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Crítica: «Hobo with a Shotgun» (2011)

Rutger Hauer protagoniza este thriller ultraviolento homenajea el cine de tiros y saldo de los años 70 y 80. Esta película canadiense tiene su génesis en un «falso trailer» ganador de un concurso promocional de Grindhouse (2007), la doble sesión dirigida por Quentin Tarantino y Robert Rodríguez.
Aunque el experimento Grindhouse (que en España no se llegó a estrenar en su formato original) no tuvo el éxito comercial esperado, sí es cierto que ha generado un revival posmoderno del llamado «cine de explotación», ya sea en su temática o en su estética, con films como Black Dynamite (Scott Sanders, 2009), Furia ciega (Patrick Lussier, 2011), Bellflower (Evan Glodell, 2011) o Piraña (Alexandre Aja, 2010), sin contar la avalancha de publicidad o videoclips que echan mano de imagen deteriorada y avejentada reminiscente de aquel cine.

Si Machete (Robert Rodríguez y Ethan Maniquis, 2010) partía de uno de los trailers falsos proyectados en Grindhouse, el caso de Hobo with a Shotgun (film similar a Machete en varios aspectos) desarrolla el trabajo ganador del concurso de trailers de estilo «Grindhouse» South by Southwest, organizado por Robert Rodríguez.

El resultado es una película canadiense que toma como base el trailer, pero añade novedades como el protagonismo de Rutger Hauer, quien encarna a un vagabundo sin casa, de esos que van de ciudad en ciudad, viajando como polizones en trenes de mercancía. Es un tipo pacífico y que quiere pasar desapercibido, pero con un objetivo en la vida: comprar una máquina cortacésped para montar un negocio de jardinería.

El personaje de Hauer resulta tierno, triste y real, y el actor ofrece una estimable interpretación, murmurando sus frases y lanzando esas miradas de zorro viejo tan exclusivas del actor holandés.

El serio trabajo de Hauer se desarrolla dentro de una película totalmente desquiciada, ambientada en una ciudad distópica, casi post-apocalíptica, gobernada por sádicos y caricaturescos villanos que llevan a cabo actos de violencia tan extrema que entran en el terreno del gore más irreal.

En los créditos iniciales, Hobo with a Shotgun da la impresión de que va a homenajear al thriller de los años 70, pero pronto nos damos cuenta de que los principales referentes de la película se encuentran en las películas de la productora Troma y las recreativas de los años 80, ya que los numerosos villanos de Hobo with a Shotgun bien podrían ser enemigos de final de fase de cualquier entrega de Streets of Rage.

La vieja trama «forastero llega a ciudad sin ley para acabar imponiendo la justicia» se repite con efectividad, sin más pretensiones por parte de los autores que la de ofrecer un espectáculo de violencia y humor negro, destinado al público más gamberro o a los nostálgicos del viejo cine de relleno de las sesiones dobles y el videoclub. Con todo, la humanidad que Rutger Hauer insufla al protagonista aporta distinción y ternura a este baratísimo entretenimiento.

Sinopsis

Un vagabundo llega a Scum Town dispuesto a iniciar una nueva vida.

Pero pronto se dará cuenta de que la ciudad hace honor a su nombre y la escoria campa a sus anchas por las calles, dominadas por un cacique y sus sádicos hijos.

Ante este panorama, el vagabundo se armará con un rifle y empezará a repartir justicia entre los criminales, chulos y pedófilos que se le pongan a tiro.

Hobo with a Shotgun logró convertirse en filme de culto antes incluso de su estreno, y no es para menos.

Un homenaje al cine de vigilantes urbanos con toda la sangre en su sitio y un Rutger Hauer más grande que la vida.

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

Copyright de la sinopsis © Festival de Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantástico de Catalunya. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.