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Volar con miedo

Mi terror a los aviones supera cualquier otra emoción conocida: cada despegue es una despedida de la vida y cada aterrizaje un inesperado comienzo de cero. Cada viaje, un único rictus de pánico como el del Conan de Buscema ante un fenómeno de magia negra.

Con ese pánico no puede ni la lectura, ni las películas, ni la música, y muchos menos los esfuerzos por dormir. Hace un año descubrí que lo único que me evadía de mis once horas entre Lima y Madrid era el menú de videojuegos del respaldo de los asientos: concretamente el titulado Bejeweled, una especie de Tres en raya que logra alcanzar la parte asustada de mi cerebro y distraerla como un palo a un perro. Me pasé dos o tres horas con el brazo en alto, formando cadenas de joyitas, hasta que lo sentí tan agarrotado y dolido, cansado hasta mi miedo, que decidí que podía echar, ahora sí, una pequeña siesta durante lo que quedase del trayecto: entonces alguien levantó el panel de una ventana y vi que era pleno día… y el capitán informó que nos disponíamos a aterrizar en España. Sin darme cuenta, había estado jugando… ¡más de ocho horas seguidas! Al comprobar la hora con la azafata, me dijo que me vio todo el tiempo sin despegar la vista de la pantalla, jugando como un demente, y temía incluso interrumpirme para ofrecerme algo. Obviamente, me aterraba la posibilidad de parar y ponerme a pensar dónde me encontraba. Poco pestañeé todo ese rato.

Ayer estaba dispuesto a seguir la misma rutina y abrí el mismo videojuego. Me pasé dándole con el dedo a las figuras diez minutos seguidos, presionando sin entender hasta casi romper el cristal, antes de darme cuenta de que este sistema no disponía de pantalla táctil… Traté de acostumbrarme a jugar con el mando adosado al reposabrazos, pero no era lo mismo. Descarté el recurso del videojuego y busqué otra solución a mi terror.

Al final, la alternativa resultó más sencilla de lo esperado: dos latas de cerveza que ya me había endosado justo antes de embarcar, seguidas de un diazepam, una copa de vino y un vaso de whisky.

Desperté una hora y media antes de aterrizar, con un ligero cosquilleo en los dedos y un alivio enorme en el corazón.

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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