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«El hombre demolido» (1953), de Alfred Bester

La mayoría de las historias de ciencia ficción intentan, en su ansia por hacer creíble su particular visión del futuro, utilizar alguna teoría científica que refuerce su plausibilidad. Sin embargo, existe también la opinión entre algunos autores de que disciplinas menos “puras” como la psicología o la sociología deberían considerarse también, en este contexto, como ciencias. Yendo aún más lejos, hay quienes han recurrido a ideas clara y ampliamente consideradas como seudociencias, como los poderes mentales (telepatía, telequinesis, percepción extrasensorial…)

Los más puristas pueden renegar de tal opción, pero al fin y al cabo la ciencia ficción no ha vacilado en utilizar generosamente el viaje a la velocidad de la luz o a través del tiempo, fenómenos tan imposibles o más que la telepatía. Lo importante aquí no es que esos hechos sean o no posibles de acuerdo a la ciencia que hoy conocemos, sino que sean verosímiles, que el autor los sustente sobre una base sólida, lógica, coherente y materialista y que sirvan para narrar una buena historia.

La novela que ahora comentamos es un buen ejemplo de todo ello.

Alfred Bester tuvo una relación esporádica pero intensa con la ciencia-ficción. Su carrera ha incluido guiones de temas diversos para la televisión, la radio y los cómics así como labores editoriales. Sin embargo, fue con la ciencia ficción con la que su carrera empezó y terminó y aunque el número de historias que produjo para ella no fue muy elevado, su calidad, su innovador uso de los elementos propios del género y su talento para la utilización del vocabulario fue tal que su nombre ha quedado grabado en letras de oro, considerándosele uno de los autores más influyentes de la ciencia ficción. En 2001, catorce años después de su muerte, fue incluido en el Science Fiction Hall of Fame.

Bester nació en 1913 en Nueva York. Estudió humanidades y psicología en la Universidad de Pensilvania y empezó a trabajar para una empresa de relaciones públicas. Fue entonces cuando comenzó a escribir. En 1939, una de sus historias, “La Flecha Rota”, ganó un premio y fue publicada en el número de abril de la revista Thrilling Wonder Stories –entonces editada por Mort Weisinger‒ junto a relatos de Henry KuttnerEando BinderClifford D.Simak o Ray Cummings.

A comienzos de los cuarenta, la inteligencia y estilo de sus historias le hizo merecedor de codearse con los mejores escritores en el Astounding Science Fiction de John W.Campbell. En plena Edad de Oro, su nombre había pasado a relacionarse con el de Isaac AsimovRobert A. Heinlein o A.E. van Vogt. Sin embargo, poco después de dar el gran salto, Mort Weisinger dejó Thrilling Wonder Stories para fichar por DC Cómics como editor. Bester se fue con él, encargándose de escribir guiones para Superman y Green Lantern además de colaborar en las tiras de prensa de Mandrake el Mago y El Hombre Enmascarado. La última historia de ciencia ficción que le vendió a Campbell apareció publicada en agosto de 1942.

Imagen superior: Green Lantern en «All-American Comics» nº 67 (julio-agosto de 1945), con guión de Alfred Bester y dibujo de Paul Reinman.

Su etapa como guionista de cómics le dio la oportunidad de aprender los resortes del dramatismo efectista y el ritmo narrativo. Abandonó los cómic books por la radio, trabajando para los seriales de Nic CarterCharlie ChanLa Sombra o Nero Wolfe entre otros. Sus historias para estos personajes se beneficiaron de su experiencia como escritor de cómics en lo que se refería a visualización, diálogo y economía de medios.

Pero la ciencia ficción le seguía llamando, y a ella se agarró como salvavidas de una trayectoria literaria crecientemente insatisfactoria a pesar de que las tarifas que pagaban la revistas eran considerablemente menores.

Galaxy Science Fiction, inaugurada en 1950 y editada por Horace L.Gold, estaba en plena expansión y en sus páginas tuvo en 1952 la oportunidad de serializar la que sería su primera novela, El hombre demolido (editada en formato de libro un año después). En la primera World Science Fiction Convention, celebrada en Filadelfia en 1953, los aficionados le otorgaron el primer Premio Hugo concedido a la Mejor Novela. Hoy sigue siendo una obra maestra del género, rebosante de estilo, energía y originalidad tanto en su fondo como en su forma.

