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La leyenda negra, abreviada

Sólo entre Alemania y la Confederación Helvética suman el 50% de las víctimas ejecutadas por sus supuestas prácticas brujeriles: más de 40.000 ejecuciones, mayoritariamente mujeres.

En el mismo período de tiempo (1450-1750), Italia, España y Portugal (incluyendo los territorios ultramarinos de las dos últimas que suponía, de facto, medio mundo conocido), suman 500 ejecuciones.

Eso sí, la historiografía cuenta que los cabezas negras del Sur fuimos los peores entre los malos malísimos…

Tales tierras, tales nabos…

La leyenda negra existe. La leyenda negra es real, no una paranoia que afecte a los españoles. La leyenda negra es la consecuencia inevitable de una realidad palmaria: España es diferente. Y no me refiero al famoso eslogan publicitario del ministro franquista que fue Manuel Fraga.

España es diferente y esa diferencia radica en que España tuvo el mayor imperio que el mundo occidental ha conocido jamás. Un imperio que, bajo el cetro de los Austrias, se extendía de Madrid a Potosí, de Nápoles a Amberes, pasando por las distantes Filipinas. Un imperio donde no se ponía el sol. Un imperio que provocó, como no podía ser de otra forma, la Imperiofobia que da título al concienzudo ensayo escrito por Elvira Roca Barea, mujer que inventa palabras, que conoce el poder del lenguaje, que sabe la manipulación que se esconde tras cada término, tras cada definición.

Como decía Luis Goytisolo («El Califato y la Inquisición», El País, 03.04.2015) seguimos siendo presa de la leyenda negra, obsesionados con la imagen que los enemigos del mayor imperio del mundo conocido, el Hispánico, crearon y alimentaron durante siglos. De ahí que nada de lo nuestro nos parezca relevante.

Escribe Goytisolo: «La idea de que la Inquisición y sus hogueras eran una característica poco menos que exclusiva de España [corresponde] a una creencia ampliamente extendida por el mundo entero. Y lo que es peor: al hablar del mundo entero hay que incluir a España, es decir, a los españoles, que en su gran mayoría dan por buena dicha exclusividad. Sí, la dan por buena pese a los esfuerzos de numerosos historiadores tanto nacionales como extranjeros —especialmente, ingleses y franceses— que, desde diversos puntos de vista, se han esforzado en disipar el equívoco (…) Si Obama, hubiera leído, por ejemplo, Opus Nigrum, posiblemente la mejor novela de Marguerite Yourcenar, se hubiera hecho una idea de lo que era moneda corriente en las ciudades alemanas con una población enfrentada por motivos religiosos. O en la Francia de la Ilustración, donde se podía acabar en la hoguera rodeado de público y de balcones atestados, por el mero hecho de ser sorprendido llevando un libro prohibido. Algo que sabían de sobra un Voltaire —por lo que evitaba vivir en Francia— o un Rousseau, consciente éste, por otra parte, de que su Ginebra natal no era un lugar mucho más seguro. Allí precisamente ardió Miguel Servet, en Ginebra y no en España, su país de origen. Como Savonarola o Giordano Bruno en Italia; algo que le podría haber sucedido también a Dante de no haber puesto tierra de por medio respecto a su Florencia natal. No, las hogueras no fueron precisamente una peculiaridad española».

«Ahora bien ‒añade Goytisolo‒: lo peor de las leyendas negras no es que se conviertan en poco menos que en artículo de fe ampliamente extendido, sino que sus víctimas, es decir, el pueblo directamente afectado, terminen interiorizándola, dándola por buena, lo que les sitúa en un plano inferior al de la realidad circundante».

Creo que sería más constructivo hacer pedagogía, quitarnos prejuicios de encima y empezar, de una vez por todas, a escribir la verdadera historia de nuestra nación.

Gritar, a los cuatro vientos, que fuimos el primer imperio global, ahora que tan de moda está el concepto. Mostrar, con orgullo, los objetos que acreditan a Madrid como la primera capital del mundo, el centro desde donde se tomaban decisiones y se promulgaban leyes que se iban a cumplir en Bruselas, Manila, Lima o Ciudad de México.

Nos falta hacer una narrativa acorde a la grandeza de nuestra Historia. Lejos de complejos pues ¿acaso tienen alguno los ingleses cuando se muestran orgullosos de su British Museum? ¿Acaso hablan de expolio? La Historia es la que es y no los cuentecitos color de rosa que pretenden los buenistas bienpensantes. Y esa Historia necesita ser contada.

Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.

Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).