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Incursión sobre Tarento

La entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial no merece otro calificativo que el de oportunista. La declaración de guerra al Reino Unido y Francia se produjo el 10 de junio de 1940, doce días antes de que Francia firmase el armisticio con Alemania. Es decir: cuando la situación de los franceses ya era insostenible.

El Reino Unido se convirtió entonces en el único adversario de las potencias del eje Berlín-Roma, con sus tropas confinadas en el interior de sus fronteras o dispersas en las colonias y dominios de ultramar.
El dictador Benito Mussolini vio cómo de pronto tenía el campo libre para dar rienda suelta a las megalómanas y desmesuradas ansias expansionistas del régimen fascista. Planeaba librar un conflicto paralelo y separado de las operaciones militares germanas, demostrando así a Hitler que Italia era una aliado a la altura de Alemania. Las miras del Duce  estaban puestas en el entorno mediterráneo. Pretendía convertir el Mare Nostrum de la antigua Roma en un lago italiano, y hacerse con el control de las posesiones ribereñas de Francia e Inglaterra.

Ese iba a ser el punto de partida. Luego, continuaría su expansión por el continente africano, a costa de franceses y británicos, los Balcanes e, incluso Suiza, a la que desmembraría a su antojo. El único obstáculo antes de iniciar esa carrera hacia la gloria era un Imperio Británico en horas bajas. El enfrentamiento entre ambos iba a tener por escenarios el mar Mediterráneo y el nordeste de Africa.

La ambición italiana

La estrategia italiana estaba encaminada a interrumpir el tráfico marítimo entre la metrópoli británica y sus colonias, comunicadas mediante el canal de Suez. Así pues, el ejercito italiano comenzó un avance terrestre hacia Egipto, desde sus posesiones en Libia. La Reggia Aeronautica inició los ataques contra la isla de Malta, posesión británica cuya posición en el centro de las rutas de navegación mediterráneas le ha otorgado una importancia estratégica centenaria.

Sin embargo, era más que dudoso que la marina italiana, llamada a convertirse en la dueña del Mediterráneo, pudiese cumplir con tal cometido. La Reggia Marina estaba mandada por una oficialidad incompetente, fruto de casi dos décadas de un régimen dictatorial, con una escuela de pensamiento estratégico estaba anclada en la Primera Guerra Mundial.

Pese a contar con dos nuevos acorazados y otros cuatro modernizados en fechas recientes, adolecía de un desfase tecnológico notable, ya que carecía de radar o de portaaviones. Y a pesar de ello, Mussolini se jactaba de que Italia era un enorme portaaviones natural.

En general, las fuerzas armadas italianas no estaban preparadas para la guerra. Por si esto fuera poco, en el primer enfrentamiento importante entre buques italianos y británicos, el 9 de julio, los italianos emprendieron la retirada cuando uno de sus acorazados fue dañado. Lo más clamoroso del enfrentamiento era que los italianos contaban con superioridad numérica y los buques británicos, aunque modernizados, eran veteranos de la Primera Guerra Mundial.

Las naves italianas atracaron en la base de Tarento, el segundo mayor puerto militar del país, y la mayor amenaza para los navíos ingleses pasaron a ser los ataques aéreos, en general poco efectivos. Italia parecía obsesionada con conservar su marina intacta, aun a costa de la derrota.

Esto contrastaba con la visión del Almirantazgo británico, personalizada en el almirante Andrew B. Cunnigham, oficial naval al mando del Mediterráneo. El almirante anhelaba el combate con el enemigo, buscando la batalla definitiva que terminase con la amenaza naval italiana, antes de que la intervención alemana diese la superioridad a las potencias del Eje.

Un viejo plan y mucha audacia

La estrategia británica para golpear al poder naval italiano estaba basada en un plan diseñado originalmente varios años atrás… En 1935, la Sociedad de Naciones impuso sanciones al régimen de Mussolini por la invasión de Abisinia y las atrocidades cometidas contra su población, entre las que sobresale el uso de armas químicas.

La tensión del conflicto a punto estuvo de generar otro con el Reino Unido, al ver a Italia como una amenaza para sus dominios africanos. En 1938 se volvió a revisar el plan, debido a las tensiones bélicas generadas por el expansionismo de la Alemania nazi, aliada de Italia.

Dicho plan consistía en una incursión nocturna contra la base de Tarento con aviones torpederos, que despegarían desde porta-aeronaves situados a unos 250 o 300 kilómetros del objetivo. El encargado de la revisión de 1938 fue el capitán Lyster, comandante del portaaviones Glorious. Lyster cumplió ese servicio por dos razones: había actuado como enlace entre británicos e italianos durante la Primera Guerra Mundial, aliados en la Gran Guerra, y además conocía de primera mano la base italiana.

