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Cruz Delgado: «Desde mis comienzos, el dibujo animado ha sido una pasión absoluta»

Siempre que encuentro alguien más o menos de mi edad, no pasa mucho tiempo antes de que coincidamos en aquellas películas o teleseries que marcaron nuestra niñez y adolescencia. Entre esos puntos de referencia generacionales, suele ocupar un lugar memorable Cruz Delgado (Madrid, 1929), el maestro de la animación a quien debemos títulos como Mágica aventura (1973), El desván de la fantasía (1978), Don Quijote de La Mancha (1979), Los viajes de Gulliver (1983) y Los Trotamúsicos (1989). ​

Más allá de lo aquejado que esté uno por la nostalgia, hay dos evidencias que se imponen a la hora de hablar sobre este admirable creador. La primera es que sus aportes al mundo del dibujo animado en España ya forman parte de nuestra historia. En este sentido, las series y películas de Cruz Delgado, además de ser obras avanzadas e imaginativas, acertaron a la hora de aproximarse al gusto popular. La segunda es que, como sucede con otros grandes artífices, han sido muchos los animadores de nuestro país que se han sentido inspirados por su ejemplo.

Tras descubrir la magia de los dibujos animados tras ver Blancanieves y los siete enanitos, Cruz Delgado ensayó en la adolescencia distintas aproximaciones a esta técnica, primero como dibujante de tebeos y más adelante durante sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Madrid. En lo sucesivo, al tiempo que prosiguió su labor como historietista, se profesionalizó en el campo de la animación, al principio en los míticos Estudios Moro y desde 1961 en los Estudios Belvision de Bruselas.

A mediados de los sesenta, tras fundar los Estudios Cruz, dio a conocer en la pantalla a dos figuras animadas, Molécula y el canguro Boxy. Muchos años después, en 1999, mientras le entrevistaba para la revista Cuadermos Hispanoamericanos, Cruz Delgado me habló sobre esos entrañables personajes y sobre el resto de su imponente trayectoria.

¿Cómo llegó a convertir su pasión por los dibujos animados en una forma de vida?

Desde mis comienzos, el dibujo animado ha sido una pasión absoluta. Dibujaba historietas infantiles y realizaba pruebas por mi cuenta. Finalmente, todo aquello tomó forma en el departamento de animación de los Estudios Moro, donde trabajé durante cuatro años. En 1961 tuve la oportunidad de colaborar en los Estudios Belvision, de Bruselas, que eran conocidos por sus producciones televisivas y cinematográficas sobre Tintín, el personaje creado por Hergé. Allí participé en la realización de un largometraje con nuevas aventuras de Pinocho. También publiqué mis historietas en revistas belgas como Tintín y Spirou.

En 1963 regresé a España y con ayuda de unos amigos fundé un estudio de animación. De ahí surgió el cortometraje El gato con botas (1964), premiado en el Certamen Internacional de Gijón y en el Festival de Gottwaldov, en Checoslovaquia.

Por aquel entonces convertí en dibujo animado a Molécula, un personaje de cómic que yo había creado por encargo de una revista femenina. Molécula era un niño intelectual y divertido, y fue la figura central de varios cortos, el primeros de los cuales fue Bromitas… ¡No! (1965). Asimismo, protagonizó una serie de trece episodios elaborada para TVE, Aventuras de Molécula (1968). Por desgracia, el hecho de rodar la teleserie en blanco y negro ha impedido su posterior carrera comercial. El canguro Boxy también nació en el cómic y luego pasó al cine en cuatro cortos.

Más adelante, tras rodar todos esos cortometrajes, usted aborda su primer proyecto de larga duración, Mágica aventura (1973). Su siguiente largometraje, El desván de la fantasía (1978), partía de una serie de creaciones del ilustrador José Ramón Sánchez, a quien había conocido en los Estudios Moro.

El desván de la fantasía estaba dividida en ocho episodios y fue programada por Televisión Española, que también emitió mi siguiente serie, Don Quijote de La Mancha. Esta última estaba dividida en 39 episodios, fue coproducida por José Javier Romagosa y lo cierto es que sirvió para acercar a los más pequeños la obra de Cervantes.

El doblaje del Quijote se cuidó especialmente, ¿verdad?

Ya lo creo: a Alonso Quijano le prestaba su voz Fernando Fernán Gómez, y Antonio Ferrandis se encargó de la voz de Sancho.

También fue muy esmerado el trabajo de guion.

De la adaptación del texto original se hacía cargo el guionista Gustavo Alcalde, cuyo trabajo era luego revisado por Guillermo Díaz-Plaja. Partiendo de ese guion, los dibujantes completaban el story-board. Este último era detenidamente estudiado por el equipo a lo largo de una serie de reuniones a las que asistía Manuel Criado de Val, quien daba finalmente su opinión acerca del vestuario, la escenografía y los personajes.

Durante la emisión de la serie, las críticas fueron en general favorables, pero los más puristas discutieron ligeros cambios de la historia original, que en realidad hicimos con intenciones dramáticas o con el propósito de acercar el relato a los niños.

