Siendo la más joven de las tres, Antonietta Stella hubo de medirse en los escenarios con dos gigantescas rivales: Renata Tebaldi y Maria Callas. Pudo soportar las inevitables y algo siempre malignas comparaciones. Siendo su voz acorde con los cánones de belleza mediterránea, no tenía el esplendoroso y arrebatador timbre de la Tebaldi, pero sus agudos si bemoles eran más regulares y seguros. Sin el formidable talento dramático de Callas, sabía dar vida y presencia a todos sus personajes.
Su repertorio fue el propio y asociable a una lírica spinto de rica y poderosa sonoridad. Su dedicación bastante exclusiva al repertorio operístico, en su bien manejada y dilatada actividad llegó a medirse esporádicamente con Selika de Meyerbeer (en italiano), Linda de Chamounix de Donizetti, la Euridice de Gluck, la rara entonces y ahora Agnese von Hohenstauffen de Spontini, la Conchita de Zandonai (que no es otra que la gitana de La mujer y el pelele de Pierre Louis) y, en bastantes más ocasiones que las anteriores, una destacadísima Maddalena de Coigny de Giordano que le identifica mejor que las otras citadas. Se rindió a la tentación de cantar la tentadora ambición sopranil que es la Norma belliniana. Prueba superada con holgura.
Puccini fue un aprovechado objetivo suyo, pues destacó como Mimì, Tosca y Minnie sin dejar de lado la Butterfly. Pero Verdi fue su compositor de cabecera en una exhibición bastante completa de heroínas pertenecientes las cuatro etapas. La inicial (la terrible Odabella), la mediana (Leonora aragonesa)¡ y Violetta con Tullio Serafin (despertando las iras infundadas de Callas), la de transición (Leonora sevillana, Amelia, Elena, Luisa Miller) y la de madurez. Fue en esta donde su brilló con un fulgor especialmente luminoso: mucho más que con Desdemona sobre todo con Aida y Elisabetta di Valois. Dos interpretaciones simplemente modélicas.
Su técnica se lo permitía (un aplauso para quien la enseñó en la Academia de Santa Cecilia de Roma) y con esa seguridad su voz la respondía responder a cualquier desafío, mientras que su sensibilidad típicamente mediterránea ponía el remate. Bella y elegante en escena también por ello destacaba.
Nacida en Perugia el 15 de marzo de 1929 (a punto de cumplir, pues, 93 años), debutó en Spoletto como Leonora de Il trovatore en 1950 y de inmediato sería la otra Leonora de La forza del destino en Roma junto al Don Alvaro de Mario del Monaco. Se paseó preferentemente por teatros italianos, destacando sus alabadas participaciones en el Maggio Musicale Fiorentino, pero con infaltable presencias fuera de su país en los escenarios adecuados a su categoría: la Opera de París, la de Chicago, cuatro temporadas en el Met neoyorkino, el Colón de Buenos Aires, Covent Garden, el San Carlos de Lisboa, Viena y varias ciudades alemanas. Una algo tardía Tosca madrileña, junto a Pedro Lavirgen y Giuseppe Taddei, le permitió dar cuenta de su clase. También se presentó en Bilbao: Desdemona, Leonora de La Forza y Aida en 1955..
Felizmente dejó registros suficientes para que su carrera quedada perfectamente constatada, tanto en grabaciones de estudio como en vivo. Y lo que es más milagroso, quedan de ella en imágenes formidables testimonios: Andrea Chénier, Un ballo in maschera y La Fanciulla del West en Tokio
Su fallecimiento tuvo lugar el 23 de febrero del año en curso.
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