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Una defensa de la cultura popular española

A los 20 años, extrañado de por qué casi toda la cultura que me gustaba procedía de los Estados Unidos y no de mi propio país (y por qué la poca que me gustaba de mi país era tan despreciada –y, como luego descubrí, ignorada hasta hacerla desaparecer– por una mayoría de voces «respetadas» con acceso a los medios de divulgación, en un desconcertante acto de oscurantismo talibán que solamente apreciaba la cultura propia cuando era pomposa y aburrida; jamás la popular), tomé mis primeros ahorros laborales y me pagué viaje y mes de estancia en los USA, aprovechando una acreditación en la Comic-Con de San Diego como redactor jefe de la revista El Víbora.

En la foto, a los 20 años junto a mi primer ídolo de los cómics, John Byrne

Allí descubrí que no tenía nada de malo que te gustara la cultura popular y que se podía practicar y defenderla sin complejos ni sectarismos ni ideologizaciones. Hoy, tomando el ejemplo de la mentalidad protestante estadounidense, menos maniática que nuestro enquistado e inquisitorial morrión católico, tenemos un Alatriste de Pérez Reverte en la literatura, un El ministerio del tiempo de Javier Olivares en la TV (¡y un Águila Roja, no lo olvidemos!), así como un montón de buenos trabajos de muchos colegas en los cómics (si bien, lamentablemente, casi todos iniciativas de mercados foráneos), pero todavía debemos luchar contra los aires de superioridad de una élite que sigue mirándonos por encima del hombro.

Una élite a la que le parece cool un cómic del Capitán América de Jack Kirby porque procede del imperio consensuado como superior, y que por tanto siempre viste y resulta seguro elogiar sin riesgo a que te acusen de fascista por ello (cosa más difícil de evitar si se tratase de un producto autóctono…), pero que continuará llamando horteras, casposos y procedentes de la «España profunda» desde algunos extraordinarios episodios de Curro Jiménez a una buena novela de José Mallorquí o Silver Kane o Pedro Víctor Debrigode o Vázquez-Figueroa o Álvaro Retana o Fernández y González o el propio Blasco Ibáñez, hasta lograr enterrarlos y que desaparezcan de nuestra consciencia colectiva con una sola generación de diferencia: resulta más seguro leer y reivindicar a Robert E. Howard, aunque su calidad sea igual de discutible o más que la de los arriba mencionados.

Al proceder de la clase obrera y no contar con antecedentes familiares en el ámbito académico, nunca entendí esa exquisitez del establishment cultural. Pero recuerdo a la perfección cuando la hoy estimada como «época dorada» de Bruguera era considerada la ignominia del cómic español y los «entendidos» la despachaban con la expresión: «Era una fábrica de churros». No hace tanto de eso…

Cuando descubrías a eruditos nacionales que sí abrazaban la cultura popular sin prejuicios como Vázquez de Parga, como Luis Gasca, como Jesús Palacios, como el propio Vázquez Montalbán que tanto adoraba la copla («ese género franquista», otro cliché generalizado de auto-odio demoledor; igual que ese «el fútbol es un invento de Franco para mantener estupidizadas a las masas y que terminará con la democracia», viejo cliché que no se cumplió… porque las élites descubrieron que, en el fondo, a ellos también les gustaba el fútbol), te agarrabas a su sabiduría con la euforia de un náufrago sediento.

El reto está en seguir trabajando por una cultura viva y dinámica sin que los elitistas aburridos y clasistas nos transformen a nosotros: yo no quiero el prestigio de un señor feo y que fuma en pipa y que menosprecia los gustos de las masas y que se toma muy en serio a sí mismo PARA QUE LOS DEMÁS LE TOMEN EN SERIO; yo quiero que se reconozca que la cultura puede ser divertida, imaginativa, fantasiosa y deslumbrante y para todos… y no por ello ser menos cultura, proceda de la HBO o de Albacete.

Aún hace poco leí cómo un tipo presuntamente culto le decía a un extraordinario colega de oficio que sus cómics de género estaban muy bien porque «después de leerlos, la gente podrá descubrir el Maus de Spiegelman«. Seguimos igual: ésa es la nueva versión inconsciente y perversa del clásico condescendiente «donde hoy hay un tebeo, mañana habrá un libro»…

Eso sí, cuando mi colega gane un Eisner, ya veréis cómo aquel tipo cambia su discurso…

A ver si lo cambiamos todos sin necesidad de obtener primero el sello de aprobación yanqui.

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Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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