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Steven Spielberg: «Queríamos mostrar que Abraham Lincoln era un hombre, no un monumento»

Madrid, 16 de enero de 2013.- En el exterior, la temperatura ha descendido hasta los ocho grados. Mientras aguardamos la llegada del equipo de Lincoln –Sally FieldDaniel Day-Lewis y Steven Spielberg–, volvemos a probar las cámaras. Lo próximo será ajustar la exposición y jugar con el zoom. Se trata de movimientos casi reflejos, que hacen más llevadera la espera.

Nos encontramos en uno de los rincones más bellos del Palacio de Linares: el antiguo salón de baile, ahora llamado Salón de Embajadores “Rubén Darío”. Decorado con molduras y frisos recubiertos de pan de oro, este lugar es tan llamativo como una velada de fuegos artificiales.

Las pinturas que realizó Francisco Pradilla Ortiz en 1886 contribuyen a dar a este espacio un aire entre distinguido y exuberante. Precisamente una de esas obras, Las mujeres del palco con abanicos y prismáticos, me lleva a creer que los personajes de Pradilla nos observan como si fuéramos intrusos –o algo peor– en este salón de baile que brilla como una bombonera.

Si algo tiene esta estancia es poder de sugestión. Cuando sale por una puerta Daniel Day-Lewis y se detiene entre las dos arañas de bronce dorado que nos iluminan, parece que van a oírse los acordes de El fantasma de la ópera.

Day-Lewis, alto y sereno, intercambia un comentario con Sally Field. ¿O quizá se trata de su hija? Sólo un pacto con el diablo puede explicar que la actriz nos sonría hoy como si la edad no fuera con ella. Al ver a ambos soportando los destellos del salón, uno tiene la impresión de que aquí están pasando demasiadas cosas en poco tiempo.

Se me cierran los ojos. De pronto, llega el hombre a quien todos esperamos. Gafas, barba y mirada de niño: Steven Spielberg. Clic, clic, clic. Las cámaras rompen su silencio y los flashes relampaguean. «Por mí, no tengan ustedes prisa», parece decir el realizador a los reporteros.

Disfrutemos de la experiencia mientras dure.

El espectáculo se prolonga lo necesario. Llevamos ya cientos de fotos en el carrete. Spielberg lo sabe. ¿No les parece a ustedes suficiente? Agitando discretamente su brazo en señal de despedida, da por concluida la sesión.

Apuro la botella de agua que nos ha facilitado el personal de 20th Century Fox. En el cartel ante el que acaba de posar el cineasta, se recorta la silueta del presidente más conocido de América. Sé que es Daniel Day-Lewis caracterizado, pero por un momento, me da la impresión de que no es él sino su personaje quien luce su perfil en blanco y negro.

¿Listos para continuar la promoción? Listos. Spielberg y los suyos se encaminan hacia otro destino. Todo el mundo sabe que los posados y las entrevistas se justifican con la publicidad de la película que nos ha reunido en este palacio.

En LincolnSteven Spielberg desarrolla un drama político que contiene todos los símbolos esenciales de la reciente historia de Estados Unidos. Resulta fácil imaginar, algún día, a los estudiantes norteamericanos preparando una clase tras visionar la película.

“Siempre he querido contar una historia sobre Lincoln porque es una de las figuras más fascinantes de la historia y de mi vida –señala Spielberg–. Me acuerdo cuando tenía cuatro o cinco años y fui al Lincoln Memorial, lo aterrorizado que me sentí cuando vi esa estatua tan grande en esa silla, pero cuanto más me acercaba, más me cautivaba su rostro. Nunca olvidaré ese momento, que me dejó haciéndome preguntas sobre ese hombre sentado en esa silla”.

Lincoln –añade el realizador– guió a nuestro país en sus peores momentos y permitió que los ideales de democracia americana sobrevivieran y garantizaran el fin de la esclavitud. Pero también quería hacer una película que mostrara las múltiples facetas de Lincoln. Era un hombre de estado, un líder militar, pero también un padre, un marido y un hombre que estaba siempre mirando en lo más profundo de su ser. Quería contar una historia sobre Lincoln sin caer en el cinismo o en la idolatría a un héroe y que fuera real en toda la enormidad del hombre que fue en su vida privada y en su lado más bondadoso”.

“Normalmente –añade–, mis películas han transmitido más a través de las imágenes que de las palabras. Pero en este caso, las imágenes pasan a un segundo plano ante las palabras de Abraham Lincoln y ante su mera presencia. Con Lincoln, no quería una imagen tras otra sin parar, sino que prefería dejar que los momentos más humanos de la historia se desarrollaran ante nosotros”.

La película se inspira en un libro de Doris Kearns GoodwinTeam of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln. “Podías sacar prácticamente una historia entera para una película de cada página del libro de Dori –explica–. Pero lo más importante era el espíritu que supo captar de Lincoln. Era esencial que cualquier otra cosa que hiciéramos los demás fuera fiel a ese espíritu”.

Spielberg y el guionista de la cinta, Tony Kushner, han querido huir de la hagiografía. “Decidimos centrarnos en los últimos cuatro meses de la vida de Lincoln –dice el director– porque fue en ese periodo de tiempo cuando consiguió sus logros más trascendentales. No obstante, queríamos mostrar que era un hombre, no un monumento. Pensamos que haríamos mayor justicia con esta persona tan complicada si la describíamos en su lucha más complicada: la aprobación de la Decimotercera Enmienda”.

El primer borrador escrito por Kushner tenía quinientas páginas. Spielberg admira sin reservas esa primera versión del relato: “Es uno de los mejores escritos que he leído en mi vida, pero era demasiado extenso, épico y, en definitiva, poco práctico para una película de cine. Sin embargo, cuando lo leí pensé que lo más convincente de todo lo que había hecho Kushner era un trecho de 70 páginas sobre la lucha para aprobar la Decimotercera Enmienda”.

Es evidente que el realizador admira al intérprete a quien ha encomendado la tarea de revivir al legendario presidente: Daniel Day-Lewis. “Creo que Daniel –comenta–, al igual que Tony Kushner, ha llevado la esencia de Lincoln a un nivel subatómico, que va más allá de lo que puedo expresar con palabras. Nunca le pregunté a Daniel acerca del proceso que siguió, nunca lo cuestioné; como se suele decir, a caballo regalado no le mires el diente. Simplemente di las gracias por tenerlos conmigo. Con Daniel y Tony, sentía que estaba entre dos figuras gigantes del mundo del cine, y me decía continuamente: no te metas ahí, disfruta de esas palabras, captura esas actuaciones, aprovéchalas lo mejor que puedas; y deja que los actores demuestren su enorme talento”.

Copyright del artículo y de las fotografías © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de las declaraciones entrecomilladas © DreamWorks Studios, 20th Century Fox, Reliance Entertainment, Participant Media, Amblin Entertainment, The Kennedy/Marshall Company. Cortesía de Hispano Foxfilm. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.