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Historia de los gurkas

El servicio de contingentes extranjeros en el Ejército británico es una tradición casi milenaria, que se remonta a los días en que Inglaterra conquistó Gales, incorporando arqueros galeses a sus filas.

Posteriormente, y en especial durante la Guerra de la Independencia norteamericana, contó con varios regimientos hessianos reclutados en diversos principados alemanes. Durante su expansión por el subcontinente indio, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, grupos étnicos de muy diversa procedencia también pasaron a engrosar las filas británicas. Primero en los regimientos de la Compañía Británica de las Indias Orientales y, tras el motín de 1857, en el Ejército Británico de la India. Bengalíes, sijs y gurkas (gurkhas), entre otros, participaron en las guerras del Imperio, siendo los gurkas el único contingente extranjero que hoy permanece al servicio de la Corona.

El término gurka (gurkha o gorkha para los angloparlantes) identifica a varias tribus de las zonas este y oeste del actual Nepal. Su nombre se debe a un legendario guerrero del siglo XVIII, Guru Gorakhnath. Un discípulo suyo, el príncipe Shailadhish, llamado también Bappa Rawal, fue quien primero lideró la marcha de los gurkas hacia el territorio que actualmente habitan.

A mediados del siglo XVIII se habían apoderado del valle de Katmandú, iniciando un periodo de expansión que les llevó a tomar el control del territorio nepalí en 1804. Los primeros contactos con los británicos se produjeron a principios del siglo XIX, cuando los gurkas atacaron territorios controlados por la Compañía de las Indias Orientales (la British East India Company). Acciones que, de forma inexorable, se fueron recrudeciendo hasta desembocar en la guerra de 1814-1816.

El imperialismo británico chocó con el expansionismo gurka hacia el sur del Himalaya. No debemos olvidar que, en 1769, las fuerzas del maharajá Dhiraj Prithvi Narayan Shahdev habían conquistado para los gurkas buena parte del actual Nepal.

Cuenta la leyenda que, en 1814, una fuerza de cuatro mil irregulares comandados por oficiales británico se encontró frente a frente con doscientos gurkas. Los irregulares huyeron despavoridos, y dejaron a un puñado de británicos solos frente al enemigo. Cuando se aprestaron a librar un desigual combate, los gurkas interrogaron a sus oponentes: “¿Por qué no huís como vuestros hombres?”. “No hemos llegado hasta aquí para salir huyendo”, respondió un oficial inglés. “Nosotros combatiríamos junto a soldados como vosotros”, repusieron los satisfechos gurkas. Sea o no un hecho apócrifo, la anécdota resume el respeto mutuo que se da entre ambas nacionalidades, y da cuenta de su mutua admiración como combatientes.

Los británicos se impusieron en el conflicto e, impresionados por la destreza y capacidad combativa de sus oponentes, formaron en 1815 tres regimientos de fusileros gurkas: 1st King George V’s Own Gurkha Rifles (The Malaun Regiment), 2nd King Edward VII’s Own Gurkha Rifles (The Sirmoor Rifles) y 3rd Queen Alexandra’s Own Gurkha Rifles.

Aunque el reclutamiento de gurkas no tuvo un protocolo militar formalizado hasta 1886, éstos se vieron pronto embarcados en las aventuras militares británicas durante la expansión por el subcontinente indio y en la frontera noroeste, el actual Afganistán.

En 1817 participaron en la tercera guerra mahratta, que llevó los dominios británicos hasta el Punjab y el Sind, en la primera guerra anglo-afgana (1838-1842), donde sufrieron gravísimas pérdidas, y en las dos guerras contra los sijs (1845-1846 y 1848-1849).

El ejército sij, por cierto, fue el más formidable adversario que los británicos hallaron en la India. Para quienes piensan que estas guerras fueron libradas en inferioridad de condiciones por pueblos indígenas mal armados frente al “superior” europeo –un tópico racista además de falso–, debo señalar que los sijs poseían lo último en artillería de la época y un notable contingente de mercenarios y asesores occidentales: franceses y  norteamericanos, entre otros.

