En El Gaucho (1991), Milo Manara, que ya colaboró con Hugo Pratt en un proyecto anterior, Verano indio (Tutto ricominciò con un’estate indiana, 1983), pone en imágenes este guión de Pratt que, pese a la rotundidad del título, apenas tiene que ver con lo gauchesco.
Los acontecimientos que forman la personalidad del protagonista de El Gaucho quedan alejados de esa tipología. El personaje central, Tom Browne, es un anciano casi centenario que habita en la toldería del cacique Namuncurá. Un soldado, Hermosid, escucha su narración y toma nota de unos recuerdos que se remontan a 1806, cuando Browne era tambor de infantería y contaba dieciséis años.
Comienza así un drama cuyo primer escenario es la escuadra inglesa al mando de Sir Home Popham, en los momentos previos a la primera invasión de Buenos Aires. Los navíos transportan al 71 ° regimiento de Cazadores Escoceses, un destacamento de artilleros y otro de dragones. Quien dirige esa fuerza militar es el brigadier Beresford.
A bordo de la fragata Encounter, el contramaestre Clagg y el marino Matthew llaman al orden a las prostitutas irlandesas que procuran placer a la oficialidad. Una de ellas, Molly Malone, amante de Popham, despierta los amores de Matthew, pero éste, un jorobado, no alberga esperanzas. Por su parte, la muchacha se ha encaprichado de Browne.
Hasta aquí, lo que tenemos es un enredo sentimental de escasa originalidad. Los acontecimientos que siguen son casi un inventario de los estereotipos americanos preferidos por Pratt, puestos en imágenes, con su habitual sensualidad, por Milo Manara.
Cuando Browne desembarca para servir de enlace con un grupo de rebeldes, conoce a José Otalora, un mestizo que quiere verse libre de los terratenientes criollos. El paralelismo que cabe trazar con otros rebeldes de la obra de Pratt es patente, sobre todo si nos referimos a sus cangaçeiros: esos forajidos del nordeste brasileño, asociados siempre a cultos de raigambre africana (Un hombre una aventura / L’uomo del Sertao, 1978; Bajo el signo de Capricornio, 1985). Recordemos que el principal cangaçeiro de Pratt, Tiro-Fijo, era un protegido de la bruja Boca Dorada, y que Mãe Sabina empleaba sus dones para mantener vivo a otro personaje similar, Gringo Vargas.
En este caso, y para no variar la tipología, el tal José es un adepto del candomblé. Queda así de manifiesto un claro propósito de asociar la negritud con ritos como la umbanda o el vudú. Inevitablemente, Pratt se siente fascinado por esas prácticas religiosas afroamericanas y reitera una vez tras otra esa imagen de indudable exotismo.
En El Gaucho, además, la tragedia es un destino fácil de adivinar. Cuando un grupo de soldados españoles interrumpe al galope el culto al que Tom que ha sido invitado, éste intenta defender a los creyentes, pero sin fortuna. Otalora es derribado a bayonetazos y poco después su cabeza degollada pende de una de las monturas a modo de trofeo.
Sinopsis
Molly Malone, ex prostituta, viaja al Nuevo Mundo, un lugar salvaje y despiadado. Una de las colaboraciones Pratt–Manara.
Hugo Pratt es uno de los pocos autores de cómic, junto con sus adorados Milton Caniff y Will Eisner entre otros, que se ha ganado un lugar en la historia del género. Un maestro que ha creado escuela y cuenta con prolífica producción publicada en múltiples ediciones.
La vida de Pratt se asemeja en gran medida a la de su creación más importante, Corto Maltés. Viajero incansable, pese a ser natural de Rimini Pratt se declara veneciano, pues pasó toda su infancia en la capital del Véneto. Pronto se trasladó a Etiopía con su familia, para volver a Italia justo después de la II Guerra Mundial. En 1949 emigró a Buenos Aires para trabajar en la Editorial Abril. Allí conoció a los grandes dibujantes de la historieta argentina como José Muñoz, Francisco Solano López y H.G. Oesterheld. Fue con este último con quien creó series tan míticas como Sgt. Kirk, Ernie Pike o Ticonderoga. Después de viajar por toda Sudamérica, finalmente regresa a Italia, donde entró a trabajar en la publicación infantil Il Corriere dei Piccoli e inició las adaptaciones al cómic de la obra magna de Emilio Salgari, Sandokán, un proyecto que quedó interrumpido por el sorprendente éxito de Corto Maltés.
A partir de entonces, Hugo Pratt saltó a lo más alto del Noveno Arte, cosa que le permitió seguir viajando y documentándose para la que ha sido su mayor obra.
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