Umberto Eco ha sido quien mejor ha descrito a Hugo Pratt. “Que Pratt se sepa un mito (si no él, sus personajes) lo dice el hecho de que gran parte de su obra gráfica más interesante esté dedicada a documentar los mundos de los que nos habla en sus historias. Pratt se glosa. No es inmodestia: hace aquello que le piden sus lectores. Quieren saber si era de verdad lo que había contado”.
Esta sensación de que el aventurero y el dibujante se identifican queda reforzada en Diario de guerra, la serie de cómics bélicos que el dibujante realizó, entre 1959 y 1963, para la editorial Fleetway, y que en su momento apareció en revistas como War Picture Library, War at Sea Picture Library, Battle Picture Library, Thriller Picture Library y Battler Britton.
La primera etapa de esta serie fue escrita por V.A.L. Holding, E. Evans, Alf Wallace, Fred Baker y Donne Avenell. En sus guiones, todos ellos coinciden en el tono del cine bélico inglés de la época, representado por cintas como Yo fui el doble de Montgomery y Fugitivos del desierto.
En este sentido, podemos valorar este cómic por su vertiente clásica, ceñida a aventuras y a hazañas que, cuando Fleetway las publicó, aún estaban en la memoria de los lectores ingleses ¿Y qué decir del dibujo de Pratt? Maestro indiscutible del entintado, el italiano imprime su sello personal a cada viñeta, reproduciendo minuciosamente este universo de armas, uniformes y paisajes indómitos.
Al igual que muchos de sus lectores, Hugo Pratt tenía recuerdos personales de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, su contacto más intenso con la contienda fue artístico, y guarda relación con otra serie de la misma temática: Ernie Pike.
¿En qué medida su participación en el proyecto de Fleetway debe relacionarse con su etapa argentina? La respuesta a esta pregunta, como ahora verán, sitúa en su contexto a este Diario de guerra.
En diciembre de 1945, Pratt conoce al dibujante Mario Faustinelli, fundador de la revista Albo Uragano, que al cabo de dos años pasa a llamarse Asso di Picche-Comics, subrayando así la figura del personaje principal, un justiciero enmascarado al estilo de los comic-books estadounidenses.
El apoyo de Faustinelli va a ser primordial en la carrera de Pratt. Convertido en ilustrador profesional, este empieza a trabajar junto al escritor Alberto Ongaro y los artistas Damiano Damiani, Paolo Campani, Giorgio Bellavitis y Dino Batiaglia. A esta época pertenecen Ray e Roy (1946), Indian Lore (1947), Indian River (1948) y Junglemen (1949), todas ellas historietas de un Pratt primerizo, aún inseguro de su estilo.
Desde 1948, L‘Asso di Picche aparece en las páginas de Salgari, una revista publicada en Argentina por la Editorial Abril. El director, César Civita, ofrece a Pratt y a Faustinelli la posibilidad de dibujar en Buenos Aires. Aceptadas las condiciones del contrato, ambos dejan Italia en noviembre de 1949. Casi desde el primer momento, el recién llegado busca el modo de entrar en sociedad. El encanto que la bohemia bonaerense ejerce sobre él va más allá de los tópicos sobre el mundo porteño.
Alejado de cafés y salones de baile, también se integra en el ambiente profesional. Conoce, entre otros, a José Luis Salinas, el magistral dibujante argentino llevado a la popularidad por la serie aventurera Hernán el corsario (1936-1946).
Por esta época, su estilo, emparentado con la línea clara de la escuela francobelga, ha madurado definitivamente gracias al estudio de la técnica de pincel desarrollada por Milton Caniff (una influencia obvia en Diario de guerra). En el capítulo de los guiones, debo resaltar la personalidad del escritor que acierta a mostrarse compañero ideal del italiano: Héctor Germán Oesterheld (1919-1977), cuyo talento sale a relucir en la primera colaboración entre ambos, Sgt. Kirk (1953).
