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El día en que Mao decretó el exterminio de los gorriones

Al repasar la biografía de Mao, se queda uno estupefacto ante la magnitud de sus crímenes. Sin duda, el régimen maoísta es culpable de escribir páginas sangrientas con la disculpa de implementar un paraíso en la tierra. Uno de esos episodios, menos divulgado que las purgas, las torturas o los campos de internamiento que padecieron miles de compatriotas, tiene que ver con el odio de Mao hacia un ave, el gorrión, contra la que declaró una guerra cuyas consecuencias aún pesan en la actualidad.

Todo comenzó en 1958, cuando el Partido Comunista puso en marcha la campaña de cambios socioeconómicos que ha pasado a la historia con el nombre de Gran Salto Adelante. Sometida a un proceso de colectivización forzosa, la población rural se vio obligada a trabajar en comunas. Como tenían que entregar a las autoridades una cantidad de alimentos desmedida, los habitantes de esas explotaciones fueron quedándose sin medios de subsistencia.

Los historiadores dudan sobre la cifra de chinos que murieron de hambre por culpa de esta política represiva y brutal. Los más prudentes hablan de 18.000.000 de muertos, pero hay investigadores como Yang Jisheng que justifican una cantidad próxima a los 36 millones de víctimas mortales (1).

En su alocado afán de aumentar la productividad de sus agricultores, los jerarcas comunistas emprendieron, por orden directa de Mao, una campaña nacional. La iniciaron el 13 de diciembre de 1958 con el fin de acabar para siempre con los que eran considerados los cuatro mayores enemigos del campesinado: los mosquitos y las moscas, transmisores de epidemias, y los roedores y gorriones, que hurtaban al pueblo su comida.

Es evidente que el dictador, lleno de soberbia, se guiaba por impulsos y no por referencias científicas. Así, en su ignorancia, pensó que el gorrión se alimenta exclusivamente de semillas. Ningún zoólogo se atrevió a contrariar aquel planteamiento. Al contrario, en su lugar, entraron en escena los comisarios del partido, obcecados con la idea de que la desaparición de estos pájaros se justificaba con una sencilla regla: la muerte de un millón de gorriones permitiría a 60.000 personas alimentarse con el grano que, de seguir con vida, comerían los pájaros.

En una sociedad dominada por el pensamiento colectivo y por el terror a las autoridades, cualquier proyecto del líder era interpretado como una orden tajante. De la noche a la mañana, ese inocente animal que nosotros conocemos como gorrión molinero (Passer montanus) se convirtió en una alimaña, o en algo peor que eso: en un enemigo del Estado.

La masacre fue sistemática y toda la población se involucró en ella, unas veces con servilismo y muchas otras con entusiasmo. En un plazo relativamente breve de tiempo, millones de aves habían desaparecido. No es difícil imaginar que, en ese proceso de exterminio, perecieron miles de ejemplares de otras especies, poco importa si eran granívoras o insectívoras.

En China se popularizó la imagen de lugareños golpeando tambores, agitando banderas rojas y asustando a las bandadas destinadas a morir. Un solo distrito, Xincheng, produjo más de 80.000 espantapájaros. Hubo poblaciones en las que la mitad de los trabajadores fue destinada a matar pájaros de todas las formas posibles: con trampas, cebos envenenados y armas de fuego.

Un año después, el gorrión estaba a punto de extinguirse en el país. Sin embargo, esa matanza no tuvo un efecto positivo sobre las cosechas. De hecho, sucedió todo lo contrario.

Como ya vimos, Mao lo ignoraba casi todo sobre la ornitología, incluido este detalle esencial: el segundo plato predilecto de los gorriones son los insectos.

Libres de su depredador natural, con el cielo vacío de aves insectívoras, las plagas de escarabajos, saltamontes, langostas y gorgojos se agravaron de forma instantánea. Ni que decir tiene que aquel desastre originó aún más muertes entre la desgraciada población campesina, sometida a una hambruna terrible que habría podido evitarse con un mínimo de sensatez o de compasión (2).

Un tímido consejo de la Academia China de Ciencias hizo recapacitar al dictador, quien decidió detener la matanza de pájaros cuando las cosas empezaban a ir tan mal que nadie se molestaba en disimularlo. Por desgracia, la desaparición de las aves insectívoras provocó un mortífero efecto dominó.

Aunque no fue la única, la plaga de langosta fue la peor de todas las maldiciones que cayeron sobre las huertas. Como es fácil de entender, la langosta se apropió de un espacio en el que no volaba ya ni un solo enemigo natural.

En un momento de lucidez ante aquel fracaso abominable, Mao pidió que se importaran aves desde la Unión Soviética, pero aquel remedio era demasiado lento, así que ordenó el empleo masivo e indiscriminado de pesticidas.

Cuando llegó el año 1962, el campo chino parecía recién salido de una catástrofe nuclear. Deforestado por las plagas de insectos y cubierto de todo tipo de venenos, se volvió improductivo y con ello fue agravándose la hambruna, con las trágicas consecuencias que ya hemos citado.

La requisa alimentaria, la pésima gestión de las comunas y, en particular, la masacre de los animales que eran aliados de los agricultores son, en conjunto, los tres factores que llevaron a la muerte por inanición a millones de chinos.

Mao, el mesías de la revolución cultural, no solo fue el culpable de aquella hambruna. Como demuestra su guerra contra las aves, también es el responsable de que la naturaleza china aún sufra los efectos de su feroz mandato. El suyo fue un régimen que, como recuerda Tim Flannery, «en virtud del aforismo ren ding sheng tian (‘el hombre debe derrotar a la naturaleza’), en el plazo de pocas décadas convirtió a China en un caso medioambiental sin remedio» (3).

El dictador ordenó talas masivas, que originaron un proceso constante de erosión y corrimiento de tierras, y puso en su punto de mira a diversas criaturas que, en realidad, mantenían el equilibrio del ecosistema agrario. Su legado en este aspecto, sumado al terror que generó entre la población, es ciertamente el de un lunático.

Como escribe el historiador Felipe Fernández-Armesto, la China de aquel periodo «era una tierra de caprichosas campañas masivas de destrucción, lanzadas de tanto en tanto, con aparente indiferencia, contra perros y gorriones, ‘derechistas’ e ‘izquierdistas’, ‘desviacionistas burgueses’ y ‘enemigos de clase’ e incluso, en un momento dado, contra la hierba y las flores. La tasa de delincuencia oficial era baja, pero el país se parecía a la sociedad de pesadilla de Oscar Wilde, donde la violencia contra la gente se debía más a los castigos habituales que a los delitos o crímenes ocasionales» (4).

(1) Yang Jisheng, Tombstone: The Untold Story of Mao’s Great Famine, Allen Lane, 2012.

(2) Frank Dikötter, Mao’s Great Famine: The History of China’s Most Devastating Catastrophe, 1958–62, Bloomsbury, 2011.

(3) Tim Flannery, Aquí en la Tierra. Argumentos para la esperanza, Taurus, 2011.

(4) Felipe Fernández–Armesto, Millenium, Planeta, 1995.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.