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«Fragmentos de la Enciclopedia Délfica» (1983-1984), de Miguelanxo Prado

El de Historias del Futuro es un subgénero de la ciencia ficción que reviste una especial dificultad. En primer lugar, el autor tiene que imaginar una línea temporal muy extensa sobre la que desarrollar proyecciones del curso que podrían seguir fuerzas tan relevantes para el ser humano como la sociedad, la economía, la política o la tecnología, reflexionando acerca de cómo los cambios en una de ellas afectaría a las otras. A continuación y dentro de ese marco general, deberá ir insertando historias autónomas, localizadas en intervalos temporales, en las que ir reflejando esas transformaciones.

Además, el del cuento no es un formato fácil porque requiere presentar de cero a los personajes, desarrollar una trama y llegar a una conclusión satisfactoria sin exceder cierta duración. Y, por si fuera poco, el autor tampoco tiene la ventaja de utilizar personajes recurrentes que lleven sobre sus hombros el peso de la historia y con los que el lector pueda simpatizar. Por el contrario, cada narración debe tener su propio y diferenciado reparto. Es, por consiguiente, un subgénero que exige del autor un gran esfuerzo en términos de creatividad y planificación.

Entre las más famosas Historias del Futuro en el ámbito literario pueden citarse la de Robert A. Heinlein, la de Asimov (que integraría su Ciclo de los robots y el de la Fundación), la de Olaf Stapledon (desarrollada en La última y la primera humanidad y Hacedor de estrellas), Galaxias como granos de arena, de Brian Aldiss, o la saga de Los Señores de la Instrumentalidad, de Cordwainer Smith, por mencionar sólo algunos de los más clásicos.

En el cómic, este formato es aún más complicado, especialmente en el contexto actual de la industria. Por una parte, los lectores suelen demandar álbumes que incluyan historias completas y no compilaciones de narraciones cortas; y, por otra, muchos autores modernos ya no parecen capaces de contar nada que abarque menos de una trilogía.

Por todo ello, Fragmentos de la Enciclopedia Délfica es un rara avis, un cómic de Historia del Futuro que pudo ver la luz gracias a una dinámica editorial hoy extinta. En la época dorada de las revistas de cómic adulto en España, sus editores necesitaban todos los meses un suministro continuo de material que combinara historietas firmadas por autores consagrados que se serializaban a lo largo de varios números, con otras “de relleno”, independientes y autocontenidas, que permitieran completar la paginación de la revista. Era en este último formato en el que podían bregarse los autores noveles, desarrollar su estilo, aprender los trucos y técnicas del oficio, acostumbrarse a las fechas de entrega y, sobre todo, hallar su público.

Dado que el espacio que se les asignaba era limitado, cada una de sus publicaciones debía contar una historia autónoma que transcurriera en tan solo seis u ocho páginas. Si el formato del cuento literario ya es de por sí complicado, aún lo es más cuando se trata de narración gráfica, dado que es necesario elegir muy bien las escenas necesarias y la composición precisa de página y viñeta para transmitir toda la información en el menor espacio posible. Es precisamente en este campo en el que desde sus primeros pasos profesionales destacó el autor que ahora nos ocupa.

El gallego Miguelanxo Prado debutó profesionalmente en 1981, con una historia corta publicada en el número 30 de la revista Creepy, editada por Toutain. Tras colaborar con el fanzine Zero, coordinado por Toni Garcés, se beneficia tanto del boyante momento que atraviesa la industria del cómic adulto en España como del auge de la ciencia ficción por esos años. Así, le presenta a Toutain varios proyectos relacionados con ese género, del que por otra parte era ya un gran aficionado. Recibe el visto bueno para uno de ellos, Fragmentos de la Enciclopedia Délfica, que empezará a publicarse por entregas en la cabecera de Toutain dedicada a la ciencia ficción, 1984, a partir de su número 50. Se trata de doce historias cortas en blanco y negro que, reunidas, conforman una crónica de la evolución física, social y tecnológica del ser humano durante un periodo de diez mil años y hasta su desaparición en las profundidades del espacio lejano.