Demostrando sus arrestos como creador, Oesterheld decide afrontar una aventura editorial para la que tendrá que realizar un número insólito de guiones: funda junto a su hermano Jorge las Ediciones Frontera, empresa que comercializa las revistas Hora Cero y Frontera, poniendo posteriormente a la venta Hora Cero Extra, Frontera Extra y Hora Cero Semanal. Todas las historietas incluidas en esas publicaciones están firmadas por Oesterheld, pero semejante proliferación no significa un descenso de la calidad. Antes al contrario, el nivel medio de guión y dibujo es muy satisfactorio.
A las pruebas me remito. En las páginas del primer número de Frontera, Solano López ilustra Joe Zonda, Pavone se encarga de Verdugo Ranch y Roume de Tipp Kenya. La cuarta serie, Ticonderoga, queda bajo la responsabilidad de Pratt, quien tiene aquí oportunidad de desarrollar uno de sus asuntos favoritos, las guerras francoinglesas en el siglo XVIII americano.
En 1957, Hugo se une a otro excelente artista, Alberto Breccia, para colaborar en la Escuela Panamericana de Arte que dirige Enrique Lipszyc. El italiano hace compatible esa actividad con el desarrollo de series como Lord Crack y Lobo Conrad, aparecidas en Hora Cero, la misma cabecera que albergará otra colaboración importante con Oesterheld, la ya citada Ernie Pike (1957), una magistral historieta bélica protagonizada por un corresponsal de guerra.
El personaje de Pike, inspirado en el periodista Ernie Pyle, se ganó el interés de los lectores de Hora Cero desde su primera aparición, en mayo de 1957.
El aprendizaje de Pratt en Ediciones Frontera y su maduración como narrador se traducen en una primera obra firmada en solitario, Ann y Dan (1959), aventura africana de ambiente colonial. Pese a su desaprobación del imperialismo, persiste en esta historieta cierta fascinación por los ejércitos aristocráticos, fieles a honorables dictados, enfrentados de continuo a tribus guerreras de fiereza inequívoca.
En 1953, Pratt retorna a Venecia y se casa con Gucky Wogerer, con quien tiene dos hijos, Lucas y Marina. Tras su divorcio, en 1957 contrae matrimonio en México con Anne Frognier. Estos cambios en su vida personal coinciden con la etapa en que trabaja para Fleetway.
Tras ese período de trabajo en Londres, Hugo Pratt regresa a Buenos Aires y firma un contrato con Ediciones Yago. Desde 1962, la revista Supermisterix publica las planchas de Capitán Cormorán y Wheeling. Sin embargo, pese a la calidad de estas dos colecciones, la crisis económica argentina dificulta su situación profesional, y Pratt decide finalmente volver a Italia, donde encuentra ocupación en el Corriere dei Piccoli. Cuando retorna a Italia en 1962, Pratt ya ha completado treinta y cuatro episodios de Ernie Pike. Obviamente, no es difícil vincular esa obra con el estilo que el dibujante emplea en los trabajos reunidos en Diario de guerra.
Soy un aficionado chapado a la antigua en materia de cómic bélico. Por eso me parecen tan atractivos el heroísmo y el apego a la aventura que se respiran en esta serie de cómics. A la maestría del dibujo de Pratt se añade aquí la épica aventurera de unos guiones en los que, como es de ley en este género, abundan las emociones, el riesgo y, ocasionalmente, un gratísimo sentido del humor.
Pratt es autor de otras estupendas aventuras de guerra –el ciclo de Los Escorpiones del Desierto es memorable–, pero su estilo resulta más sutil y menos maniqueo que el de los guionistas de Fleetway. No obstante, en alguno de los cómics que hoy nos ocupan hay coincidencias con el tono que, años después, distinguió a Ernie Pike, y que Pratt hizo evolucionar a partir de la fórmula ideada por Milton Caniff.
