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«Imperiofobia y Leyenda Negra», de María Elvira Roca Barea

“Dos generaciones de españoles, al menos, van a trabajar más y a ganar menos que otros europeos para pagar un sobrecoste de financiación cuyas causas carecen de explicación racional, fuera de los prejuicios protestantes y de la propaganda financiera bien urdida a partir del anticatolicismo y la hispanofobia. Y puesto que nuestros hijos y nietos van a cargar con estos sobrecostes de manera casi irremediable, estaría bien que les contáramos el porqué. Sin negar nunca la amarga verdad: que la culpa mayor la tenemos nosotros, porque no fuimos capaces de defender nuestros intereses y los suyos. Para eso, para ayudar a poner en claro no el pasado, sino el futuro, se ha escrito este libro.”

Con estas palabras termina uno de los libros más atrevidos y sorprendentes de los últimos tiempos.  Un libro que, en el momento en que escribo estas palabras, ya va por la octava edición. Toda una sorpresa para su autora, María Elvira Roca Barea, tal y como manifiesta a quien quiera oírla. Porque esta malagueña de El Borgue, profesora de secundaria, no es mujer que guste de vanas presunciones.

En la escueta nota autobiográfica que acompaña al texto, se nos dice que fue profesora en Harvard y trabajó para el CSIC español. Y poco más. Hay que sumergirse en búsquedas internáuticas para saber que es doctora en Filología; para intuir que su estancia americana tiene, quizás, mucho de proyecto postdoctoral; para saberla artesana de archivo, querencia cada vez más en desuso, como señala en una de las escasas referencias anteriores a su actual boom mediático: “La Filología tiene mucho de labor de artesanía. Bueno, lo era hasta que la posmodernidad nos convenció de que debíamos tener una teoría filosófico-fantástica (a BarthesDerrida y otros de la misma cuerda me remito), y nos perdimos de nihilismo en nihilismo, olvidándonos de la artesanía pegada a la realidad y al archivo. Queda mucho trabajo por hacer y, sin embargo, desafío a cualquiera a que se acabe un libro de alguno de los gurús de la Filología posmoderna y que, al cerrarlo, me diga de qué va sin tener que hacerse un nudo en las neuronas. Hay bibliotecas de la Edad Media en las que hay todavía mucho trabajo por hacer.” (1).

Me gusta mucho la Roca. Porque responde a todas las preguntas. Porque dice lo que piensa sin temor a estar en contra de las élites intelectuales. Porque ella no hace polémica, sino Historia, basándose en documentación real, mal que le pese a los posmodernos del asunto: “No quiero situar esto en el terreno de la polémica, sino en el de la Historia. Etiquetar un libro como polémico indica que parece que lo que se dice está sujeto a discusión. Si tienes una tesis has de demostrarla, y como soy consciente de que en cada capítulo se dicen cosas que son contrarias al sentir y pensar común de la gente, e incluso contrarías a los libros de texto, me he preocupado por el aparataje documental para ir más allá del mero ensayo y demostrar lo que digo.” (2).

Oí a la Roca antes de leerla y no hizo falta que me convenciera: yo ya venía convencida de casa. Llevo dos décadas y media trabajando, consciente e inconscientemente, en la llamada “polémica de la ciencia española”, esa prima hermana de la “leyenda negra” que, junto al “ser de España” y las “dos Españas”, constituyen una amalgama de debates violentos y fratricidas muy del gusto de tradicionalistas versus renovadores. Polémicas que, en realidad, no tienen razón de ser, porque no hay polémica que valga: la leyenda negra existió (y existe) y no es fruto de ningún problema psicológico que haya afectado a generaciones y generaciones de españoles.

La leyenda negra es la consecuencia inevitable de una realidad palmaria: España es diferente. Y no me refiero al famoso eslogan publicitario del ministro franquista que fue Manuel Fraga. España es diferente y esa diferencia radica en que España tuvo el mayor imperio que el mundo occidental ha conocido jamás. Un imperio que, bajo el cetro de los Austrias, se extendía de Madrid a Potosí, de Nápoles a Amberes, pasando por las distantes Filipinas. Un imperio donde no se ponía el Sol. Un imperio que provocó, como no podía ser de otra forma, la Imperiofobia que da título al concienzudo ensayo escrito por Elvira, mujer que inventa palabras, que conoce el poder del lenguaje, que sabe la manipulación que se esconde tras cada término, tras cada definición: “Ver la evolución de las palabras, estudiar cómo se generan o se pierden sentidos, observar los cambios es un aprendizaje siempre interesante porque el lenguaje es una institución social que se genera en los tuétanos de los grupos humanos y muestra, con independencia de la voluntad, qué hay en su interior.” (3)

Imperiofobia: manifestación de unos complejos de inferioridad no asumidos. Habla, Elvira, de un “racismo hacia arriba”, concepto fastuoso en sí mismo: “la hispanofobia pertenece a una clase de racismo que, por su nacimiento vinculado a un imperio, vive bajo el camuflaje de la verdad y arropado por el prestigio de la respetabilidad intelectual (…) la imperiofobia es una clase de racismo hacia arriba, idéntico en esencia al racismo hacia abajo, pero mucho mejor disimulado, porque va acompañado de un cortejo intelectual que maquilla su verdadera naturaleza y justifica su pretensión de verdad” (4).

