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Crítica: «Modelo 77» (Alberto Rodríguez, 2022)

El cine político no es como otros géneros. En este tipo de producciones, nuestra gratitud o nuestra crítica deben ir dirigidas a los aspectos formales y artísticos, pero luego hay que juzgar el nivel de realidad de aquello que se nos cuenta y el valor de la lectura ideológica que nos proponen.

Esa opinión por partida doble permite calibrar lo conseguido por Alberto Rodríguez en Modelo 77 desde dos perspectivas. Primero, en términos estrictamente narrativos, y en segundo término, con la mirada puesta en sus mensajes, reflexiones y metáforas.

Ambientada en la Cárcel Modelo de Barcelona durante los primeros años de la Transición, la película maneja con habilidad la iconografía carcelaria y exhibe un imponente y sórdido escenario como trasfondo de la evolución de los personajes.

El tratamiento fotográfico es excelente y Rodríguez define con sabiduría los encuadres y los movimientos de cámara. A la hora de caracterizar a los personajes, el desempeño del reparto también es impecable. Miguel Herrán imprime bondad y cierta nobleza de espíritu a Manuel, el joven protagonista. Entre los secundarios, Jesús Carroza logra que simpaticemos de forma inmediata con El Negro. Y un inestimable Javier Gutiérrez matiza con extremo cuidado el desarrollo de su personaje, Pino, un tipo desengañado y misterioso que, poco a poco, irá asumiendo las reclamaciones de los demás presos.

El momento histórico en el que se ubica la acción es una etapa ilusionante que algunos, por simple cuestión de edad y de nostalgia, recordamos como si hubiera sucedido ayer mismo. En ese periodo, la Ley de Amnistía, promulgada el 15 de octubre de 1977, fue una herramienta clave para la reconciliación nacional. Los presos políticos y los condenados por actos terroristas salieron de las cárceles y se libró de responsabilidad penal a las autoridades que los habían perseguido. Esa tabla rasa propició el estado de ánimo idóneo para emprender una de las etapas de convivencia y de progreso más importantes de nuestra historia.

Alberto Rodríguez y el guionista Rafa Cobos defienden en Modelo 77 las reivindicaciones de los internos que no fueron beneficiados por aquella Ley de Amnistía. A través de un reparto coral, lo que nos cuenta la película es el avance de la Coordinadora de Presos en Lucha, COPEL, que dio lugar a numerosos motines y huelgas de hambre a lo largo de aquellas fechas.

Si algo subraya el guion es que la Transición fue imperfecta y que no benefició a todos por igual. De hecho, hay momentos de la película en los que parece plantearse una enmienda a la totalidad, como si los autores del film defendieran los beneficios de una ruptura total, en lugar de un tránsito «de la ley a la ley», tal y como fue concretado por el presidente de las Cortes, Torcuato Fernández-Miranda, en su borrador de la Ley para la Reforma Política (1976).

En Modelo 77 el colectivo de presos es desprovisto de un rasgo importante: el motivo por el que cada uno de ellos entró en la cárcel. Convertidos globalmente en víctimas de unas leyes injustas, se pierde así de vista un detalle crucial, que además fue el más debatido por los políticos de todos los partidos cuando se presentó la Ley General Penitenciaria: ¿qué tipo de amnistía reclamaban los miembros de COPEL? ¿Era razonable plantear la libertad inmediata para criminales o violadores? ¿Podía igualarse, a estos efectos, el trato a un asesino reincidente con el que merecía un simple carterista?

En la película se desliza, además, cierto maniqueísmo. Las fuerzas del orden aparecen como la pura expresión del fascismo, y a grandes rasgos, el bien y la virtud están de lado de los presos. Nada se dice de los funcionarios que defendieron las reformas. Tampoco se menciona que la banda terrorista GRAPO asesinó al director general de Instituciones Penitenciarias, Jesús Haddad. Y queda desdibujado en este relato un personaje fundamental, el sucesor de Haddad, Carlos García Valdés, decidido a atender las peticiones de los presos y a cambiar un entorno carcelario que debía abrirse a la modernidad.

Por otra parte, pese a que estas reformas no fueron instantáneas, los presos comunes no fueron, como se da a entender en la película, olvidados en la Transición. La primera ley orgánica de la democracia fue, precisamente, la Ley General Penitenciaria de 1979, que cambió por completo la situación en las cárceles. Antes de eso, ya se habían derogado varios preceptos de la antigua Ley de Peligrosidad Social, con lo cual salieron libres cientos de reclusos.

Modelo 77 es una buena película, bien interpretada y solvente en todos los sentidos. Pese a lo que he comentado en los párrafos anteriores, tengo claro que no se trata de un documental. Pero me pregunto por qué, existiendo tantos detalles admirables en aquella etapa, incluida la labor de figuras como el citado García Valdés, que literalmente se jugó la vida en el empeño, el cine español prefiere centrarse en los claroscuros y en los errores de quienes pusieron en marcha nuestra democracia.

Puede que, en determinados rincones de la política española (a los que no es ajena una parte del sector cultural) el adanismo y la purga retrospectiva (ya saben: «los franquistas siguen entre nosotros») sean dos propuestas útiles para agrietar el pacto constitucional de 1978. Ante ese panorama, no me sorprenden ciertas decisiones del guion. Pero ese es un debate que, necesariamente, queda abierto.

Sinopsis

Un joven contable que está encarcelado y pendiente de juicio por cometer un desfalco se enfrenta a una posible pena de entre 10 y 20 años, un castigo desproporcionado para la cuantía de su delito. Pero son otros tiempos. Estamos en 1977. Y en la cárcel Modelo impera la ley del más fuerte.

A pesar de tener todo en contra para lograr el indulto, el joven no se rinde y se une a un grupo de presos comunes que se está organizando para exigir una amnistía. Si las cosas están cambiando fuera, dentro también tendrán que hacerlo. Es el germen de la COPEL, la Coordinadora de Presos en Lucha.

«Esta película ‒dice Alberto Rodríguez‒ nos ha perseguido durante los últimos quince años. En 2006 conocimos la historia de COPEL, la historia de un grupo de presos que encontraron, en las peores condiciones, la manera de ser solidarios, de mantenerse unidos, de luchar por un ideal aunque este sea utópico, de luchar aunque desde el inicio todo esté perdido. En plena Transición, en el paso hacia la democracia, las cárceles españolas se vieron agitadas por un grupo de presos en busca de la amnistía, en busca de la libertad. Por encima de todo buscaban la manera de mantenerse unidos en un mundo hostil, represivo y donde la justicia social o simplemente los derechos humanos más básicos brillaban por su ausencia. Por fin, se presenta la oportunidad de rodar esa historia. Espero que sepamos hacer una película tan emocionante y humana como el testimonio que recoge».

«Las cárceles ‒señala Rafael Cobos‒ son el reflejo de un país. Cómo trata a sus presos y por qué lo son hablan de su presente. Y de su futuro. En 1977 España vivía uno de los mayores momentos de libertad de su historia. Pero la Transición, ese idílico espacio entre las sombras y la esperanza, había decidido pasar de largo sin detenerse en las cárceles. Y eso había que contarlo».

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.