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Halle Berry: «Hasta cierto punto, todo el mundo lleva una doble vida»

Madrid, 28 de marzo de 2007.- La verdadera importancia de una estrella es que genera sueños al público y dividendos comerciales a la industria. Es, además, la mejor baza para una producción regular. Desde hace varios años, Halle Berry asume esas tres virtudes. Como hoy tendremos ocasión de comprobar, no son los únicos méritos que distinguen a esta fascinante mujer.

Este es uno de esos casos en los que no hace falta ningún esfuerzo consciente para entregarse a la imaginación. La tesis es muy sencilla. Puesto que este artículo comienza en la terraza de un hotel, les contaré, para empezar, que lugares así reservan momentos excepcionales.

La luz cambia de textura, las sonrisas prolongan su efecto y la vista se desliza por los tejados. En todo caso, sólo hay que tener cuidado con la perspectiva. Desde ahí arriba, y con esa amplitud de horizontes, los detalles importan poco y nos domina el alma ligera de la ciudad.

Sólo una mujer como Halle Berry puede hacerme salir de pensamientos tan triviales. Al fin y al cabo, dentro de pocos minutos, ella, como si de verdad fuera nuestra anfitriona, se encargará de marcar un punto de inflexión en esta mañana primaveral.

Hace un calor tórrido, o así me lo parece. Los demás fotógrafos ajustan sus cámaras e intercambian confidencias. Mientras observo el panorama, imagino la habitación de la estrella. Almohadas de plumas, terraza privada, minibar macrobiótico, mobiliario diseñado por Keith Hobbs −estamos en el ME Reina Victoria− y alarmantes facturas de electricidad.

Poco a poco, los últimos reporteros recorren el penthouse y ocupan sus posiciones. Frente a nosotros, se alza el cartel de Seduciendo a un extraño, el poderoso thriller de James Foley que la actriz viene a publicitar. Su argumento, como sucede en el nuevo Hollywood, parece diseñado a favor del reparto.

En este caso, Halle da vida a una reportera de investigación, Rowena Price, que cae en la cuenta de que el asesinato de su amiga tiene relación con el ejecutivo Harrison Hill, a quien interpreta Bruce Willis. Con el fin de resolver el misterio, la protagonista adquiere identidades supuestas y con ello revitaliza una práctica, la del disfraz y el disimulo, muy frecuentada en la literatura detectivesca. Añadan a la mezcla sus buenas dosis de sensualidad, y se convencerán del grato entretenimiento que les aguarda.

Un creciente rumor anuncia la llegada de Berry. Al verla de cerca, compruebo que su perfil serviría para ilustrar cualquier ensayo sobre estética. Claro que esta admiración tiene su contrapartida, que es la necesidad de encontrarle algún defecto.

Cuando la actriz se sitúa frente a nuestros objetivos, impone sus preferencias. Es ella, con los brazos en jarras, quien dirige la sesión. Pocas modelos podrán superarla. Decir que utiliza todo su encanto suena a elogio insustancial.

Berry tiene la mirada orgullosa y vibrante de quien considera que el destino le debe mucho. En todo caso, el silencioso entendimiento que establece con nosotros no evita más de un suspiro. Frente a una belleza como la suya, cierta inseguridad momentánea se apodera de cuantos la fotografiamos.

Luego, todo vuelve a su ser, y mientras los flashes iluminan la sala, resulta más fácil concentrarse en los bucles de su cabellera y en su gesto de aprobación.

Si nos detenemos a pensarlo, es comprensible que ese mismo poder −teatralidad y fortuna genética− salga a relucir en su personaje. “Hasta cierto punto, todo el mundo lleva una doble vida. Todos somos seres complejos. Somos gente diferente, todo el tiempo. Por ejemplo, una mujer actúa de forma diferente en el trabajo y en casa. Todos escondemos algo, incluso a nuestros mejores amigos. Esta película subraya eso y lo lleva a un nuevo nivel, mostrando de lo que somos capaces cuando nos vemos obligados a enfrentarnos a ello”.

Como una muñeca rusa, Rowena-Berry esconde sorpresas, y también cicatrices. “Me encanta interpretar a personajes torturados. No sé lo que eso dice de mí, pero realmente me encanta meterme en la mente de alguien que está un poco sacudido, un poco maltratado. Este personaje es muy vulnerable, pero también es muy vivo, y encuentra su poder poco a poco en el transcurso de la película. Interpretar eso es maravilloso”.

Todo aquel que comparta la extendida idea de que Bruce Willis es un buen actor aún mejor con el paso de los años−, celebrará hallarlo en este largometraje.

Halle viene a pensar lo mismo, pero lo plantea con un sesgo de complicidad. «A Bruce le gusta mucho improvisar −dice−. Ése es un elemento nuevo para mí, pero realmente genial. Sabía muy bien quién era este chico y qué le motivaba».

Los síntomas de una verdadera estrella se miden por contraste. Mientras Berry permanece en la terraza, disminuye la visión periférica de quienes la rodeamos. Cuando retorna a su suite, las lentas ráfagas de la mañana nos obligan a buscar, una vez más, el camino hacia la planta baja.

Copyright de texto e imágenes (Halle Berry, en la terraza del Hotel ME Reina Victoria) © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.