La historia sigue el descenso a los infiernos mentales de Ben Reich, un rico y poderoso hombre de negocios del siglo XXIV que, obsesionado por sus pesadillas, decide asesinar a su rival, D´Courtney, quien se ha negado a firmar un acuerdo de colaboración entre sus respectivos imperios financieros. Pero tal objetivo no es en absoluto fácil. De hecho, hace más de setenta años que no se registra un asesinato. ¿La razón? Esa sociedad del futuro gira alrededor de los telépatas, conocidos comúnmente como ésperes, que han revolucionado los negocios, el gobierno, la medicina… y la lucha contra el crimen, puesto que son capaces de detectar las intenciones en la mente del malhechor y detenerlo antes de que lleve a término el acto ilegal.

Reich elabora un ingenioso plan en el que involucra a un telépata corrupto y que impedirá que nadie sospeche de él. A punto está de salirse con la suya, pero su crimen es accidentalmente presenciado por la hija de D´Courtney, Bárbara, quien se da a la fuga. Se desata entonces una desesperada carrera por encontrar a la chica, un duelo de inteligencia y resolución entre Reich y el prefecto telépata de la policía, Lincoln Powell. Éste tiene a sus órdenes un ejército de ésperes con el que infiltrarse en el imperio financiero del asesino en busca de pruebas; pero Reich es astuto, despiadado y, sobre todo, muy rico; su fortuna le proporciona inmensos recursos con los que bloquear los movimientos de su adversario. Pero, ¿durante cuánto tiempo? Si lo atrapan, el castigo será la “demolición”: un lavado de cerebro y la sustitución de la antigua personalidad por una nueva. Pero si triunfa, cambiará el mundo.

La novela nos presenta una sociedad en la que una parte importante de la población tiene poderes telepáticos, una noción difícilmente plausible desde un punto de vista científico. Sin embargo, en su exploración de esta premisa, Bester considera claramente los argumentos racionales a favor y en contra de la telepatía, e intenta extrapolar tan clara y verosímilmente como sea posible, los efectos que los poderes mentales podrían tener en una sociedad. Describe una América que ha evolucionado de una forma muy distinta a como lo habría hecho bajo circunstancias “normales”, una especie de utopía en la que el crimen es muy anómalo.

Pero Bester examina también la otra cara de la moneda consiguiendo en el proceso mantener un difícil equilibro. Es fácil introducir un elemento que corrompa la supuesta utopía y la convierta en una distopia indeseable. Sin embargo, Bester no cae en la trampa. No estamos ante una falsa utopía, sino ante una sociedad que ha superado algunos graves problemas a base de crear otros. Aunque la capacidad telepática se presenta de forma positiva, como una fuerza con gran potencial para el progreso, la posibilidad del abuso y la explotación no han desaparecido. Y es que aunque la capacidad física e intelectual hayan mejorado, aunque la tecnología haga la vida más fácil, la naturaleza humana sigue siendo básicamente la misma.

Es ese potencial para el mal que anida en naturaleza humana lo que podría convertir el futuro “telépata” de Bester en un lugar opresivo e incluso peligroso: no hay privacidad, nadie tiene sus pensamientos a salvo; aunque agrupados en un estricto gremio cuyo código ético prohíbe utilizar los poderes de forma arbitraria, los ésperes a menudo ocupan puestos en departamentos de selección de personal, actúan en hospitales, ejercen de policías… las mentes de aquellos que no estén dotados telepáticamente están indefensas a su escrutinio.

Por otra parte, el propio gremio de telépatas es una asociación elitista que contempla a los “normales” con clara condescendencia, encierra intrigas y rencillas en su seno, no perdona la deslealtad y tolera cismas y movimientos radicales de corte fascista.

