En 2006, Richard Corben (1940-2020) ofreció nuevas versiones de varios de sus relatos y poemas preferidos escritos por Edgar Allan Poe en una miniserie publicada por Marvel que recibió el título de La Guarida del Horror: Edgar Allan Poe. La buena acogida de ese trabajo le animó a continuar por la misma senda pero esta vez eligiendo a otro gran maestro del terror, el norteamericano Howard Phillips Lovecraft.
Este autor no obtuvo prácticamente ninguna repercusión en vida (murió a la temprana edad de 46 años), pero el grueso de su obra, escrita en los años treinta y agrupada posteriormente bajo el término genérico de Mitos de Cthulhu, sirvió para crear lo que hoy se conoce como “horror cósmico”, propiciando una surtida escuela de seguidores e imitadores y fascinando a generaciones enteras de amantes del terror.
Lovecraft y los cómics están muy relacionados. Sin contar con las muchas adaptaciones más o menos logradas de sus cuentos, multitud de cómics de terror (desde el americano Hellboy hasta el japonés Uzumaki) son deudores de su obra, e incluso los universos DC y Marvel han bebido de su horror cósmico, mezclándolo a menudo con dosis de gore y músculos superheróicos.
A pesar de ello, el de Lovecraft no es un material fácil de adaptar. Su prosa es bastante etérea e indirecta, y su objetivo era transmitir sensaciones y crear atmósferas, más que detallar de forma minuciosa el aspecto y naturaleza de las monstruosas criaturas alrededor de las cuales construyó su particular universo. Dado que sus descripciones de aquéllos seres son bastante vagas, los artistas han tenido que extraer de sus propias imaginaciones la representación visual de esos seres, con resultados bastante irregulares, entre otras cosas porque en el terror, especialmente el de Lovecraft, funciona mejor la sugerencia que la exhibición.
Corben fue un autor muy familiarizado con el terror, y a lo largo de su carrera tocó el género en multitud de historietas. Para esta ocasión, Corben decidió adaptar narraciones de Lovecraft poco visitadas en el mundo de las viñetas, o bien fragmentos de poemas que le resultaron especialmente evocadores, e inspirarse en ellos para inventar una historia original que bien podría haber salido de la imaginación del escritor.
“Dagon” o “La música de Erich Zann”, por ejemplo, son adaptaciones relativamente fáciles, puesto que se basan en relatos cortos y lineales. Corben añade muy poco diálogo y concentra la prosa que complementa las imágenes en cuadros de texto.
En cambio, otros capítulos, como “La cicatríz”, “La lámpara” o “El canal” son inspiraciones tomadas de un puñado de versos, lo que otorga a Corben mayor libertad, sobre todo a la hora de añadir diálogos. Todos ellos disfrutan de una potente narrativa y finales “sorpresa” que, aunque no resulten demasiado originales, sí puede afirmarse que permanecen fieles al material original.
Cada historieta viene acompañada del texto original de Lovecraft, bien sea un relato o un poema, una adición que considero innecesaria: quien compre este cómic es porque está interesado en las viñetas, y quien quiera leer prosa, se puede hacer fácilmente con la obra del autor, por lo que resulta redundante leer la misma historia, aunque sea en dos formatos.
Se diría que esto fue una forma de completar el número de páginas de cada número, evitando incluir una historia adicional y así pagar a Corben por ello. No obstante, esta duplicidad sí puede resultar interesante para el lector que desee echar un vistazo a los intríngulis del proceso creativo, ya que permite estudiar cómo el autor ha trasladado al lenguaje de las viñetas el pasaje literario, y qué decisiones creativas ha tomado para ello.
De esta forma, vemos que en algunos casos Corben difumina la línea que separa la adaptación de la interpretación, introduciendo personajes y temas ajenos al Lovecraft más puro: por ejemplo, destellos de espada y brujería en “Un recuerdo”; la fantasía infantil de tonos más clásicos en “La cicatríz”–esos árboles con rostros torturados–; a veces desplaza el foco de la recreación de atmósferas y lugares habitual en Lovecraft a tramas con mayor presencia de la acción; o inserta el tipo de mensaje moralizante que podría esperarse de los títulos de terror de los cincuenta publicados por EC Comics, o de los setenta editados por Warren (en todos los cuales, por cierto, se inspira esta miniserie).
Aun así, en mi opinión, el espíritu del escritor nunca llega a desaparecer del todo y resulta fácil relacionar esas historias con su particular imaginería. Es más, esas desviaciones también demuestran que el universo terrorífico imaginado por Lovecraft es tan rico, intenso y versátil que puede aplicarse a multitud de situaciones y argumentos sin desnaturalizarse en el proceso.
Corben no se alejó aquí de su ya bien asentado estilo gráfico, un estilo muy personal que no se ajustaba a ninguno de los arquetipos en los que se mueve el cómic mainstream americano. Sus figuras parecen extraídas de las páginas de un fanzine underground de los sesenta o setenta del pasado siglo, pero pasadas por un matiz modernizador.
Tras más de treinta años dibujando cómics de corte fantástico, Corben conocía perfectamente los resortes narrativos del terror. Sabía cómo plasmar un rostro humano para reflejar un horror paralizante, acumular tensión en la trama y resolverla con un estallido de violencia o sorpresa, atraer y guiar la mirada del lector por las viñetas o utilizar los contrastes lumínicos para dar vida a las espeluznantes visiones de Lovecraft. En relación a esto último, y aunque Corben fue un auténtico maestro del color en el cómic, optó por trabajar en blanco y negro por considerarlo –acertadamente– el formato más apropiado para capturar la atmósfera de los relatos de Lovecraft.
Sí se perciben, sin embargo, algunas variaciones estéticas de capítulo a capítulo. En “Dagon” o “Arthur Jermyn”, por ejemplo, realiza el sombreado con lapicero, lo que da a las páginas un aspecto más orgánico. Otras historias están iluminadas mediante fuertes contrastes lumínicos y la aplicación de tramas mecánicas, a veces de forma más convencional, pero siempre con un alto nivel técnico.
En esta antología encontraremos historias de otras dimensiones, criaturas espantosas de indecible maldad, razas monstruosas salidas del confín de la Tierra, antiguas maldiciones y locura. La prosa de Lovecraft es tan evocadora y al mismo tiempo tan imprecisa que difícilmente habrá dibujante alguno que satisfaga por completo a los más rendidos fans del escritor. Con todo, Corben era, probablemente, uno de los mejor preparados para afrontar el reto. Respetando el mundo y el espíritu de las obras del autor, supo cuándo y como distanciarse lo suficiente como para abrir ese inquietante universo a un nuevo público.
La Guarida del Horror: H.P. Lovecraft es un cómic recomendable tanto para los fans de estos dos maestros del terror como para amantes del género en su vertiente viñetera.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.