Tras el éxito de aquella serie en la pequeña pantalla, volvió al largometraje destinado a las salas de cine.

Así es. Rodé Los viajes de Gulliver (1983) y Los cuatro músicos de Bremen (1988). Este último se basaba en el cuento de Grimm y fue el origen de los veintiséis episodios de la teleserie Los Trotamúsicos (1989-1990).

Recientemente [1999], ha comenzado a dirigir la especialidad de cine de animación y dibujos animados en la Escuela de la Cinematografía y el Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM). ¿Cuál será el plan de estudios?

El plan ofrecido en la ECAM constará de un primer curso, preparatorio, un segundo curso de especialización y un tercer curso de práctica.

Esta iniciativa surge en un momento en el que el cine de animación español ha de enfrentarse a la indiferencia demostrada por la administración y por los grandes productores…

Quizás ignoren que una película de dibujos animados tiene una explotación muy duradera, y precisamente por ello, muy rentable, tal y como lo demuestran obras mías, que fueron realizadas hace veinticinco años y aún son comerciales.

Esa despreocupación de los organismos oficiales se refleja, por ejemplo, en el sistema de subvenciones, que no está pensado para el dibujo animado. Todo esto complica las posibilidades del sector en España y ha conducido a la fuga de talentos.

Dos colaboradores de nuestro estudio trabajan con Disney: el diseñador de fondos Antonio Navarro participó en Hércules, de Ron Clements y Michael Lange, y creo que ahora forma parte del equipo de Tarzán. Otro gran animador, Raúl García, intervino en la realización de Aladdin, de Ron Clements y John Musker, y Pocahontas, de Mike Gabriel y Eric Goldberg.

¿Continuará esta fuga de talentos?

Hay más dibujantes españoles que siguen el mismo camino que los animadores que he mencionado, y que ya forman parte de equipos a sueldo de grandes compañías internacionales. En este sentido, creo que un factor importante para el sector va a ser esta espacialidad en la ECAM, pues hasta el momento no existía un plan de estudios completo y adecuado para esta industria.

Esta situación lleva a pensar en el enorme apoyo que recibe la animación en un país vecino, Francia. ¿A qué se debe esta diferencia entre los franceses y nosotros?

Un largometraje de dibujos animados tiene un coste medio que oscila entre los doscientos y los trescientos millones de pesetas. Es una inversión fuerte pero recuperable. Lamentablemente, en España se considera que el cine infantil es algo pasado de moda, a diferencia de lo que sucede en Francia o Alemania, donde las ayudas institucionales al dibujo animado son extraordinarias. Ante semejante panorama, la mayoría de los estudios españoles trabajan por encargo de empresas extranjeras.

De hecho, esos productos son luego vistos en España…

Cierto. Mucha gente desconoce que aquí se han rodado varias películas de Asterix y teleseries como Los Picapiedra. Con ese tipo de trabajo han surgido nuevos profesionales, pero hubiese sido aún mejor que también se realizase producción nacional, como yo defiendo.

Y sin embargo, hace mucho que en España se realizan este tipo de productos.

Bueno, a la hora de la verdad, la filmografía española de dibujos animados es bastante reducida y apenas podemos destacar largometrajes como Garbancito de La Mancha (1945), de Arturo Moreno, o El Mago de los Sueños (1966), de Francisco Macián, protagonizada por la Familia Telerín. Esta última fue ideada por José Luis Moro, quien también dirigió, junto a su hermano Santiago, dos películas por encargo de la compañía mexicana Televicine, Katy (1983) y Katy, Kild y Koko (1988).

Además de todas mis producciones, podemos añadir a la lista dos filmes rodados en Cataluña [Peraustrinia 2W4 (1989), de Ángel García, y Despertaferro, el grito del fuego (1990), de Jordi Amorós] y otros dos rodados en el País Vasco [La leyenda del viento del norte (1992), de Carlos Varela y Maite Ruiz de Austri, y El regreso del viento del norte (1993), de Maite Ruiz de Austri], producidos gracias a las ayudas autonómicas. Pero el conjunto final apenas llega a sumar quince largometrajes.

¿Qué proyectos le tienen ocupado actualmente?

Me concentro ahora [1999] en la producción de otro largometraje, Nuevas aventuras de Oliver Twist, basado en la novela de Dickens. Como en otras obras mías, los personajes son animales antropomórficos, en este caso perros y gatos. Escribe el guion Juan José Plans y la financiación está a punto de concretarse mediante un acuerdo con un productor estadounidense. Por esa razón, el doblaje se realizará en inglés, en Los Ángeles.

A causa de todos los avatares de la industria cinematográfica, la infraestructura de nuestro estudio de animación ha cambiado. Antes manteníamos una plantilla que trabajaba de forma intensiva. Ahora el número de empleados fijos es mínimo y, cuando un proyecto se pone en marcha, contratamos a todos aquellos dibujantes que son necesarios, pero de un modo eventual, como sucede en el cine de imagen real.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero, 1999. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.