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Los navajos vencen a los japoneses

Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos decidió inventar un código que no pudieran descifrar los japoneses. Para ello, además de emplear las mejores técnicas de criptografía, capaces de transformar las palabras originales en términos ininteligibles, se pensó en una manera de dificultar todavía más las cosas.

¿Qué sucedería si, además de cifrar un lenguaje, el lenguaje elegido para convertir en extrañas cadenas de signos no fuera conocido? De ese modo, incluso una vez descifradas las palabras, solo se podrían leer y transcribir pero no entender. Es decir, en vez de en inglés, había que elegir un idioma que casi nadie conociera (y en especial los japoneses).

La dificultad consistía en encontrar un idioma del que se supiera con certeza que no podía ser conocido por los japoneses. Tras muchas deliberaciones, se eligió el idioma navajo, un idioma que resultaba ya de por si muy difícil y muy diferente al inglés.

Imagen superior: en «Windtalkers» (2002), de John Woo, se cuenta algo de la historia de los operadores navajos.

El nuevo problema ahora era que para que un mensaje codificado a partir del navajo pudiera ser entendido por los propios americanos, era preciso contar con personas que supieran navajo, algo que solo estaba al alcance de los miembros de esta tribu de indígenas norteamericanos.

En consecuencia, se creó un cuerpo especial integrado por cuatrocientos veinte miembros de esta tribu, capaces de enviar y recibir los mensajes en cada batallón.

En realidad, el método ya había sido empleado durante la Primera Guerra Mundial con operadores de código (codetalkers) comanches, choctaw y cherokees, entre otros. En la Segunda Guerra Mundial incluso se usaron personas de origen vasco en algunas operaciones.

¿Por qué el navajo?

Los alemanes conocían los éxitos obtenidos durante la Primera Guerra Mundial gracias a los operadores de claves pertenecientes a diversas tribus de los Estados Unidos, así que Hitler envío a expertos para que aprendieran todas las lenguas indígenas.

La razón de que se eligiera el navajo fue que era la única lengua acerca de la que se tenía plena seguridad de que no había sido estudiada por ningún experto alemán. Además, resultaba  especialmente difícil para cualquier persona que no la conociera, como se explicaba en el informe oficial realizado en 1942:

«Algunos alemanes, que investigaron los dialectos indios como estudiantes en arte, en antropología, etc, adquirieron un buen conocimiento de todos los dialectos tribales, excepto el navajo. Por esta razón, esta tribu es la única en ofrecer una total seguridad para el tipo de operación considerada. Se debe también tener en cuenta que el dialecto navajo es incomprensible para todas las demás tribus y todo los demás pueblos, con la excepción probable de veintiocho americanos que estudiaron este dialecto. Equivale pues a un código secreto frente al enemigo, y se adapta perfectamente a una comunicación rápida y segura».

El idioma navajo pertenece a la familia de las lenguas Na-Dene, sin vínculo alguno con lenguas europeas o asiáticas. Tiene particularidades tan curiosas como que la terminación de un verbo depende de la categoría a la que pertenece su complemento, de su longitud, de si es flexible o no, de si es granuloso… Los japoneses no lograron descifrar los códigos en navajo, por lo que se considera uno de los pocos códigos en la historia de la humanidad que nunca ha sido descifrado.

Para dificultar aún más las cosas, se creó un alfabeto a partir de palabras en inglés que luego eran convertidas en palabras del idioma navajo y que no tenían ninguna relación entre sí. Además, se crearon palabras que se referían a un concepto o cosa de una manera bastante libre o metafórica, como “Tiburón” (pero en navajo) para referirse a un destructor, o empleando diversos portmanteau, términos que combinan de cualquier manera imaginable la escritura, los sonidos o las imágenes mentales, para construir nuevos significados, desde el célebre “caballo de acero” para referirse al tren (se supone que esa palabra no la emplearon) a otros que acabaron incorporándose al lenguaje militar de Estados unidos, como “gofasters” (“van-rápido” para zapatillas de carreras, pero, de nuevo, dicho en navajo, claro).

En 1968 el código navajo se hizo público.

[Esta entrada está escrita a partir de capítulos escritos para No tan elemental: Cómo ser Sherlock Holmes, que al final no incluí en el libro]

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.