En abril de 2020 nos dejaron para siempre dos cantantes de importante y fructífera carrera, cada una en su estilo, con diferente personalidad, ambas dignas de un cariñoso recuerdo y un merecido homenaje.
Arlene Saunders, estadounidense de Cleveland y nacida en 1930, mantuvo un repertorio como muchas cantantes de su nacionalidad, inquieto y diversificado. Podía cantar Mozart y pasar sin problemas a Puccini; de hecho, uno de sus mejores legados de una Fanciulla del West en el Colón de Buenos Aires de 1979 con Gianpiero Mastromei y Plácido Domingo. Justamente junto al tenor madrileño participo en su debut como Lohengrin en Hamburgo, ópera estatal a la que estuvo afecta durante años dejando algunos documentos visuales de interés. Como Agathe en Der Freischütz con el inmenso Kaspar Glottob Frick y el Max del malogrado Ernst Kozub o una Condesa Almaviva mozartiana con Tom Krause y Heinz Blankenburg. Asimismo en Hamburgo filmó para televisión una espléndida Madama Euterpova de Help Help, the Globolinks la divertida partitura infantil de Menotti.
La voz de la Saunders pasó de ser una lírica con buen cuerpo y timbre (Eva de Los maestros cantores, Louise de Charpentier, Micaela de Carmen) a la categoría de spinto enfrentándose a partes más exigentes y de variada significación: Emilia Marty de Janácek, Giorgetta de Puccini, incluso Santuzza de Mascagni. En 1971 participó en el estreno de Beatrix Cenci de Ginastera inaugurando el Kennedy Center de Wahington.
De otra materia estaba hecha la voz de Jeannette Pilou, soprano esencialmente lírica a cuya consideración vocal se mantuvo siempre en su actividad canora. Nacida en Egipto en 1937 de padres griegos debutó muy joven, a los 21 años en Milán. Cantó a Mozart (Susanna y Zerlina), brilló como la Micaela de Bizet (que grabó junto a la Crespin y se le escuchó con Christa Ludwig) y destacó como la Juliette y la Marguerite de Gounod (esta última disfrutada en Madrid en 1979) y muy especialmente cual Manon de Massenet de la que dejó testimonios valiosísimos junto a Jaime Aragall (con quien cantaría a menudo otras partes) y Alfredo Kraus. Sin que ninguno de los dos tenores, el catalán con su suntuosa belleza vocal, el canario con su aristocracia canora, la ningunearan.
También se adaptó cómodamente a heroínas puccinianas como Liù, Butterfly o Mimì (que cantó en el Liceo en 1974 y 1977). La voz de la Pilou no era precisamente bella ni tampoco generosa de volumen y el registro agudo sonaba a menudo algo chirriante o gritón, pero era una artista de exquisita sensibilidad, que daba a sus personajes un encanto y una expresividad tan distinguida como eficiente.
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