Entre 1986 y 1993 publicó Álvaro Mutis (1923-2013) las narraciones que componen la saga del Gaviero: La Nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del tramp steamer, Amirbar, Abdul Bashur soñador de navios, Tríptico de mar y tierra.
Leídas en tal secuencia pueden parecer un cómic, la sucesión de episodios intercambiables que hacen un destino pero que no tienen destino, que carecen de una meta. Esta carencia define y autodefíne ‒a través de la voz de Mutis, que se va confundiendo con la de Maqroll– a Maqroll.
Sus empresas son «caídas, decisiones erróneas, callejones sin salida, una fervorosa vocación de felicidad constantemente traicionada, una necesidad de míseros fracasos». Reescrita en clave de frustración, la historieta remite a su modelo mayor; la novela de caballerías, trasladada a un vago almanaque del siglo XX y sustituyendo el caballo por la nave.
El Gaviero deambula solo por un mundo en el que no reconoce patria pero que le ofrece incontables itinerarios. Si apelo a la figura del caballero es porque una implícita aristocracia anima a este personaje que se encarama en la gavia.
Como buen aristócrata a destiempo es individualista, algo anárquico, confiado en la providencia, fóbico del dinero y la política, y encantado por el noble sabor de las causas perdidas.
El caballero no busca el éxito ni codicia la fama. En rigor, se abandona a la bella madeja de la aventura. El trayecto sin búsqueda está lleno de encuentros. El más importante es Abdul Bashur, que adquiere el perfil de un escudero. Es la contrafaz de Maqroll, una llave para abrir la puerta del hampa. Inconvencional y marginado, seduce al Gaviero porque éste también, en la altura, ocupa un margen y, en su calidad de noble extraviado en un contexto plebeyo, se siente más atraído por los hampones, miserables e irregulares, pero también solidarios.
Por otra parte, si Maqroll es contemplativo e indeciso (la indecisión le permite ver el mundo como un espectáculo, aceptar sus inopinadas bellezas), Abdul es emprendedor. Tiene cierto arraigo en la vida, encarnada en esa mujer, Dona, cuyos favores comparte con el otro.
En cambio, el Gaviero es más rigurosamente caballeresco. La mujer lo fascina si está distante y se convierte en anhelo o recuerdo, pero es la mitad extraña, extranjera, de la vida.
Lo familiar para Maqroll. aparte de su radical soledad, es el colectivo masculino: el barco, la cárcel, el cuartel, la panda. Un colectivo signado por su esterilidad. Hay. quizás al fondo de la fábula, una propuesta moral que Mutis nos hace sin que el personaje se entere: la aventura contiene actos buenos y malos, pero que son los componentes de la ambigüedad ética del hombre. Nunca conforman un acto de mal puro. Por eso el Gaviero no recala jamás en tierra ni remonta hacia las alturas descarnadas de la muerte. Cosas y personas se le van de las manos, las pierde en la aniquilación o el rezago, mientras él sigue vagando, infatigable.
Mutis se ha hecho la mano en la poesía y así su saga es un largo poema en prosa, reflexivo y descriptivo, más que narrativo, una serga caballeresca en verso libre. Su elocución es estricta y vigilada. La reserva densa de una prosa americana en la tradición de Reyes, Borges y Rulfo, y que le ahorra deslizarse hacia la prestidigitación y la truculencia de ilustres paisanos suyos. Y ya que estamos de referencias, es inevitable acordarse de Conrad, de ese providencialismo conradiano que va de la maldad de la historia (El corazón de las tinieblas) a la elección del buen capitán, impávido en plena tempestad (El negro del «Narciso», Tifón).
Mutis le confía la voz al sereno comandante de La línea de sombra. Como él. es músico y navegante.
Imagen superior © Fundación Princesa de Asturias.
Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en ABC. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.