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Pirandello y Cervantes

En la introducción a la primera parte del QuijoteCervantes señala que el libro «…se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación.»

Luigi Pirandello quedó muy impresionado por este documento. También por la propuesta estética de índole ética que el propio Cervantes formula líneas antes. Dicho con más o menos palabras: que nada puede exceder el orden natural, el cual consiste en que cada cosa genera su semejanza.

De alguna manera, Don Quijote sale a divagar por los caminos en busca de semejantes, hasta comprobar que no los tiene, que el mundo le es extraño tanto como él resulta extraño al mundo. Pirandello subraya la dualidad del personaje cervantino, el hecho de que sea, a la vez, amargo y ridículo. El dolor hace reír, vendría a concluir Cervantes y hoy la conclusión nos suena a pirandelliana.

La risa del personaje de Así es si os parece, que cierra cada acto de la pieza, se dirige a una historia patética a la cual su carcajada salva del melodrama. El autor, tanto como sus personajes, están cervantinamente iguales en una cárcel.

Se trata de un lugar a la vez real y metafórico. Aunque Cervantes salga de la prisión, seguirá preso en su imaginario. Algunos estudiosos de Pirandello, como Giovanni Macchia, han subrayado esta correspondencia cervantina en el escritor siciliano.

Al fondo de la cárcel hay una habitación destinada a la tortura, donde el escritor va en un ejercicio de autopunición. No por pecados o delitos propios sino, simbólicamente, de la humanidad. En esa estancia del dolor los seres ficticios se vuelven reales en la medida en que los seres reales admiten su calidad ficcional.

Esta dialéctica parece pirandelliana, del Pirandello que hace bajar a sus criaturas a la platea, les hace reconocer su naturaleza real, al tiempo que involucra a los espectadores reales en la ficción escénica. Es el Pirandello de Esta noche se improvisa, Cada cual a su juego, Seis personajes en busca de autor.

Este pirandellismo es cervantino y así lo reconoció el dramaturgo. Las incertidumbres del barroco, suavizadas por la ironía de la fábula y la bonhomía de la prosa, lo tornan contemporáneo.

Hay un momento en el cual las locuras de Don Quijote y de Enrique IV, ambos nombres ficticios, se confunden en su denuncia de la locura del mundo. Don Luis y don Miguel vuelven a encontrarse, con una doliente y urbana sonrisa, en la estancia de la tortura.

Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en la revista Cuadernos Hispanoamericanos. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")