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Zack Snyder: «Desde el principio, quise jugar con el lenguaje de la imaginación»

En su camino hacia el desfiladero de las Termópilas, trescientos guerreros lograron que esa ruta valga mil veces más que cualquier otra. Fuera del alcance de la Historia, esta hazaña –como una elegía a gran escala– aún emite el brillo de las batallas legendarias. Naturalmente, si trazamos el arco de aquellas vidas –¿cuánto valían en aquel tiempo?–, su recuerdo nos conduce hasta una cultura irrepetible: la espartana, proclive a los juegos de sangre.

Me pregunto, a este respecto, si es verosímil el relato de 300 (Dark Horse, mayo-octubre de 1998), la novela gráfica que Frank Miller dedicó al rey Leónidas y a su lucha contra el persa Jerjes. En todo caso, desearía creer que la epopeya sucedió tal y como la relata ese maestro del cómic, capaz de mezclar ciertas claves de la mitología con los peores instintos del ser humano.

¿Dónde estriba la diferencia entre el historiador y el narrador? No puedo consultárselo a Miller, pero me he acercado [escribo todo esto en 2006] a alguien que le conoce bien, Zack Snyder, el realizador encargado de traducir a la gran pantalla las obsesiones de nuestro historietista. De hecho, salta a la vista que los influjos y vaivenes del cómic se ajustan simétricamente en su película, distribuida entre nosotros por Warner Bros.

Hablé antes de épica, y ése es el registro por el cual se mide el guión de 300. Y con motivo, pues Snyder ha sabido hilvanar un espectáculo magnífico a base de testosterona, valor y sangre que fluye por el tajo de las espadas.

Con un tratamiento estético fabuloso, este retablo se beneficia de buenas interpretaciones. Sorprende por su gallardía Gerard Butler (El Fantasma de la Ópera), y es difícil no enamorarse de Lena Headey (Los Hermanos Grimm). Entre los secundarios, sobresalen David Wenham (Faramir en la trilogía del Señor de los Anillos), Vincent Regan (capitán de los mirmidones en Troya), Rodrigo Santoro (Love Actually) y Dominic West (el inspector Popil de Hannibal).

Preparando el estreno de la cinta, los responsables de Warner nos han convocado a un roadshow, durante el cual Snyder irá comentando secuencias de la película mientras éstas se van proyectando en una pantalla.

Tras una breve prueba de sonido, el realizador echa un vistazo a la mesa que hay a su derecha –mantel negro, tres botellas, tres vasos–, observa cómo ocupan sus posiciones los guardias de seguridad y las azafatas, y luego nos sonríe con la sensación de que todos estos detalles confieren importancia a la reunión.

Frank Miller –comenta– es responsable de un gran trabajo. Es, como sabéis, el autor magníficas novelas gráficas. Dentro del mundo de la historieta, podemos decir que es un dios. Mi película se inspira en 300, un cómic en el que Frank demuestra que ama a los espartanos. Aún más: desde niño se ha sentido apasionado por la historia de las Termópilas”.

Así, pues, nada de esparadrapos en la yema del pulgar. Hablamos de bravura, peligro y dolor en las entrañas, tal y como las exponía otro largometraje, El León de Esparta (The 300 Spartans, 1962), que muy tempranamente se adueñó de la imaginación de Milller.“Cuando Frank vio aquella película –dice Snyder–, le cambió la vida. Llegó incluso a viajar hasta el desfiladero de las Termópilas, leyó libros sobre el tema y completó su propia investigación. No en vano, varias de sus obras –Sin CityBatman: Dark Knight– vienen a ser un reflejo de aquel mítico episodio. En cierto sentido, podemos creer que Batman, Marv y el rey Leónidas son el mismo personaje”.

Snyder nos habla de los espartanos, y contagiado por el entusiasmo de Miller, parece a punto de echar a perder las convenciones del mundo civilizado. Con una sonrisa, reacciona a tiempo: “No me cabe duda de que las decisiones de los espartanos son, digamos… moralmente cuestionables. Su código es muy recto, pero se resuelve en términos brutales. Pero resulta enormemente divertido desarrollar ese universo en el campo de la ficción”.

