Rapidez no es lo mismo que agilidad. Renfield es rápida, pero se va arrastrando. El montaje (¡tres montadores!) es similar al de un tráiler, y de hecho, la película se ha vendido con éxito en las redes sociales gracias a unos tráilers espectaculares que deslumbraban por la presencia de un espectacular Nicolas Cage interpretando a Drácula, por la fotografía colorida y por la inclusión de gore estrafalario, todo lo cual prometía un carrusel de gamberrismo y diversión.
Bueno, Nicolas Cage no defrauda en su encarnación del chupasangre por excelencia, aquí retratado como un megalómano con un problema gordo de narcisismo, algo así como una combinación entre el vampiro del cómic La tumba de Drácula y el Lestat de Anne Rice. Precisamente, más que la novela de Stoker o la película de Tod Browning (a la cual se homenajea y de la que incluso trata de ser una seudosecuela), este Renfield se plantea como una versión cómica de la relación entre Lestat, malvado, manipulador y un poco folclórica, y su apocado sidekick Louis, siempre lamentando su relación tóxica con el vampiro que le creó. Incluso, como en Entrevista con el vampiro, la acción transcurre en Nueva Orleans.
¿Relación tóxica? Sí, de eso trata la película, lo cual supone un enfoque interesante e incluso da lugar a algún que otro notable momento de diálogo, con Drácula manipulando al pobre Renfield sin necesidad de usar magia negra, sino psicología. El problema es que este subtexto es el texto en sí, y la exposición verbal del mismo se realiza una y otra vez en distintas escenas (Renfield acude a sesiones de un grupo de ayuda para personas en esta circunstancia). Por si no queda claro del todo para los del fondo, el protagonista narra la película con voz en off, señalando lo obvio y, de paso, intentando arreglar algunos momentos de montaje fragmentado, en especial al comienzo, que más bien parece un «en anteriores episodios» (recap, que dicen los modernos) que un prólogo.
Las prisas por condensar la historia en apenas más de hora y media ‒objetivo encomiable, en esta época de films larguísimos‒ debilitan la solidez de la narración, al igual que la reiteración sobre el mismo tema, de forma que al final la cinta se acaba haciendo tan larga como cualquier película de dos horas y media.
Renfield se disfruta especialmente en las secuencias de «matrimoniadas» entre un Nicolas Cage de antología (a medio camino entre Bela Lugosi y, bueno, Nicolas Cage) y un bellísimo Nicholas Hoult, quien ofrece una versión «emo» del Renfield de Dwight Frye y, como manda la industria actual, se muestra como un superhéroe, luchando contra el mal de forma violenta y protegiendo a los débiles e inocentes.
Con las películas de los personajes Marvel y DC entrando en su inevitable fase decadencia, Hollywood no se atreve a abandonar esa moda, y transforma a personajes inesperados como el exorcista Gabriele Amorth o el literario secuaz de Drácula en paladines sobrehumanos. Aquí, a la luz de una colorida fotografía y con tics del cine de artes marciales, se intenta imitar el modelo de John Wick con más voluntad que pericia, y es que el director Chris McKay y sus montadores caen en todos los malos vicios del cine de acción contemporáneo que Chad Stahelski evita en sus películas, torpeza que se maquilla con profusión de sangre digital.
Sinopsis
El mal no sería eterno sin un poco de ayuda.
En este moderno y monstruoso relato sobre el fiel ayudante de Drácula, Nicholas Hoult (Mad Max: Furia en la carretera, la saga X-Men) encarna a Renfield, el torturado asistente del vampiro más narcisista de la historia, interpretado por el ganador de un Oscar® Nicolas Cage. Renfield se ve obligado a procurarle víctimas a su amo y hacer todo aquello que este le ordene, por inmoral que sea. Pero ahora, tras siglos de servidumbre, Renfield está listo para descubrir si hay vida lejos de la alargada sombra del Príncipe de las Tinieblas. ¿El problema? Que no sabe cómo romper esa relación de dependencia.
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