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Opus Nigrum

Madrid, 21 de marzo de 1989. Esa es la fecha que reza en la primera página de mi ejemplar del Opus Nigrum, de la Yourcenar. Me lo leí con diecinueve años… Entonces, no sabía que iba a ser historiadora de la ciencia, no sabía que iba a especializarme en alquimia, no sabía nada de aquellos ParacelsosServetsCampanellas y daVincis que iban a servir de inspiración al Zenón de Marguerite.

Luego, cuando pude haberlo disfrutado, quedó asociado a un personaje de recuerdo infausto, y me negué a volver sobre sus páginas. Hoy, casi tres décadas después, he pensando… ¿y si supero el pasado? ¿Y si me doy una nueva oportunidad?

Vale. De acuerdo. Voy a (re)leerme Opus Nigrum. Va a ser toda una experiencia. En pocas palabras, debo decir que, de todos los posibles libros existentes en el mundo (y mira que hay…), Opus Nigrum es como el látigo con el que fui fustigada durante años. Opus Nigrum, el libro del que oí hablar todos los días durante doce largos años. Porque era la biblia, el ejemplo a seguir, de quién, con sus decisiones, finiquitó esa vida mía que yo considero mi paraíso.

Nunca he querido volver a ese libro. Y, sin embargo, hace un par de días, me sorprendí a mí misma recomendándolo. Ayer fui a la estantería de mis libros más antiguos, aquellos que aún gozan del privilegio de lucir verticales y no amontonados en torretas horizontales, por distintos espacios de mi casa. Tomé el volumen, como quien agarrase un objeto peligroso. Y no sentí nada especial. Bien, pensé, voy evolucionando. Lo abrí al azar. Y me gustó lo que leí. Hice una búsqueda rápida en internet. Y me enteré que la Yourcenar tardó décadas en escribirlo. Vaya, pensé. Y me sentí reconciliada conmigo misma, que llevo casi diez años con una novela en la cabeza. Una historia que se resiste a salir.

Mi ejemplar de Opus Nigrum (1968) es la edición que, en 1989, hizo Círculo de Lectores, a partir de las ediciones previas de Alfaguara (1982) y Altea (1986). Los de Círculo eligieron una imagen de portada muy significativa, muy acorde con el título de la obra, aunque no proceda de ningún tratado alquímico propiamente dicho. Se trata, como puede verse, de un hombre renacentista que porta, en ambas manos, el sol y la luna mientras apoya sus pies en dos esferas, situadas, respectivamente, sobre la tierra y el agua. Aire, agua, tierra y fuego. Los cuatro elementos. Bien podría decirse que él mismo es la representación simbólica de la quintaesencia. Y quizás sea muy apropiado considerarlo así, si tenemos en cuenta el lugar donde apareció, por vez primera, esta imagen.

Imagen que, en realidad, es un grabado en madera, realizado en las primeras décadas del siglo XVI, para la edición alemana del De remediis utriusque fortunae de Petrarca (Augsburgo, Heynrich Steyner, 1532), colección de diálogos educativos y morales para reforzar al individuo contra los golpes de la fortuna, tanto la buena como la adversa. Cada diálogo lleva su correspondiente grabado. Grabados atribuidos a Hans Weiditz, experto grabador alemán que ha pasado a la historia por la labor extraordinaria que hizo con el Herbarum vivae eicones (Strasburgo, 1530-1535), de Otto Brunfels, el padre de la botánica alemana.

El grabado utilizado como portada de mi Opus Nigrum corresponde al diálogo cuarto: «De sanitate restituta», de la salud recobrada. ¿Qué mejor manera de recobrar la salud que mediante la quintaesencia, el mítico elixir alquímico que confería la inmortalidad?

Dos aventureros se cruzan por los caminos de Flandes. Un aventurero del poder, Henri-Maximilien. Un aventurero del saber, Zenón. Apenas dos críos, en aquella Europa recién nacida al siglo XVI. Henri-Maximilien busca el honor y la gloria. Zenón, se busca a sí mismo…

«Más allá de aquel pueblo, hay otros pueblos; más allá de aquella abadía, otras abadías; más allá de esta fortaleza, otras fortalezas. Y en cada uno de esos castillos de ideas, de esas chozas de opiniones superpuestas a las chozas de madera y a los castillos de piedra, la vida aprisiona a los locos y abre un boquete para que escapen los sabios (…). Y por doquier los valles en donde se recogen las plantas medicinales, las rocas en donde se esconden los metales, que simbolizan cada momento de la Gran Obra, los grimorios depositados entre los dientes de los muertos, los dioses que ofrecen sus promesas, las multitudes en que cada hombre se cree el centro del universo. ¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?»

La Yourcenar, sabiduría sublimada…

Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.

Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).

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