El realizador tiene un aire deportivo, como si fuera un alumno de postgrado en los talleres de la UCLA. Reviso su currículo –suyos son el anuncio del Subaru WRX y esa estupenda película que es El amanecer de los muertos (2004)–, mientras le oigo hablar del pasado. “En Los Ángeles –dice– me dediqué a filmar anuncios televisivos. Desde luego, quería rodar una película, pero sólo tenía por delante proyectos rutinarios”.

Al parecer, esa espera cambió de tono en mayo de 2003, cuando Gianni Nunnari y Mark Canton aprobaron el primer borrador del 300, firmado por Michael B. Gordon. Por un efecto de carambola, Snyder fue contratado junto a Kurt Johnstad para que revisara el guión de Gordon. Desde la sombra, Miller, perro viejo, se reservó la última palabra.

Con un presupuesto de sesenta millones de dólares, la cinta comenzó a rodarse el 17 de octubre de 2005 en Montreal. “A decir verdad –indica Snyder–, el estudio era una gigantesca estación ferroviaria. Había algo surrealista en todo aquello. En el interior, teníamos a un monton de tíos luchando y sudando bajo el calor de los focos. Mientras, en el exterior, nevaba sin cesar”.

En este mundo de contrastes, podemos creer que Frank Miller se sintió a gusto. ¿O quizá no? “Bien, fue interesante trabajar con él. Es verdad que tiene sus paranoias con lo que Hollywood significa, y supongo que no quería que yo estropease su creación… Pero al final, todo fue estupendamente. Trabajamos mucho juntos, e incluso llegó a dibujar espadas y cosas así para el departamento artístico”.

Se nota a primera vista: a Snyder le gusta leer tebeos. Es más, si tuviera que imaginarme a un estudioso de la Patrulla X , Sandman o la Cosa del Pantano, le pondría su rostro de eterno adolescente. “El cine –nos explica–, y en general la cultura popular, han recibido mucha influencia de los cómics a lo largo de la última década. Yo mismo soy partidario del género, y por eso me parece importante que nos aproximemos a una novela gráfica con el mismo respeto que utilizaríamos a la hora de adaptar un texto literario. Por fortuna, gracias a Miller y a otros autores como él, los cómics han dejado de ser un asunto infantil. En este sentido, creo que 300 no es, simplemente, la versión hollywoodense de un cómic, sino una auténtica experiencia artística”.

A partir de esta declaración de principios, no me extraña que Snyder argumente una postura estética. “Desde el principio –dice, tras vacilar un instante–, quise jugar con el lenguaje de la imaginación… Con todas las libertades que se toma el narrador de la historia (el personaje interpretado por David Wenham)… Y del mismo modo que él estiliza su narración, nosotros hemos idealizado el escenario mediante el uso de efectos visuales”.

Más arriba comenté el buen desempeño de Gerard Butler en su papel protagonista. El actor consigue un peculiar equilibrio entre las dos facetas de Leónidas: la del rey ponderado, amante de la tradición, y la del caudillo bárbaro, a quien no le bastan mil adversarios para demostrar su audacia. “Desde el momento de la audición –dice Snyder–, este proyecto se reveló bastante peculiar. Imaginaos la escena: había que pedir a los actores que se quitaran la ropa y luego torturarlos con tremendas sesiones de gimnasio. Gerard fue una gran ayuda en este proceso. Para empezar, se parece mucho al Leónidas dibujado por Miller. Por otra parte, su acento escocés no desentona con el reparto británico (el acento estadounidense hubiera parecido demasiado contemporáneo), y además, supo entender plenamente las connotaciones de su papel. En todo caso, lo elegí sin saber aún cuáles eran los deseos del estudio”.

Cuando concluye el turno de preguntas, me acerco al realizador. Mientras estampa su dedicatoria en un cartel –perdonen mi fetichismo–, le comento lo mucho que me agrada 300. “Será un éxito –le digo–. La película lo merece”. En su respuesta, sale de nuevo a relucir un carácter cordial, perfeccionado en los áticos de Hollywood. Se le ve agradecido, confiado en el signo que van tomando los acontecimientos.

A este lado de la pantalla, el lenguaje no verbal de Snyder funciona como un mantra: “Lo conseguiste, tío –repite para sus adentros–. Lo conseguiste…”.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Imagen superior: Zack y Deborah Snyder, durante su visita a Madrid © Pipo Fernández, 2007. Cortesía de Warner Bros. Pictures-Publicity Dept. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.