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Crítica: ‘Hypnotic’ (Robert Rodríguez, 2023)

Si creías que en materia de cine de entretenimiento ya lo habías visto todo… por lo visto en los últimos tiempos, te diría que estás en lo cierto. En Hypnotic volvemos a ver ciudades plegándose sobre sí mismas como libros pop up al más puro estilo del Inception de Nolan ‒o de algún estiloso anuncio de coches‒, película ésta de la que claramente sustrae la idea de la manipulación mental con fines más que reprensibles.

Planean a su vez sobre el filme trazos de The Game, o Existenz, y en general de todo el cine de tramas giroscópicas en las que no podemos distinguir a los aliados de los enemigos, ni en qué plano de qué aparente realidad nos están haciendo bailar.

Danny Rourke (Ben Affleck) es el arquetipo hollywoodiense del agente traumatizado que no supera la desaparición de su hija tras un inexplicable secuestro, ni la consiguiente separación de su esposa. Este triángulo familiar desmantelado, va a ser en realidad el perno maestro que sujeta todo el andamiaje de un guion circense que se desmonta y reconfigura con la celeridad de un número de escapismo.

Su antagonista, un aseado rufián con aspecto de entrenador de fútbol argentino en la liga turca, llamado Dellrayne (William Fitchner), no tardará en aparecer y demostrar sus dotes para el manejo de la voluntad ajena ‒dotes no mucho más sofisticadas que las de tantos a quienes podríamos poner nombre y apellido‒, organizando toda suerte de quilombos, y abrumando con una omnipresencia cuñadista que haría resoplar de impaciencia al mismo Dalai Lama.

Un robo a un banco, seguido de un carrusel de acontecimientos, hipnosis instantáneas y trampas pre-tendidas, ponen a toda máquina el motor de la acción que lleva a Rourke a conectar a Dellrayne con la desaparición de su hija cuatro años atrás. Las migas de pan en el camino le dirigen hasta la quiromante Diana Cruz (Alice Braga), también virtuosa en el mangoneo mental, en quien encuentra a una fiel escudera para su quijotesca andanza, y es que al agente encarnado por Affleck, los molinos se le hacen gigantes, acaso por un exceso en la lectura… del guion de la película.

Finalmente, quién manipula a quién, quién aparece o nunca existió, o “pero qué me estás contando”, son cuestiones a las que el espectador encontrará respuesta en el visionado de la cinta, y de las que no se puede hablar sin desvelar la sorpresa de este huevo Kínder.

La historia nos lanza por un tobogán en forma de tornillo, en el que a cada revuelta accedemos a un nuevo y retorcido subnivel de la trama, y cada vertiginoso giro es un delirante «sin ton ni son» que acaba resultando divertido, siempre y cuando no nos preguntemos por la mecánica de la inercia de este pasatiempo de feria.

Es una sucesión de capas de cebolla. La apariencia cubre una mentira, que a su vez oculta una manipulación envuelta en una falsedad, y así hasta el retruécano definitivo, que tampoco acaba nunca y se retuerce sobre sí mismo como una cinta de Moebius. Cine de vocación cuántica, donde todo es una cosa y la contraria, o cualquier otra cosa distinta de forma simultánea, y que a cada diez minutos nos obliga a desechar la fórmula que creíamos definitiva.

El propio Robert Rodríguez se convierte así en el gran manipulador mental, haciendo creer al espectado que asiste a un thriller psicológico, cuando en realidad nos ha embarcado en una suerte de parque de atracciones vintage, con su laberinto de espejos, su casa inclinada, sus tazas locas, y su barco del Mississippi de suelos movedizos. Pura tramoya y artificios ocultos tras una carcasa distorsionante, y con unas reglas del juego más enrevesadas que la letra pequeña de una aceptación de cookies.

La experiencia me causa la ternura de una fiesta sorpresa, de esas en las que tras la puerta del despacho de un inspector de hacienda te esperan los amigotes con una tarta de cumpleaños.

Déjate seducir por este acto de trilerismo mental sin más estafa que el dinero pagado en taquilla. El cine es el arte de embaucar con la complacencia del espectador, la hipnosis nos lleva al autoengaño, y los productores de Hollywood lo saben.

Y si alguna enseñanza final nos propone esta travesura, es que la familia que manipula unida, permanece unida.

Sinopsis

Decidido a encontrar a su hija desaparecida, el detective Danny Rourke (Ben Affleck) se ve inmerso en un laberinto mientras investiga una serie de asaltos a bancos que desafían la realidad y que le harán cuestionarse sobre todo y todos los que le rodean. Con la ayuda de Diana Cruz, una vidente superdotada, Rourke persigue y, al mismo tiempo, es perseguido por un espectro letal, el único hombre que él cree que tiene la clave para encontrar a su hija. Pero acabará descubriendo mucho más de lo que esperaba.

Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Diamond Films, Solstice Studios, Studio 8, Double R Productions, Hoosegow Productions, Ingenious Media. Rerservados todos los derechos.

Fernando Mircala

Artista, escritor, traductor y fotógrafo. Premio Lazarillo en el año 2000. Entre otros libros, es autor de 'Ciudad Monstrualia' (2001), 'El acertijo de Varpul' (2002), 'Eclipse en Malasaña. Una zarzuela negra' (2010), 'Lóbrego romance, pálido fantasma' (2010), 'Compostela iconográfica' (2012), 'Pentagonía' (2012), 'En un lugar de Malvadia' (2016; ilustrado por Perrilla), 'Pánico en el Bosque de los Corazones Marchitos' (2019), 'Versos para musas y cuatro cuentos de Edgar Allan Poe' (2019) y 'Concéntrico' (2022).