonces porque tenemos prohibidas las imágenes nazis y el culto a Hitler y no las de Stalin y Mao? Disfrutemos entonces con todas ellas.

Por otra parte, considerar a Mao un icono pop al estilo de Andy Warhol creo que contribuye a que esos crímenes no sean realmente reconocidos, como sí lo son, y con muy buen criterio, los crímenes nazis. Se dice que tras el nazismo se dijo: “Nunca más algo así”, pero poco después se produjo en China “algo así”, algo que todavía mucha gente ni siquiera reconoce, porque ni siquiera lo conoce, lo que dice muy poco acerca de la afición de las personas por enterarse de la verdad.

Incluso gente que conoce y reconoce esos crímenes, como Tom Wolfe, que es más bien de derechas, tiene en su casa un busto de Mao. ¿Es imaginable que alguien del PSOE o Izquierda Unida o incluso de un partido de derechas  tuviera un busto de Hitler?

En Madrid existe un restaurante en el que se mezclan imágenes de Mao con el hip hop, pero a cualquiera le parecería una barbaridad ver un restaurante en el que se mezclase a Hitler con la capoeira. Sin embargo, todos aceptamos el culto a Mao como si nada y el mundo sigue girando.

En la imagen: bolsos maoístas en Pekín, ahora también de moda en Occidente (hace poco, vi a una amiga con uno de ellos y no tuve siquiera valor para decirle nada, porque supuse que si se lo había comprado era porque le parecía que llevaba un bolso con un tipo simpático, lo que muestra la desinformación que existe acerca de China y otros países comunistas (o una complicidad ideológica que sería mucho más triste).

Imagen superior: Imagen superior: Clemson, Flickr, CC.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.

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