Una de las claves de la ininterrumpida validez de El hombre demolido es su atemporalidad. Hay pocas referencias tecnológicas susceptibles de caducar (la más llamativa es el ordenador a base de tarjetas perforadas). Pero sobre todo su vigencia se la debe a su sujeción aparente a ciertos tópicos claramente asociados con el género policiaco: un asesinato “perfecto”, el inteligente criminal, el perseverante detective que le persigue, la participación en el asunto tanto de las capas más adineradas y corruptas de la sociedad como del pintoresco hampa de los bajos fondos, un ritmo narrativo rápido y directo…

Sin embargo, hay detalles que indican que Bester estaba más interesado en otras cuestiones además de la meramente detectivesca. Para empezar, desde el comienzo sabemos quién es el asesino, sus motivaciones y su método. El misterio, la intriga, consiste en averiguar si el eficiente telépata policía Powell –que ha leído la mente de Reich y sabe con seguridad de su culpabilidad, pero no puede presentarlo como prueba ante un tribunal‒ conseguirá demostrar que su adversario es el asesino.

El lector no tarda en darse cuenta de que el corazón del relato es la exploración en clave de terror de la psicopatología de Reich: su incapacidad para ver las claras intenciones de su competidor/víctima, el recurrente “Hombre sin Cara” que acosa sus sueños, su insistencia en filtrar el mundo real a través de su creciente demencia, su complejo edípico, la frustración que siente por su dependencia personal y profesional de los telépatas… El final del libro es una escalofriante pesadilla mental que mezcla la degradación de la identidad, los recuerdos y la noción de realidad de una forma muy parecida a la que Philip K.Dick adoptaría años más tarde.

El personaje principal, Ben Reich, es un borrador del que Bester presentaría algo después para su segunda y más famosa novela, ¡Tigre!, ¡Tigre! (1956), Gully Foyle. Ambos son “chicos malos”, rebeldes, individualistas que se oponen al conformismo social. Pero aunque los dos persiguen los objetos de su deseo sin demasiada consideración por las leyes de la sociedad, Reich es menos seductor que Foyle: arrogante, ambicioso y dispuesto a utilizar toda su riqueza para conseguir lo que desea.

Si a pesar de ello el lector puede sentir cierta simpatía hacia este asesino, es por su insurrección contra la creciente inhumanidad que acecha al mundo en el que vive. Por un lado, los ésperes y su política eugenésica y actitud racista poco velada hacia los “normales”; por otro, el Viejo Moisés, una computadora encargada de impartir justicia, quizá la actividad tradicionalmente más humana de todas. De alguna forma, el crimen de Reich es una oportunidad para los “normales”. Si consigue evitar la demolición, un “normal” habrá conseguido burlar la red de seguridad telépata, se habrá convertido en el hombre más poderoso de la galaxia. Su fracaso –que el crimen sea finalmente sancionado‒ conllevará algo más que un castigo individual, significará la “demolición” del futuro de los “normales”.

La originalidad y la fuerza de El hombre demolido no reside únicamente en la originalidad de su planteamiento y desarrollo y las capas de significado que esconde, sino en el estilo literario. Bester plasma con brillantez vanguardista las sutiles conversaciones entre los telépatas, un tipo de comunicación que mezcla lo verbal, lo visual, lo icónico y lo emocional. Anticipando posteriores tendencias posmodernas, el autor varía la tipografía, deshace la linealidad, juega con el espacio y estructura las conversaciones en bloques interrelacionados, estirando al máximo los límites del texto para sugerir la intersección y solapamiento de los intercambios mentales. La forma y disposición de las palabras se convierten, también, en parte del significado.

Fue gracias a novelas como esta que Bester se ganó el aprecio de aficionados y autores, quienes años más tarde vieron en él a un pionero de la New Wave y el ciberpunk. Quizá su legado más evidente fue el que podemos ver en la serie televisiva Babylon 5 (1994-98). Su creador y guionista, J. Michael Straczynski introdujo en ese universo una casta de telépatas organizados en niveles, asociados en una organización opaca y sujetos a entrenamiento temprano y un despiadado programa eugenésico. El cariñoso homenaje de Straczynski le llevó a bautizar a uno de los telépatas más malvados e influyentes como Alfred Bester (magníficamente interpretado por Walter Koenig).

El hombre demolido es una historia policiaca y de ciencia ficción sazonada con teoría freudiana. Pero, sobre todo, es una auténtica novela de ciencia ficción: diseña un cambio implausible en la sociedad y luego lo extrapola de forma coherente para examinar las consecuencias que aquél tendría en el desarrollo de la civilización. El libro es una joya de la especulación sociológica, un clásico imprescindible y una prueba de que no es necesario utilizar ciencia pura para conseguir ciencia ficción pura.

Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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