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Lecciones de George Steiner

Con motivo de la muerte de George Steiner (1929-2020), anotaba Jordi Doce que los medios ingleses habían ignorado el hecho. Compartí con Jordi un desagrado que prolonga la repugnancia por la demagogia británica de estos tiempos. También creí entender lo ocurrido. Steiner quedaba fuera de los medios debido a la ignorancia de los periodistas y fuera del discurso especializado por la ignorancia de los académicos y los profesores. No es que éstos no supieron de su existencia, sino que lo consideraron un diletante, alguien que leía por el gusto de leer y escribía por el gusto de escribir. Y nada más. Comento: nada menos. Y cedo la palabra a Hegel: solamente lo hecho por placer se hace con genio.

Me gustaría contar con el consenso de todos los ensayistas del mundo, ocupando mi ínfimo lugar –ínfimo de superficie, no de intensidad– para aprobar algunas lecciones de este maestro y considerarme uno de sus discípulos. En efecto, los maestros los tienen porque estimulan la producción autónoma de quienes los atendemos. El profesor no tiene discípulos sino alumnos, que toman nota y reproducen lo que el cómitre ya sabe. El maestro es insustituible. El profesor puede ser robotizado. Esta diferencia orgánica hace a la tarea fundamental de Steiner: la lectura como un arte, no como una ciencia ni como una mera técnica. No cabe hacer mala prosa a propósito de la buena literatura porque la crítica es la reflexión de la literatura sobre sí misma a través del lector. De cada quien y de todos. Si se prefiere: un texto es la historia de sus lecturas.

Para comprobar lo anterior conviene conocer las misceláneas de Steiner como Lenguaje y silencio, Presencias reales, La gramática de la creación y La poesía del pensamiento, por no abundar en prolijidades. En ellas hay la doble tarea de practicar la crítica antes citada y, a la vez, considerar la herencia cultural de Occidente, incluida su vista oriental, como un conjunto, tan variado y contradictorio como cualquier conjunto, tan creativo como cualquier conjunto. Siempre desde luego, ejercitando El vicio impune de la lectura. Cuando alguien tiene un libro entre las manos, tiene otro libro en blanco donde escribirá su propio texto, eso que llamamos lo legible. O, por decirlo con cierto lirismo: la leyenda.

Steiner hizo más, mucho más. Por ejemplo, señalo en su Después de Babel, un libro acerca de la traducción, la importancia esencial de ella, la cual rescata y celebra como una tarea esencial para la vitalidad de cualquier cultura. Ciertamente, una cultura se ha muerto si devino intraducible. Aviso a navegantes por si confunden la oscuridad con la ceguera. La mayor parte de lo que leemos son traducciones. Lo han sido a través de los siglos y hay clásicos latinos que son traslados de clásicos griegos y a los cuales sometemos, por lo bajo, a una doble traducción.

En estas recaídas de lo que perdura e insiste entre siglos, Steiner ha meditado sobre la necesaria relación entre dos alternativas opuestas como lo son el mito y la historia. Así opera tomando el ejemplo de Antígona, cuya anécdota mítica se repite tratada por distintos autores en diversas épocas y lugares. Un texto que se conserva atravesando distintos contextos, que es el mismo a fuerza de ser otro o muchos otros. Toda repetición en el tiempo se fija en un momento único o sea que es tan singular como reiterativa y así pasamos por la vida los humanos.

La ignorancia de los ignorantes es el mejor elogio que podría exigir la memoria de Steiner. Seguimos en su lectura, su lección, su lectio. Es posible que, gracias a él, sepamos algo más que él. Es una manera de incesante agradecimiento. Lo hacemos con palabras y con la misma confianza en la palabra que siempre puso en práctica. Una de las escasas confianzas que nos humanizan.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")