Dos años después, cuando recibió la orden de volver a revisar el plan y ponerlo en acción, Lyster ostentaba el cargo de contraalmirante y estaba al mando del portaaviones Illustrious, el más moderno de la flota inglesa: uno de los pocos buques dotado de radar y de una innovadora cubierta blindada.

Durante su singladura hacia el Mediterráneo, se le unió el portaaviones Eagle para participar en la acción.

El escenario de combate

La base de Tarento, localidad situada en el gran golfo homónimo del sur de la península Itálica, comprendía dos zonas de amarre separadas por una lengua de tierra y comunicadas por un canal.

La mayor de ambas, el Mare Grande, era el fondeadero de los buques de mayor calado y estaba separada del mar abierto por una línea de islotes y diques. Hacia el interior se encontraba el Mare Piccolo, de menores dimensiones y profundidad. La lengua de tierra que separaba ambos fondeaderos estaba ocupada por la ciudad de Tarento. Las riberas del conjunto estaban ocupadas por todo tipo de instalaciones militares, como depósitos de combustible y bases de hidroaviones.

El contraalmirante Lyster planificó un raid en el que participarían treinta aparatos Fairey Swordfish, armados con torpedos y bombas, repartidos en dos oleadas que despegarían con treinta minutos de diferencia. Debía ser una fecha en que hubiese luna llena, para que la claridad del astro nocturno ayudase a iluminar los blancos. Bajo estas premisas el almirante Cunningham dio luz verde a la operación.

La hazaña de un avión anticuado

El swordfish era un biplano triplaza que tuvo su bautismo de fuego diez años después de su concepción. Para los niveles de 1940, y comparado con modelos similares japoneses o norteamericanos, era un aparato casi obsoleto.

Hubo, en todo caso, una novedad: para esta misión se sustituyó el puesto del tercer tripulante y en su lugar se colocó un tanque de combustible extra.

La siguiente fase de la operación consistió en recabar información sobre las instalaciones, sus defensas y, lo más importante, el número y el tipo de los buques fondeados. Se enviaron aviones desde Malta y las fotografías obtenidas fueron sumamente reveladoras: los italianos habían instalado globos cautivos antiaéreos  y redes antitorpedo a la entrada de la base.

Aunque las defensas se presentaban difíciles de sortear, los objetivos eran sumamente seductores: cinco de los seis acorazados italianos estaban fondeados, ocho cruceros, veinte destructores y otras naves de menor entidad. Ante la posibilidad de que alguno de los acorazados zarpase se fijó el ataque para el 21 de octubre. Esto no se debió a la efeméride de la victoria británica contra la flota hispano francesa en 1805, si no porque nuestro satélite alcanzaba el plenilunio.

Sin embargo, concurrieron una serie de circunstancias que obligaron a retrasar la acción: un incendio en los hangares del Illustrious destruyó tres aparatos. Otros cinco quedaron fuera de servicio a causa de la corrosión marina.

Tampoco el Eagle se libró de contratiempos, más graves si cabe. A resultas de un ataque italiano en fechas anteriores, varios proyectiles impactaron en los tanques de combustible para aviación del buque y contaminaron el fuel, que dañó los motores de los aparatos.

En definitiva, sólo cinco de sus swordfish estaban en condiciones de volar.

Ante estos hechos Lyster decidió actuar con un único portaaviones, con una dotación de veintiun aviones, y atacar entre el 11 y 17 de noviembre, cuando la luna entraba en fase creciente.

Partió el seis de noviembre desde Alejandría (Egipto), con su grupo aeronaval acompañando a un convoy rumbo a Malta. El portaaviones y sus naves de escolta se separaron del convoy a mitad de camino y pusieron rumbo al mar Adriático, con destino a las proximidades de la isla de Cefalonia, a unos 300 kilómetros de Tarento.

El día 11 de noviembre, en las horas previas al ataque, Lyster recibió las últimas fotografías del objetivo. Para regocijo británico, un sexto acorazado había llegado a Tarento.

Comienza la batalla

La primera oleada inglesa, formada por doce aviones, despegó poco después de las 20.30. Seis aparatos debían bombardear los buques fondeados en el Mare Piccolo y los depósitos de combustible aledaños, llamando la atención de la artillería antiaérea para que los otros seis aviones lanzasen sus torpedos contra los acorazados.

Tras más de dos horas de vuelo, los aparatos alcanzaron Tarento. Poco antes de llegar, los descubrieron los detectores de sonido italianos y fueron recibidos con fuego antiaéreo procedente de baterías embarcadas y en tierra.