En 1857 estalló la rebelión de los cipayos, que puso en riesgo el dominio británico en la India. Se suele achacar el motín a la introducción de nuevos cartuchos recubiertos por grasa de vaca o cerdo, que los soldados debían morder para cargar. Se trata de dos materiales que son sagradas para los hindúes y tabú para los musulmanes.

Un cúmulo de errores de cálculo, juicio y gobierno por parte de la Compañía provocó este levantamiento de las tropas nativas contra los británicos. El episodio de la nueva munición fue la gota que colmó el vaso. Numerosos occidentales fueron asesinados, sin distinción de clase o nacionalidad.

Los gurkas se mantuvieron fieles a la Corona y se distinguieron en la defensa frente a los insurrectos, así como en la posterior represión, en la que se pidieron prestadas tropas gurka al reino de Nepal. De esta época datan los fuertes lazos que han mantenido los gurkas con diversos regimientos escoceses, de quienes han tomado prendas de uniforme como el kilmarnock y diversos diseños de tartán.

Si hablamos de equipamientos, de obligada mención es el cuchillo kukri, la tradicional arma de mano de los gurkas. De mango redondo y hoja plana, podría ser un pariente lejano de la hoz o de la falcata hispana de la antigüedad. Pese a su temible aspecto, se trata de una tradicional herramienta de múltiples usos. Sirve para cortar leña, cavar y, por supuesto, como arma en la lucha cuerpo a cuerpo.

La reorganización de las fuerzas tras el motín, bajo control directo de la metrópoli al ser disuelta la compañía, aumentó el número de fuerzas gurka. Entre otros destinos posteriores al motín, destacan las acciones en la frontera noroeste, foco de tensión constante debido a la inestabilidad de Afganistán y a la amenaza del imperialismo ruso hacia el Índico.

Con la llegada del siglo XX, se inició la época de los grandes conflictos donde también participaron los gurkas. Mientras que en la Primera Guerra Mundial sirvieron, entre otros lugares, en Mesopotamia y Gallipoli; en la Segunda Guerra mundial sirvieron en todos los frentes: África, Europa y el Pacífico. Destacan sus acciones en Tobruk, Monte Cassino y Birmania.

La expansión de las fuerzas gurka experimentada durante los conflictos mundiales se vio menguada con la desmovilización de la posguerra y, especialmente, con la independencia de la India británica en 1947, y el nacimiento de los actuales estados de India y Pakistán. De los diez regimientos gurkas existentes, Gran Bretaña conservó cuatro, cediendo seis a la India.

La posguerra supuso, asimismo, el nacimiento de movimientos separatistas africanos y asiáticos, ansiosos por independizarse de las exhaustas metrópolis europeas. Tras la independencia, algunos de los estados recién creados se embarcaron en aventuras militares de tintes expansionistas o se vieron sacudidos por conflictos internos.

En este contexto, los gurkas británicos participaron en la supresión de la insurrección comunista conocida como Emergencia malaya (1948-1960) y en la campaña de Borneo (1962-1968), cuando Indonesia  intento hacerse con zonas de la recién creada Federación Malasia.

En 1982, la dictadura militar argentina ordenó la invasión de las islas Malvinas, colonia británica que Argentina reclama desde hace más de ciento cincuenta años. La operación fue una huida hacia delante por parte de la dictadura, en su pretensión de que el fervor nacionalista desatado por una conquista victoriosa, rápida e incruenta solventase la deteriorada situación del país. Los miembros de la junta militar dieron por hecho que la lejanía de estas islas del Atlántico sur respecto del Reino Unido haría desistir a los británicos de recuperarlas por la vía militar.

En contra de lo esperado, los británicos organizaron una ambiciosa operación con la inestimable ayuda logística de Estados Unidos, y dos meses y medio después, recuperaron las islas. Un hecho que, pese a la tragedia que supuso aquella guerra para tantos jóvenes argentinos, contribuyó decisivamente a la caída de la dictadura militar.

Tras el conflicto, se ha acusado a Gran Bretaña –no sólo desde diversos sectores argentinos– de falsear a la baja el número de sus caídos en combate, y en especial, de cometer crímenes de guerra, responsabilizando a los gurkas de algunos de ellos.