Cada historia empieza con un encabezamiento que menciona algunos artículos de una supuesta Enciclopedia elaborada tiempo después de finalizado el último episodio, un recurso que ya habían utilizado, por ejemplo, Asimov en Fundación o Frank Herbert en Dune. Su función es tanto la de ilustrarnos respecto al estadio de la evolución general de la civilización humana (por ejemplo, avances tecnológicos o dinámicas sociales y políticas) como enmarcar mejor lo que se va a contar en ese episodio específico. Y como suele ser habitual en las Historias del Futuro, lo que se narra no siempre son eventos decisivos para el devenir de la Humanidad sino pasajes más cotidianos que ilustran la forma de vivir y relacionarse en ese momento concreto del futuro y los temas que preocupan a sus ciudadanos.

Los finales irónicos, a veces impactantes, a menudo con un sabor amargo y pesimista respecto a la naturaleza humana, están muy en la línea de los comics de la EC de los 50 o la televisiva La Dimensión Desconocida de los sesenta. Su propósito es doble: por una parte, claro está, sorprender al lector; por otra, animarle a reflexionar sobre lo que acaba de leer y que medite sobre la cadena de acontecimientos que han conducido a tal conclusión (algo que no suele suscitarse cuando lo que se plantea es un final feliz y cerrado).

Pero al mismo tiempo y pese a todos esos frecuentemente negros desenlaces y sobreponiéndose a sus errores y tropiezos, la Humanidad avanza y, tras muchos siglos, entrega el dominio de la Tierra a sus sucesores para encontrarse con su destino en el espacio, una evolución y conclusión que bebe del positivismo de la Edad de Oro de la ciencia ficción norteamericana, ejemplificada por Asimov, Clarke o Heinlein, cuyas historias defendían que la combinación del ingenio y la pasión humanos y el avance en el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico nos acabarían llevando a las estrellas, escapando de la “cuna” de nuestra civilización en la Tierra y transcendiendo nuestro antiguo ser.

Así, se van realizando avances, como los androides, que permiten la expansión a otros planetas y satélites, se crean nuevas entidades políticas y corporaciones mercantiles de inmenso poder; conforme se expanden los dominios humanos más allá del Sistema Solar y las posibilidades de control político disminuyen, las instituciones se debilitan y surgen tensiones independentistas, tiranías y neofeudalismos. La Tierra no sólo deja de ser el centro de la civilización humana sino que incluso se abandona y olvida.

El rumbo de la especie cambia por completo con la aparición, multiplicación y diseminación de individuos con poderes mentales que acaban conformando una nueva especie, el Homo Novo, cuya convivencia con el Sapiens será difícil hasta que éste, con el paso de los siglos, se extinga. Nuevos conflictos surgirán con los simios inteligentes producto de la ingeniería genética para servir como mano de obra esclava o carne de cañón en guerras en las que los hombres no quieren mancharse las manos; y discordias entre los propios humanos a cuenta de las disrupciones sociales y el nuevo salto evolutivo (al Homo Finis) que provoca el hallazgo de una especie alienígena de árboles inteligentes.

El final, no obstante, es tan abierto como ambiguo, mucho más acorde con el espíritu de la ciencia ficción europea. El ser humano ha sobrevivido, sí, pero no hay sensación de triunfo exultante, de épica. Es, más bien, un desvanecimiento melancólico hacia un destino incierto y no puede extrañar que el lector termine identificándose más con los simios inteligentes que con un Homo que ya no es Sapiens, sino otra especie diferente sumida en la decadencia por mucho que haya experimentado una transcendencia gracias a su fusión con una inteligencia alienígena.

Para no alargar innecesariamente este artículo, no entraré en la sinopsis individual de las doce historias, apuntando solamente algunos de los temas que están presentes en las mismas, adecuadamente insertos en los respectivos contextos futuristas pero que también sirven de alimento para la reflexión del lector actual (como asimismo lo fueron para el de los años ochenta y lo seguirán siendo para quien acceda a esta obra dentro de cincuenta años). Así tenemos, por ejemplo, los peligros de una tecnología nueva cuyas consecuencias se desconocen (“Sensaciones”), un tema clásico que se remonta al Frankenstein (1818), de Mary W. Shelley. También hay varios relatos que tocan más o menos directamente la incomunicación (“Bienvenida”, “Aceite”, “Punto de partida”) sobre el que Prado volvería repetidas veces en otras obras, abordándolo tanto desde el punto de vista dramático como humorístico en, por ejemplo, Quotidiania Delirante, Trazo de tiza o Tangencias.

