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La perpetua juventud

Pertenezco a la época de quienes nos educamos a partir de la historieta. A cierta altura de la vida, nos hemos sorprendido, tras habernos habituado, a la perpetua juventud de sus héroes. Les resulta imposible envejecer, siquiera madurar.

En efecto ¿alguien imagina a Tarzán, madurito y fondón, administrando un gimnasio en Birmingham? ¿Y a Superman casado, semicalvo y canoso, con Lois Lane, criando niños, supuesto que ella se hubiera acomodado al erotismo metálico del hombre de acero?

Confieso que no es la menor seducción de estos seres de tinta y papel, de hazaña y fantasía. Ahí lo tienen a Harrison Ford, que cifra mi misma edad, repartiendo todavía los latigazos de Indiana Jones.

A todos nos gustaría seguir cruzando selvas a bordo de una liana o eludiendo rascacielos con saltos de araña. Pero hay algo más y no menos atrayente. Estos inalterables chavales tienen una doble vida, la manifiesta y la agazapada u oculta.

Superman es Clark Kent, un periodista apocado, que nunca llegará a jefe de redacción. Un millonario misántropo, que vive en una mansión gótica con un viejo mayordomo y un discípulo adolescente, se vuelve nocturno murciélago, Batman, solidario y justiciero en la tiniebla de la ciudad. Iron Man es un fabricante de armas que un día se arrebata para poner las cosas en su lugar. Spiderman es un chicuelo a quien las novias le pasan por la acera de enfrente y que enardece a todas ellas con sus volteretas de arácnido.

En cuanto a Tarzán, salvajón y tartaja, resulta ser un aristócrata inglés en cuya memoria brilla la civilización imperial. Sin que nadie se lo mande, aprende a afeitarse y a cubrir sus vergüenzas con un taparrabos, y reinar en la espesura, como un correcto conquistador de paisajes primitivos.

El arte suele ser el tesoro de nuestros deseos y éstos, por definición, viven ocultos. En la noche, en el bosque, en palacios altivos y lejanos, en cuartuchos desde los cuales quieren dar el salto y gobernar el planeta, a ver si se vuelve hermoso, justo y bueno de una vez por todas. Necesitan de la inmarcesible lozanía de los héroes porque las miserias y maldades de este valle cotidiano parece que tampoco envejecen.

Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en ABC. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")