Tomemos un ejemplo: Alfred Carney Allan, en El gran desierto (The Big Arena, 1962), describe a héroes muy afines al espíritu del maestro italiano. Héroes a su pesar, héroes cansados que, con estimulante insistencia, quieren vivir lejos de las esquirlas de metralla y el olor a caucho ardiendo. En este caso, se trata de dos soldados australianos que, un día sí y otro también, tienen que vérselas con el Afrika Korps de Rommel. Se trata de «Espárrago» Lucas y «Sebo» Doolan, del 2/9º Batallón, dos tipos que merecen tantas medallas como reprimendas de sus superiores.
Algo más convencional es el guión que firma Donne Avenell en A sus puestos de combate (Battle Stations, 1963). En este caso, nos hallamos ante el típico relato de soldados que buscan la revancha en primera línea de fuego. Los protagonistas son el teniente Rayner, el cabo de segunda Ford y el fogonero de primera Scully. Supervivientes y testigos de la masacre que provoca un submarino alemán entre la marinería de un buque cisterna americano y en su propia lancha, estos tres hombres de mar encuentran significado al sinsentido de la guerra Y ese significado es la venganza.
En otra época, Rayner y sus camaradas se hubieran enrolado en una tripulación de bucaneros, pero en este caso, deciden saldar cuentas con el enemigo como mandan las ordenanzas. Su oportunidad llega cuando avistan un barco de suministros alemán y tres destructores que lo escoltan. Para su desgracia, no sólo tendrán que poner a prueba su valor, sino esos mismos prejuicios que les hacen odiar tanto a sus adversarios.
Más imaginativo, Tom Tully es el autor de La noche del demonio (Night of the Devil, 1962), un relato ambientado durante la invasión japonesa de Birmania. En esta aventura, el teniente Robert Salter y sus hombres llevan a cabo un auténtico desafío a esa jungla birmana en la que, por lo demás, no falta casi de nada: enemigos emboscados, peligros naturales e incluso un templo misterioso, repleto de evocadoras estatuas.
En gran medida, el encanto de otra historiera de la serie, Battler Britton y los misiles de la venganza (Battler Britton and the Rockets of Revenge, 1961), se debe a esa fascinación un tanto ingenua que su personaje principal, el gallardo piloto Robert «Battler» Britton, ejerce sobre el aficionado. Esta figura patriótica inició su andadura en 1956, en las páginas de Sun, gracias al esfuerzo de sus creadores, Mike Butterworth y Geoff Campion. Hugo Pratt asume esa continuidad, e ilustra con eficacia y sin grandes alardes una breve peripecia relacionada con un misil V2 que ha caído en Polonia.
Sinopsis
En 1959, y tras haber realizado junto al guionista H.G. Oesterheld series del calibre de Sgt. Kirk, Ticonderoga o Ernie Pike, Hugo Pratt da por finalizada su etapa argentina y se traslada a Londres. Allí dibujará varios tomos de cómics bélicos para colecciones de la editorial Fleetway, como War Picture Library, War at Sea Picture Library, Battle Picture Library, Thriller Picture Library o Battler Britton.
Las historietas reunidas en Diario de guerra recogen la totalidad de estos tomos, ilustrados por el creador de Corto Maltés en uno de los mejores momentos de su trayectoria artística. Esta colección incluye además una completa información adicional sobre la editorial Fleetway, además de textos biográficos sobre Hugo Pratt.
Los tomos en formato bolsillo de las citadas colecciones de Fleetway, publicados entre 1958 y 1984, fueron escritos por guionistas británicos como Donne Avenell, Willie Patterson, David Satherley o Ian Kelly, e ilustrados por una larga lista de los mejores dibujantes europeos y americanos de la escuela realista.
Destacan las aportaciones de los italianos Giorgio Trevisan, Renzo Calegari, Gino D’Antonio, Dino Battaglia y Hugo Pratt; sudamericanos como Jorge Moliterni, Enrique Breccia, Solano López o Alberto Breccia, y españoles como Luis Bermejo, Jordi Bernet, Jesús Blasco, Ramón y Víctor de la Fuente, Fernando Fernández, José Ortiz y Luis Ramos.
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