Cualia.es

Crítica: «El señor de los anillos: Los anillos de poder» (2022)

Poderosa y sabia, fascinante y misteriosa, Galadriel es uno de los personajes que define la esencia de El Señor de los Anillos. El propio Tolkien, en una carta que remitió a Ruth Austin el 25 de enero de 1971, describe lo que hay detrás de esta fascinante figura: «Creo que este personaje debe mucho a la enseñanza cristiana y católica acerca de María y de la presentación de su imagen, pero en realidad Galadriel era una penitente: en su juventud, una conductora en la rebelión contra los Valar (los guardianes angélicos). A fines de la Primera Edad, rehusó orgullosamente el perdón o el permiso de volver. Fue perdonada por su resistencia a la tentación definitiva y abrumadora de coger el Anillo para sí».

En la excelente teleserie Los anillos del poder, desarrollada para Amazon Prime Video por los showrunners JD Payne y Patrick McKay, Galadriel forma parte de una historia coral. Sin embargo, es ella la que carga con mayor peso dentro de un argumento que se ambienta durante la Segunda Edad de la Tierra Media. Es decir, muchísimo antes de que tuvieran lugar los acontecimientos narrados en El Hobbit y El Señor de los Anillos.

A la hora de valorar el apego o la infidelidad de esta serie al universo creado por Tolkien, es interesante tener en cuenta cómo se escribieron los guiones. Rehacer lo narrado por Peter Jackson en las trilogías de El Señor de los Anillos y El Hobbit no hubiera tenido sentido, y por ello Amazon animó a sus guionistas explorar nuevos territorios. Con el fin de recrear la Segunda Edad se centraron en los apéndices de El Señor de los Anillos y en otros materiales dispersos, pero siempre bajo la atenta mirada de los herederos de Tolkien, con derecho de veto y autorizados para proteger el copyright del resto de la bibliografía del escritor.

Payne y McKay lo aclaraban en una entrevista con Vanity Fair: “Solo tenemos los derechos de La comunidad del anilloLas dos torresEl retorno del rey, los apéndices y El hobbit”, señala Payne. «Y eso es todo. No tenemos los derechos de El Silmarillion, los Cuentos inconclusosLa historia de la Tierra Media o cualquiera de los demás libros. (…) Hay una versión de todo lo que necesitamos sobre la Segunda Edad en los libros que tenemos derecho a adaptar”.

Que Amazon comprase estos derechos de adaptación por 250 millones de dólares da una idea de la grandeza de ese mundo que nos proponen Payne y McKay. Una grandeza que se traduce en una dirección artística fabulosa, nunca vista en televisión, y en una puesta en escena donde no falta el más mínimo detalle.

Sin embargo, la expectación levantada por la serie tiene un claro inconveniente. ¿De verdad se creía alguien que, en un momento marcado por la polarización a todos los niveles, Los anillos de poder iba a escapar de la controversia? Desde el primer momento, los tráilers y las entrevistas al reparto generaron una sucesión de polémicas que dividieron al público. La sacralización de Tolkien y el sesgo político de unos y otros hicieron que los dos bandos en conflicto se situaran en posiciones opuestas incluso antes de que se estrenase el primer capítulo.

Pero si uno ha leído a Tolkien con cierta mesura, comprobará que la serie ‒aunque algunos de los actores no haya estado fino en sus declaraciones‒ no es, ni mucho menos, un producto destinado a adoctrinar. El hecho de que haya diversidad étnica en el reparto no tiene mayor importancia (Parece que nos hemos olvidado de Tony Cox en Willow o de Marlon Wayans y Kristen Wilson en Dragones y mazmorras). De hecho, el puertorriqueño Ismael Cruz Cordova convierte al elfo Arondir en uno de los personajes más notables de la serie. También logran un excelente desempeño la actriz británica-iraní Nazanin Boniadi (Bronwyn) y la inglesa Cynthia Addai-Robinson (Míriel, la reina regente de Númenor).

Tampoco hace falta justificar el poderío de las figuras femeninas que aparecen en la serie. Basta con seguir al propio Tolkien y conocer a las admirables mujeres que aparecen en sus obras.

En último término, esa polarización inducida beneficia, obviamente, a quienes viven aislados en la vanidad de las redes sociales, persuadidos de que al otro lado del ring solo existe la barbarie. En fin, así las gastamos hoy.