No obstante, la pericia de los británicos logró que todos los aparatos lanzasen sus torpedos. De los seis, tres hicieron blanco contra los acorazados. El primero alcanzó al Conte di Cavour, y le abrió una vía de agua que provocó que embarrancase en el fondo.

El segundo alcanzó al Littorio, al igual que el tercero, que casi alcanza la santabárbara, lo que hubiese tenido consecuencias devastadoras para la nave.

Los pilotos que bombardearon el Mare Piccolo alcanzaron diversos blancos, que aunque secundarios no carecían de importancia. Tal era el caso de las bases de hidroaviones, con los que los italianos vigilaban los movimientos de la flota británica.

Sólo fue derribado un avión de la primera oleada por la acción de los antiaéreos, resultando sus dos tripulantes capturados por los italianos. La artillería antiaérea se mostró ineficaz. Las baterías de tierra disparaban con un ángulo de tiro elevado para no alcanzar a sus buques y desde éstos se abría fuego de manera casi indiscriminada.

No es de extrañar que varios buques e instalaciones italianas fueran alcanzadas por fuego amigo.

Sin embargo, el bajo número de derribos no sólo debe imputarse a la mala puntería de los defensores. El swordfish, un avión lento per se, a lo que había que añadir el peso de la carga bélica y del combustible adicional, era un aparato muy robusto que podía continuar su vuelo a pesar de sufrir daños de relativa importancia.

Al regresar al Illustrious varios aparatos parecían coladores. Pero pese a recibir varios impactos, pudieron concluir la misión. Así, no es de extrañar que los pilotos de la Royal Navy temieran la posible acción de cazas enemigos.

El precio de la gloria

El primer ataque duró más de treinta minutos. Se inició el retorno sobre las 22.30, cuando llegó la segunda oleada. Su número se había visto reducido al regresar uno por problemas mecánicos, pese a lo cual actuaron siguiendo la misma pauta que sus compañeros, obteniendo otros tres impactos con los torpedos. Dos alcanzaron de nuevo al Littorio y el tercero al Caio Duilio. No obstante, pagaron un mayor precio, ya que murieron los dos tripulantes del swordfish.

Hasta el día siguiente, cuando recibieron a bordo del Illustrious las fotografías de Tarento, no fueron conscientes del éxito de la misión. Un plan audaz, ejecutado de manera brillante con aviones que no eran los máximos exponentes de la tecnología punta, había mostrado una nueva dimensión en las operaciones  militares.

Por parte italiana, tras conocer las dimensiones del ataque, Mussolini dictó dos ordenes fulminantes: todo buque capaz de hacerse a la mar debía buscar refugio en Nápoles y otros puertos más al norte. La segunda orden fue la destitución inmediata del almirante Cavagnari, jefe del estado mayor de la armada.

En su estrechez de miras, el alto mando había calificado como nula esta posibilidad de sufrir un ataque nocturno por aviones cuyo punto de partida estaba a casi 300 kilómetros. La consecuencia directa del éxito británico fue una considerable disminución de la presión italiana contra los convoyes británicos con procedencia o destino al Canal de Suez.

Los tres acorazados dañados pudieron ser reflotados entre marzo y julio de 1941, aunque las reparaciones exigidas por el Conte di Cavour lo apartaron del servicio durante toda la contienda. Las operaciones para el reflote se vieron dificultadas por la aparición de algunos de los torpedos que erraron el blanco, que conservaban intacta su cabeza explosiva.

Consecuencias de la misión

La retirada italiana hacia puertos más allá del alcance británico permitió a la Royal Navy establecer la superioridad británica en el Mediterráneo. Esta posición se vio reforzada por la victoria en la batalla del cabo de Matapán en 1941. De ahí en adelante, sólo sería desafiada por la aviación alemana y por algún submarino, cuando Alemania tuvo que intervenir para enmendar las fallidas aventuras de Mussolini en África y los Balcanes.

Quien mayores enseñanzas tácticas extrajo del ataque, además de los propios británicos, fue el alto mando de la armada japonesa. Tarento fue la fuente de inspiración para el raid contra Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941, acción que, como saben, provocó la entrada de Estados Unidos en la contienda.

Ilustración superior: El swordfish, el avión biplano que resultó decisivo en la operación británica sobre Tarento.

Copyright del artículo © José Luis González. Reservados todos los derechos.

José Luis González Martín

Experto en literatura, articulista y conferenciante. Estudioso del cine popular y la narrativa de género fantástico, ha colaborado con el Museo Romántico y con el Instituto Cervantes. Es autor de ensayos sobre el vampirismo y su reflejo en la novela del XIX.

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