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Pinacoteca canora (I): Ildar Abdrazakov

Los países considerados eslavos y Rusia como referencia más evidente de ellos se han caracterizado, vocal y canoramente hablando, por la calidad y cantidad de sus voces graves: las masculinas de bajos o barítonos graves y las femeninas de mezzosopranos y contraltos.

No es de extrañar que su repertorio lírico abunde en papeles destinados a tales tesituras vocales. Una lista bien multitudinaria que nos puede ejemplificar Mussorgsky en sus dos representativas obras: en Boris Godunov, Varlaam y Pimen por un lado, y en Khovanshchina, Dosifei y Khovansky por otro, mientras que en ambas los principales personajes femeninos, respectivamente Marina y Marfa, están concebidos para mezzosopranos.

Verdi manejó y dio suculentos empeños para todo tipo de voces, de tenor a bajo, de soprano a contralto, llevando a cada una de ellas a sus extremas posibilidades desde el punto de vista instrumental y expresivo.

La tesitura de bajo no fue una excepción, brindando una extensa, definitiva gama de posibilidades al intérprete de esta cuerda. Desde el Zaccaria de Nabuco (la parte más exigida del fa grave al agudo) al Filippo de Don Carlo sin contar los dos extremos de su producción, Oberto y Falstaff que tanto pueden distribuirse a bajos como (normalmente) a barítonos. En Aida y Otello, sin embargo, aparecen los bajos como un complemento, aunque importante no tan decisivo como otros más destacados.

No es de extrañar que los cantantes rusos clasificables en esta categoría masculina de voz más grave hagan compatible en su actividad tanto las entidades patrias como las tan suculentas verdianas.

Se puede concluir, a partir de diversas manifestaciones al respecto a falta de una declaración expresa, que Verdi pensaba que el requisito esencial para un cantante de sus obras, fuese cual fuese su tesitura, era (y valga redundancia) que “cantara bien”. Como tal entendía: que apoyara la voz sul fiato y que, atento a las regulaciones, atacara las notas o las frases con precisión, las ligara bien entre sí sin caer en molestos portamenti (“arrastrar” el sonido entre las notas), que el texto se escuchara con nitidez y que lo coloreara variadamente. Es decir, unas condiciones que pueden en realidad extenderse del canto verdiano al de cualquier otro compositor.

Un oyente, sin embargo, experimentado y atento, pensaría (o desearía, o agradecería) que a esas cualidades de punto de partida, el intérprete poseyera además unos medios bellos, nobles y homogéneos, acordes con la calidad de las melodías verdianas. En todas las cuerdas, incluidas las de los bajos que a menudo asumen partes asociadas a entidades de carácter regio, sacro o de destacada posición social o humana.

Se llega al meollo de la cuestión. En notable posesión todas esas condiciones concurren en el bajo ruso Ildal  Abdrazakov, quien ocasionalmente asume partes baritonales también. Nacido en 1976 se encuentra hoy en lo máximo de su carrera tras un debut facilitado al triunfar en un concurso de canto televisivo en 2001.

 Abdrazakov (su hermano Askar disfruta también de la cualidad de bajo) cantó y en muchos casos grabó partes del repertorio de su país de origen: Igor, Susanin, Gremin, sin que falte el inevitable Boris Godunov. Agilizó la voz con partes mozartianas y rossinianas, junto a otras italianas de Donizetti y Bellini. Tampoco se le escapó el repertorio galo, sobre todo el jugoso Méphistophélès de Gounod o el petulante Escamillo de Bizet, mientras que sus empeños germanos, de momento, parece reducirse únicamente al Don Fernando del Fidelio beethoveniano, cantado en la Scala milanesa de 2003 con Riccardo Muti.

 Abdrazakov se beneficia de un físico muy favorecedor, una presencia que le ayuda a redondear la mayoría de sus personajes, una circunstancia que hoy es un añadido más para el éxito de un cantante.

En octubre de 2018, producido por Valérie Gross y en toma sonora de la calidad acostumbrada por el sello Deutsche Grammophon (ingenieros: François Groupil y Johannes Goyette), grabó Abdrazakov en Montreal un disco dedicado exclusivamente a Verdi. Contó con la sólida orquesta Metropolitana de la ciudad canadiense y su propio coro engrandeciendo los momentos donde interviene, todos bajo la dirección de Yannick Nézet-Séguin, una batuta hoy predilecta de cantantes para estos menesteres, junto a las de Antonio Pappano y Marco Armiliato, por citar únicamente dos entre algunas más.

Un registro donde el solista hace repaso generoso a la escritura verdiana para bajos, por vocalidad y caracterización: de Oberto y Zaccaria a Filippo. Como complemento, el barítono canadiense Geoffroy Salvas le da réplicas cual pérfido Wurm y destacadamente el tenor mexicano Rolando Villazón colabora asumiendo partes menores, pero necesarias para dar el exacto contenido de las páginas, como Uldino e Ismaele. Práctica hoy día felizmente generalizada en este tipo de realizaciones.

Como información adicional, Villazón y  Abdrazakov son muy amigos, hasta el punto de compartir (en 2016) un cedé, misma agrupación instrumental y director, con obras de Bizet, Boito, Gounod, Donizetti y el mismo Verdi, añadiendo un remate cancioneril propio de la nacionalidad de cada intérprete, Granada el tenor y Ojos negros el bajo.

Tras las condiciones instrumentales imprescindibles para sacar adelante estas páginas verdianas, existen personajes bien definidos por el compositor y que un cantante ha de definir y vivificar al tratarse de momentos donde se refleja un instante álgido de su manera de ser o de su situación especial en el desarrollo de la trama. Ahí acierta de nuevo Abdrazakov ‒buen intérprete, que ya ha incorporado esa parte en un escenario‒, pues se involucra en ello poner en claro la solemnidad sacra y rebelde de Zaccaria, las alucinaciones de Attila, la orgullosa y a la vez paternal esencia de Fiesco, la serena nobleza teñida de onerosos presagios de Banquo, la atormentada soledad de Filippo, el sentimiento patriótico y rebelde de Procida, el ciego sentido del honor de Oberto. el discutible paternalismo de Walter o la amargura de la madurez sentimental de Silva, donde transmite la energía, tan contrastado con el aria, de la cabaletta (repetida como todas las demás incluidas en el registro) escrita a favor de su colega predecesor Ignazio Marini.

Abdrazakob ha conseguido, pues, realizar un disco importante y, en consecuencia, muy representativo de su personalidad artística. Un precioso legado sonoro para la posteridad.

Muchos aficionados recordaran la mayoría de estas arias interpretaciones ya míticas (o al menos de repetido disfrute) realizadas por nombres como los de Alexander Kipnis, Tancredi Pasero, Nazzareno de Angelis, Ezio Pinza, Boris Christof, Nicola Rossi-Lemeni, Cesare Siepi, Nicolai Ghiaurov, Samuel Ramey.  Abdrazakov puede, en general, medirse y no quedar orillado y menos empequeñecido ante estos titanes de la cuerda grave al servicio del genio verdiano.

Abdrazakov ha sido presencia permanente en temporadas españolas con su amplio repertorio: La Coruña, Bilbao, Oviedo, Barcelona y Madrid. Ello quiere decir que los teatros españoles comparten semejante calidad, por fin, que el resto de la competencia operística internacional.

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Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).