Pese a que investigadores argentinos han tachado de infundadas estas acusaciones contra los gurkas, otros autores han insistido en lo contrario. De hecho, no escasean los reportajes y crónicas que retratan a las tropas asiáticas como perros de la guerra sedientos de sangre.

En el artículo titulado “El Reino Unido los ha hecho así” (El País, 25/05/1983), Gabriel García Márquez cita el libro Los chicos de la guerra, del argentino Daniel Kon, donde se atribuyen atrocidades a los gurkas que combatieron en las Malvinas. García Márquez también menciona al mariscal de campo vizconde Slim, comandante de las tropas inglesas en Birmania durante la Segunda Guerra Mundial y autor del libro Defeat into Victory, en cuyas páginas presenta a los gurkas como auténticos cazadores de cabezas, dispuestos a degollar a cualquier japonés que se pusiera en su camino.

“No debió ser por casualidad –escribe García Márquez– que los ingleses destinaron sus gurkas más encarnizados para pelear contra los japoneses en Birmania y Malasia durante la segunda guerra mundial”. Y luego añade “La ferocidad y la disciplina casi sobrenatural de los gurkas no son, por supuesto, una condición genética, sino elementos sustanciales de un oficio aprendido. (…) Para eso existe el centro de entrenamiento de Hong-Kong, donde los hambrientos nepaleses recién contratados, que no conocen la electricidad ni ninguna otra invención de nuestro siglo, son adiestrados como animales en el oficio de matar”.

Una vez expuestos los cargos, no está de más introducir un matiz substancial: cuando el escritor imputa a los gurkas matanzas de soldados japoneses en Birmania, parece sobreentender que éstos eran unas víctimas inocentes, y no los feroces invasores que previamente habían impuesto su tiranía sobre dicho territorio.

Sin ánimo de polemizar en torno a lo dicho por el Nobel colombiano, tengo la impresión de que determinadas posiciones ideológicas obstaculizan su visión histórica. Y es que, si uno se para a pensarlo, resulta disparatado colocar en el mismo nivel a los gurkas y a los militares nipones, autores, por ejemplo, del saqueo de Nankín, durante el que los japoneses masacraron a más de cien mil civiles y violaron a veinte mil mujeres.

Discrepancias aparte, lo cierto es que, tras el fin de la guerra fría, los gurkas han entrado en acción en Irak y Afganistán. Además, han tomado parte en diversas acciones humanitarias en la antigua Yugoslavia, Sierra Leona y Timor Oriental.

En la actualidad, este contingente no sólo opera en India y Gran Bretaña. Singapur posee otro contingente gurka en su fuerza de policía, y en Brunei hay estacionadas fuerzas gurkas británicas, en defensa de la familia real y de los recursos petrolíferos.

Los recientes cambios en Nepal, con la caída de la monarquía y la mayor participación del Partido Comunista de Nepal en el futuro del país, plantean dudas respecto al futuro de los gurkas. Un representante de la formación comunista, de orientación maoísta, aireó lo negativo y degradante que resulta para la imagen del país el servicio de sus conciudadanos en ejércitos extranjeros.

En este punto, viene a cuento otra opinión sostenida por García Márquez. “Los gurkas –escribe– son guerreros a sueldo al servicio de un ejército extranjero, y esto define, sin más vueltas, su condición de mercenarios”.

A mi modo de ver, hay que responder negativamente a ese planteamiento. El ejército británico siempre ha contado con efectivos extranjeros, sobre todo en la época de mayor expansión imperial. Y ha sido así por una simple cuestión demográfica. La población de las islas era insuficiente para sostener tal extensión de posesiones, y por consiguiente, para mantener un esfuerzo militar digno de una superpotencia. A la vista de todo ello, en el caso de la Brigada Gurka sería más propio hablar de una tradición que perdura en nuestros días.

Copyright del artículo © José Luis González. Reservados todos los derechos.

José Luis González Martín

Experto en literatura, articulista y conferenciante. Estudioso del cine popular y la narrativa de género fantástico, ha colaborado con el Museo Romántico y con el Instituto Cervantes. Es autor de ensayos sobre el vampirismo y su reflejo en la novela del XIX.