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Vámonos con Juan Genovés

Pocas pinturas del siglo XX han ganado la popularidad, rayana en lo folclórico, como Guernica de Picasso y El abrazo de Juan Genovés. Han trascendido su origen anecdótico –un bombardeo en la guerra civil española, un encuentro de oposición al franquismo o una celebración de la recuperada democracia– merced a la autonomía y la ambigüedad propias del arte. Estos rasgos les han ganado universalidad.

Ambos cuadros representan a una multitud apiñada. El de Picasso muestra a los personajes, humanos y animales, de frente. Los cuerpos están despiezados por un acto de violencia. El de Genovés, al contrario, exhibe unos cuerpos de espaldas, enteros y abrazados, como integrándose en una multitud mayor que cualquier sujeto y que se torna cuerpo único ella misma. No vemos las caras de los individuos. No importan. Lo que identifica a todos ellos es un impulso al abrazo, a participar en su corporeidad.

A partir de esto, la escena cobra riqueza por lo ambiguo de su mensaje. Si la fechamos (1976) podemos percibir a unas gentes de clase media bien vestida que se abraza celebrando el fin del franquismo. Si le añadimos la militancia comunista de Genovés, la uniformidad cobra este matiz. Pero también nos es dado prescindir de tales connotaciones. El cuadro admite ser visto sin ellas.

Esta gente está circulando abrazada hacia una meta que no conocemos. ¿Se la han fijado de antemano o está escapando de alguien o algo que la acosa desde fuera del cuadro? ¿Son prisioneros que acaban de ser liberados? ¿Están festejando un júbilo privado o público? ¿Un triunfo electoral, un partido de fútbol, una boda?

Su aspecto es ciudadano. ¿Son gentes de ciudad o campesinos que se han vestido urbanamente para asistir a un festejo? ¿No se han reunido en torno a un ser querido que ha muerto y se abrazan reconociéndose como parte del difunto en el afecto, como supervivientes?

Según se ve, lo que se ve es un solo objeto y es, a la vez, muchas cosas. Todo es evidente y todo es enigmático. Se parece a la vida inmediata, ordenada por la costumbre y desordenada por una irrupción inesperada de algo que reconocemos o que se nos muestra indescifrable. Estábamos tan bien abrazados a nuestra vida organizada y en buena medida previsible hasta que nos sobrevino la pandemia de 2020-2022 y se nos recomendó no abrazarnos. El cuadro de Genovés se nos volvió futurista, en el sentido de describirnos un momento del siguiente invierno –los personajes llevan abrigos– cuando por fin pudimos volver a abrazarnos, sin rostro, también con los desconocidos.

En memoria de Juan Genovés (1930-2020)

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")