Elvira hace un recorrido exhaustivo por los imperios que han sido y que son, en un intento por acercar conceptos que podrían resultarnos obsoletos, ininteligibles, vistos desde la perspectiva de quinientos años. Y, quizás, pienso, sea ahí donde radica el éxito de su ensayo. Porque Elvira no está inventando nada que no se sepa, de siempre, en los círculos académicos.

La virtud de esta filóloga malagueña consiste en ir más allá del academicismo, salvando el espacio insondable que pocas veces cruza un doctor universitario, acostumbrado a hablar en su propia jerga. Decía Caro Baroja que los historiadores, como los antropólogos o los filólogos, especialistas todos ellos en “algo”, tenían la mala costumbre de contarse siempre las mismas cosas entre ellos mismos, despreciando la salida al mundo. Elvira cruza ese puente y ofrece la posibilidad, al común de los mortales, de entender circunstancias y acontecimientos, utilizando palabras sencillas para argumentos sesudos. Argumentos que, en definitiva, llevan escritos cientos de años aunque los historiadores, con esa necesidad de transformar su disciplina en una ciencia exacta, pretendan la mayor de las imparcialidades. Algo que, en definitiva, no deja de ser una entelequia, pues la Historia es una disciplina humana, los acontecimientos históricos están protagonizados por hombres (y por mujeres) y no se puede escribir Historia sin tener en cuenta los vicios y las virtudes de sus actores. De ahí que el ensayo escrito por Elvira sea algo más que un libro de Historia: es un estudio del ser humano en tanto en cuanto producto de sus frustraciones. Y frustración es lo que sienten franceses, ingleses, alemanes y holandeses ante el imperio español. Una frustración que resuelven en forma de leyenda negra. Leyenda negra que va calando, poco a poco, en el pensamiento colectivo de aquellos nortistas protestantes, que se ven inferiores frente al demonio del mediodía católico. Y, así, hasta la actualidad, porque son aquellos polvos los que han generado estos lodos.

¿Acaso pensamos que los actuales acontecimientos económicos de Portugal, Irlanda, Grecia, Italia o España resultan gratuitos? ¿Acaso no se nos ha acusado de ser sospechosos de impagos, precisamente por parte de quienes más deudas pendientes han dejado a la sociedad internacional?

La Historia está ahí, los datos son inapelables. A mí no me tiene que convencer Elvira, ya lo he dicho antes. Yo vengo convencida de casa. Yo he manejado la suficiente documentación de archivo como para saber que esto no es un discurso fascista, como muchos quieren ver: esto es realidad, pura y dura. Y quien quiera seguir engañándose, es libre de hacerlo. Pero que sepa que la Historia de los últimos quinientos años ha sido escrita siguiendo lo que me gusta definir como una “narrativa protestante”. Una narrativa que, más allá de creencias religiosas, ha señalado a un villano favorito, y ese villano siempre ha sido el mismo: España.

Referencias:

(1) Entrevista publicada en El Mundo, domingo 26 de junio de 2011.

(2) Entrevista publicada en Málaga Hoy, 7 de diciembre de 2016.

(3) p. 46.

(4) p. 31.

Sinopsis

María Elvira Roca Barea acomete con rigor en este volumen la cuestión de delimitar las ideas de imperio, leyenda negra e imperiofobia. De esta manera podemos entender qué tienen en común los imperios y las leyendas negras que irremediablemente van unidas a ellos, cómo surgen creadas por intelectuales ligados a poderes locales y cómo los mismos imperios la asumen. El orgullo, la hybris, la envidia no son ajenos a la dinámica imperial. La autora se ocupa de la imperiofobia en los casos de Roma, los Estados Unidos y Rusia para analizar con más profundidad y mejor perspectiva el Imperio español. El lector descubrirá cómo el relato actual de la historia de España y de Europa se sustenta en ideas basadas más en sentimientos nacidos de la propaganda que en hechos reales.

La primera manifestación de hispanofobia en Italia surgió vinculada al desarrollo del humanismo, lo que dio a la leyenda negra un lustre intelectual del que todavía goza. Más tarde, la hispanofobia se convirtió en el eje central del nacionalismo luterano y de otras tendencias centrífugas que se manifestaron en los Países Bajos e Inglaterra. Roca Barea investiga las causas de la perdurabilidad de la hispanofobia, que, como ha probado su uso consciente y deliberado en la crisis de deuda, sigue resultando rentable a más de un país. Es un lugar común por todos asumido que el conocimiento de la historia es la mejor manera de comprender el presente y plantearse el futuro.

Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Ediciones Siruela. Reservados todos los derechos.

Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).