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El enigma de las mujeres barbudas

La posible mutación de mujeres en hombres a través de la aparición de barba es un hecho que se encontraba en tela de juicio durante todo el siglo XVI. La barba, como símbolo de virilidad y de honra, era la marca diferenciadora entre los sexos, de ahí que su presencia en rostros femeninos sólo pudiese explicarse por una transmutación de las mujeres en hombres.

Son numerosos los expertos que escriben a favor de esta mutación. Los más famosos, quizás, sean el médico Juan Huarte de San Juan y el cirujano Ambroise ParéHuarte de San Juan, en su Examen de ingenios para las ciencias (Baeza, 1575), manifiesta que la barba en las mujeres vendría a explicarse como una mutación sexual, a través de la calidez de los genitivos; incluso va más allá, defendiendo que las mujeres masculinas, los hombres afeminados y los homosexuales fueron originalmente concebidos en el sexo contrario, pero la temperatura de los humores corporales cambió durante la gestación y fue la causa de que los genitales se transmutasen antes del nacimiento:

«A quien esta transmutación le acontesciese en el vientre de su madre… muchas veces tiene Naturaleza hecho un varón, con sus miembros genitales afuera, y sobreviniendo frialdad, se los vuelve adentro; y queda hecha hembra. Conócese después de nacida en que tiene el aire de varón, así en la habla como en todos sus movimientos y obras»

La teoría de la transmutación sexual prenatal de Huarte también puede transformarse ocasionalmente en postnatal. Así, describe casos de adolescentes que espontáneamente se transformaron en hombres:

«Y que se hayan vuelto mujeres en hombres después de nacidas, ya no se espanta el vulgo de oírlo; porque fuera de lo que cuentan por verdad muchos antiguos, es cosa que ha acontecido en España pocos años ha»

Para el cirujano francés Ambroise Paré, autor de Des monstres et prodiges (París, 1585), está claro cuál es el motivo por el que las mujeres se transforman en hombres:

«La razón por la que las mujeres pueden convertirse en hombres es que tienen oculto dentro del cuerpo tanto como los hombres muestran al descubierto, salvo que no tienen bastante calor ni capacidad para sacar afuera lo que, debido a la frialdad de su temperamento, se mantiene como atado en el interior. Por ello, si con el tiempo la humedad de la infancia -que impedía al calor cumplir plenamente con su deber- queda exhalada en su mayor parte, y el calor se hace más robusto, áspero y activo, no es cosa increíble que éste, ayudado esencialmente por algún movimiento violento, pueda expulsar al exterior lo que estaba oculto dentro. Y, como semejante metamorfosis tiene lugar en la Naturaleza por las razones y ejemplos alegados, por eso nunca encontramos en una historia auténtica que hombre alguno se haya convertido en mujer, ya que la Naturaleza tiende siempre a lo que es más perfecto, y no, por el contrario, a hacer que lo que es perfecto se vuelva imperfecto»

A continuación describe varios casos de mujeres jóvenes que, repentinamente, adquirieron caracteres sexuales masculinos, como María Garnier, que estaba en el campo persiguiendo a unos puercos que iban a entrar en un trigal cuando, hallando una zanja en su camino, quiso cruzarla mediante un salto. Merced al esfuerzo realizado, sintió en ese mismo momento cómo «se le desarrollaron los genitales y la verga viril, al haberse roto los ligamentos que anteriormente los tenía cerrados y prietos… Se reunieron médicos y cirujanos… y decidieron que era hombre y ya no mujer»

Un caso semejante tuvo lugar en España. Así aparece descrito en la Relación verdadera de una carta que envió el Padre Prior de la Orden de Santo Domingo, de la ciudad de Úbeda, al Abad mayor de San Salvador de la ciudad de Granada, de un caso digno de ser avisado, como estuvo doce años una monja profesa, la cual había metido su padre por ser cerrada, y no ser para casada, y un día haciendo un ejercicio de fuerza se le rompió una tela por donde le salió la naturaleza de hombre como los demás (Sevilla, 1617). Se trata de María Muñoz, natural del pueblo de Sabiote, de 34 años de edad. Se cuenta cómo un día, tras traspalar mucho trigo, le había salido la naturaleza de hombre. Enterada la priora del convento mandó llamar al Prior de la Orden de Santo Domingo quien, acompañado por el Prior de Baeza, examinaron a la monja.

El primero declara en su escrito: «Lo vimos con los ojos, y palpamos con las manos, y hallamos ser hombre perfecto en la naturaleza de hombre, y que no tenía de mujer sino un agujerillo como un piñón más arriba del lugar donde dicen que las mujeres tienen su sexo, al pie del cual le había salido el de hombre»

Siete días después comenzó a salirle barba y la voz se le volvió gruesa. Fue entonces cuando salió del convento, con gran contento de su padre, que era un hombre rico y no tenía heredero varón.

Dejando a un lado tan fantásticas descripciones, ¿existieron realmente estas mujeres barbudas? Los testimonios gráficos que han dejado dos destacados pintores españoles de la Edad Moderna parecen confirmarlo. El primero de ellos fue La barbuda de Peñaranda (1590), obra de Juan Sánchez Cotán, retrato de Brígida del Río, más conocida por ese sobrenombre y elegida por Sebastián de Covarrubias en sus Emblemas morales para representar la androginia pues, según el autor, esta mujer no podía pertenecer al género masculino ni al femenino, siendo necesario crear para ella un término intermedio, considerado como siniestro y de mal agüero.

Merced a su rareza, Brígida entró a formar parte de la corte de monstruos, enanos y bufones de los Austrias, paseándose por la corte, palacios y casas nobles a fines del siglo XVI y mostrando su rostro barbado a cambio de un incentivo económico.

José de Ribera fue, por su parte, el encargado de retratar a la segunda mujer famosa de la época, Magdalena Ventura, una mujer de los Abruzzos casada y madre de muchos hijos, descrita en 1631 por un embajador veneciano, que decía de ella «tiene el rostro totalmente viril, con más de un palmo de barba negra bellísima y el pecho completamente peludo».

Imagen superior: «Magdalena Ventura con su marido», de José de Ribera.

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Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).