También encontramos aquí el desprecio de los intereses económicos por las minorías y culturas que no se avienen a inclinarse ante ellos y los genocidios que se producen en nombre de los beneficios empresariales (“Arena”); las siniestras alianzas e intrigas que se tejen entre corporaciones, militares y políticos (“La voz última”); el racismo y los prejuicios (“Telmos”); las dificultades de la aplicación de la pena de muerte como castigo (“Miserere Nobis”); la alienación de quien es diferente (“Aceite”); la tiranía ejercida en nombre de la religión (“Sangre de dioses”); las dificultades de quien se niega a ajustarse a la norma social y se empeña en ejercitar su individualismo (“Yo”); la estrechez de miras que da el antropocentrismo, los problemas a la hora de comunicarse con inteligencias no humanas y los conflictos intergeneracionales a cuenta del ecologismo (“Despedida”)…

La humanidad, por tanto, avanza, pero cualquier espejismo utópico que proyecten el avance tecnológico y la expansión interestelar, queda rápidamente anulado por la interferencia de los mismos males que nos han venido aquejando desde el principio de los tiempos: la codicia económica; la ambición política; la lucha entre colectivos (sociales, raciales, intelectuales); el apisonamiento de culturas que estorban lo que se entiende como progreso; la utilización de la religión, la violencia o el dinero para sojuzgar a los pueblos; la supeditación de lo individual a lo colectivo como medio de control social; el maltrato de formas de vida inferiores o simplemente diferentes…

Pueden detectarse asimismo elementos que, consciente o inconscientemente, parecen inspirados por otras obras de ciencia ficción, como la entonces aún reciente película Proyecto Brainstorm (1983) o la saga de El Planeta de los Simios (1968-1973); o libros como Solaris (1961), de Stanislaw Lem, Navegante solar (1980), de David Brin, o Ciudad (1952), de Clifford D. Simak.

El dibujo de Prado tiene ya aquí un estilo muy personal, de línea fina y sombras difuminadas con las que se añaden abundantes matices de grises. Puede que sorprenda encontrar en una obra de debut un dibujo tan bien perfilado tanto en lo que se refiere a las figuras como al diseño de fondos. La explicación –además del talento del propio Prado, claro– es que el cómic no fue ni su primera ni su única parada en el mundo del arte. Desde que era pequeño y gracias a su padre, se interesó por la literatura y la pintura, llegando incluso a hacer sus pinitos en ese campo a finales de los setenta. Además, cursó estudios de arquitectura. Por tanto, y aunque en la universidad quedó fascinado por autores de cómic como Moebius, Hugo Pratt o Sergio Toppi y decidiera intentar abrirse paso en ese medio, sus referentes artísticos iniciales provenían de otros medios distintos al comic, lo que le dio una perspectiva gráfica heterodoxa y personal que se alejaba de las frecuentes endogamias del medio.

Fragmentos de la Enciclopedia Délfica es, en definitiva, un conjunto de interesantes historias en las que Miguelanxo Prado demuestra una gran capacidad de síntesis narrativa, un agudo sentido de la observación del comportamiento humano y un enfoque humanista de la ciencia ficción muy distanciado de la fascinación fetichista por los logros tecnológicos y la figura heroica que lastra a otros creadores. No hay ni rastro de la pretenciosidad en la que fácilmente podría caerse habida cuenta de la escala narrativa escogida y, por el contrario, el cómic destaca por su sobriedad y contención. Prado realizaría en años posteriores obras más personales y sofisticadas desde todos los puntos de vista, pero pocos autores pueden presumir como él de un debut tan redondo y que haya envejecido tan bien como este.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".