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Jorge Luis Borges, médium de las ideas de Occidente

«Atronadora, ecuestre, semidormida, la policía del Sirkar interviene con rebencazos imparciales.» («Acercamiento a Almotásim», Ficciones).

Harold Bloom en El canon occidental (Anagrama 2006) dedica a Jorge Luis Borges (junto a Neruda y Pessoa) uno de los capítulos. Lo considera un escritor de la que él califica como «edad caótica». En el texto indica que la primera obra de Borges, «Pierre Menard, autor del Quijote» es «hilarante» (realmente lo es) y analiza la trama de «La muerte y la brújula». Cuenta la anécdota (malvada) de que Borges parodia a Pablo Neruda en «El Aleph» a través del personaje del «fatuo» Carlos Argentino Daneri, «un poeta inconcebiblemente malo y un evidente imitador de Whitman«. En realidad, no dice nada nuevo o interesante, y por otra parte, más que «occidental» creo que se trata del «canon de Bloom«.

Como muchos de mi generación, descubrí a Borges por la mención del cuento «El Aleph» en El retorno de los brujos, de Pauwels y Bergier, publicado en 1960 (en España en 1961). Más tarde, en 1971, pude comprar en la librería Cinc d’Oros, en Barcelona, la edición de El Aleph que lanzó Alianza Editorial. Desde entonces no he dejado de releerlo a lo largo de los años.

Mucho más atinado que el de Harold Bloom es el comentario del fallecido George Steiner (1929-2020), teórico de la literatura y afamado crítico literario del New Yorker. En un artículo, publicado en dicha revista en 1970, de una forma más desenfadada que la de Bloom, habla del impacto que supuso el descubrimiento de Borges, sobre todo a partir de que se le concediera el Premio Formentor, junto a Samuel Beckett, en 1961. Comenta la vida y obra de Borges y hablando de su erudición dice: «Un sagaz crítico francés, Roger Caillois, ha argumentado que en una época de creciente incapacidad para leer, cuando hasta los educados tienen solamente un rudimento de conocimientos clásicos o teológicos, la erudición en sí misma es un tipo de fantasía, un constructo surrealista.»

La cita de Steiner trae a colación, a través de Caillois, los comentarios que Gerard Genette hace en Palimpsestos (Taurus, 1962) sobre el concepto de «hipertexto» e «hipotexto». Lo define así: «Entiendo por ello toda relación que une un texto B (que llamaré hipertexto) a un texto anterior A (al que llamaré hipotexto) en el que se injerta de una manera que no es la del comentario». Borges utiliza, entre otras, esta técnica; sus textos son literatura que relata «literaturas».

Por otro lado, en sus análisis, Alfonso de Toro habla del uso que de la simulación hace Borges afirmando que «La simulación niega la diferencia entre realidad y ficción, verdadero y falso, entre origen y efecto, y elimina las relaciones causales, propagando el juego en forma radical. Este es precisamente el caso de la obra de Borges: una literatura virtual.»

Tenemos varios parámetros en la obra borgiana, la erudición (como instrumento) el texto con referencias para iniciados (conceptos de hipertexto e hipotexto) y el uso de la simulación sin límites (abriendo las interpretaciones). Parece una especie de ars combinatoria que permite múltiples soluciones al lector. Aquí creo que radica la importancia que Borges siempre concedió a sus lectores (y a los lectores en general). El lector se convierte en una especie de colaborador del propio escritor, que perdería su esencia para integrarse en «el escritor cósmico».

Siempre he pensado que Borges, en sus cuentos, estilizaba una idea, la rodeaba de erudición y de ello surgía la fantasía. Por ejemplo, en «Acercamiento a Almotásim» habla del influjo que todos los seres humanos tienen en los otros, y de cómo el más miserable y ruin de los individuos puede reflejar algo lejano de la luz del más perfecto de los seres. La peripecia del estudiante de derecho de Bombay es relatada inventando la existencia de un libro (del supuesto abogado Mir Bahadur Alí). Es decir, mediante la erudición, la intertextualidad y la simulación.

Creo que Borges, deliberadamente, quiso convertirse en una especie de médium de las ideas de Occidente. Las invocaba y las mostraba de una forma lo suficientemente ambigua como para permitir a sus lectores que la lectura se convirtiera en una especie de juego infinito e inagotable. No es casual que el propio Borges insista tanto en «el otro Borges«.

Jorge Luis Borges, el escritor, además de un individuo es un avatar de la cultura occidental.

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Joaquín Sanz Gavín

Contable y licenciado en Derecho.

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