Los dos primeros capítulos, dirigidos de forma espléndida por Juan Antonio Bayona, son espectaculares, tanto por lo que se nos muestra en pantalla ‒la ambientación, la dirección de arte, el maquillaje, el vestuario…‒ como por la fluidez narrativa con la que va encadenándose el arco argumental. Es cierto que algunas tramas interesan más que otras, pero ese aparente desequilibrio va corrigiéndose a medida que comprendemos mejor las motivaciones de cada personaje. El tempo, a veces más reposado, coincide con el tono que caracteriza a muchos pasajes de Tolkien.

Otra de las preocupaciones de los espectadores más comprometidos con la obra de Tolkien es el balance entre contenido original y contenido canónico (es decir, ideado por el escritor). Es significativo que esta inquietud no se manifieste con la misma intensidad en otros casos, sobre todo si tenemos en cuenta que la inmensa mayoría del cine de Hollywood se basa en novelas y obras teatrales.

Bajo mi punto de vista, Los anillos de poder es respetuosa con Tolkien, incluso en detalles que remiten al catolicismo del autor. Y todo aquello que inventa es más considerado con la Tierra Media que ciertas efusiones humorísticas y digitales de Peter Jackson en El Hobbit. Por supuesto, si uno se detiene en la exactitud de los mapas o en las variaciones de la cronología, habrá oportunidad para enmendar la plana a los guionistas. Pero esto no dejará de ser un ejercicio baldío. En ocasiones, el purismo más exigente solo sirve para demostrar que quien lo ejerce tiene buena memoria y un sentido inmutable de lo que debe ser la escritura. Olvidamos que eso nos impediría otorgarle valor a las infinitas (y rigurosamente infieles) adaptaciones de clásicos como Cervantes o Shakespeare.

Dicho de otro modo: si el canon literario no cambiase cuando pasa por el filtro audiovisual, no podríamos disfrutar de buena parte del cine realizado hasta ahora, justamente porque se trata de una reinvención y no de un calco.

A partir del tercer capítulo, cambia el equipo creativo y pasa a estar liderado por el británico Wayne Che Yip, pero el nivel cinematográfico no decae y los valores de producción sigue en lo más alto. En el sexto episodio, «Udûn», toma el relevo tras la cámara la directora franco-sueca Charlotte Brändström, que lidia perfectamente con algunos de los momentos más épicos de la temporada.

En líneas generales, el reparto alcanza un nivel muy sólido, en especial Morfydd Clark (Galadriel), Robert Aramayo (Elrond), Owain Arthur (Durin), Ismael Cruz Cordova (Arondir), Lloyd Owen (Elendil), Markella Kavenagh (Nori) y Charles Edwards (Celebrimbor). Es posible que parte del público se sienta decepcionado por la evolución imprevista de alguno de ellos. Ni que decir tiene que eso siempre ha formado parte de la experiencia audiovisual, sobre todo cuando el patio de butacas compara una película con el libro en el que se inspira.

Quizá dentro de unos años sea posible una valoración menos sesgada y libre de polémicas. Mientras tanto, Los anillos de poder evidencia, entre otras cosas, el magnifico nivel de los profesionales españoles. Y es que, no lo olvidemos, en los dos primeros de la primera temporada, Bayona viaja a la Tierra Media en compañía de la productora ejecutiva Belén Atienza, el director de fotografía Óscar Faura, los montadores Jaume Martí y Bernat Vilaplana, los artistas conceptuales Pablo Domínguez y Roberto Fernández Castro, el especialista en efectos de maquillaje Pepe Mora y el diseñador de personajes y criaturas Daniel Carrasco.

Sinopsis

Un reparto coral de personajes —unos conocidos y otros nuevos— debe afrontar la reaparición del mal en la Tierra Media. Desde las profundidades más oscuras de las Montañas Nubladas hasta los majestuosos bosques de Lindon, desde el reino insular de Númenor hasta los extremos más remotos del mapa, estos parajes y personajes forjarán los legados que perdurarán más allá de su desaparición.

Copyright de imágenes y sinopsis © New Line Cinema, Warner Bros. Television, Amazon Studios. Reservados todos los derechos.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.