Abejas, panales, y música intensa, abren los créditos con el zumbido de algo que promete emociones fuertes, y que no va a ser una melosa aventura de Winnie the Pooh, sino una cucharada sopera de “jaleo” real.
Adam Clay (Jason Statham) es un circunspecto y campestre apicultor que cuida con devoción de sus hacendosas abejas, y las protege de la amenaza de las avispas, esos bichos como de plástico que ha puesto Dios en el mundo sin otra misión que picarte cuando estás en la piscina. Esta va a ser la metáfora que subraya el argumento para darle al público una pincelada filosófica de naturalismo social, que ni el mismísimo Sir David Attenborough hubiese aplicado con mayor destreza (tampoco me imagino al bueno de Sir David retorciendo gaznates y metacarpianos ajenos).
Una cuadrilla de pintones y sobreexcitados hackers se dedican al timo de la estampita virtual, con menos gracejo que Tony Leblanc, pero con mejor cuenta de resultados. Agazapados en horteras oficinas multipantallas en tonos frambuesa fluorescente y dark ‒como las que imagino en la sede de Facebook‒, estos trileros 2.0 cometen el error de meter la mano en el bolsillo de la persona equivocada, lo que va a despertar la ira de nuestro abejorro soldado en defensa de esa colmena llamada sociedad civil, a la que protege desde la sombra.
Comandos de élite desmontados como muñecos de mercadillo, una estrafalaria sicaria en tacones y ataviada con una gabardina frambuesa fluorescente (lo que la vincula cromáticamente a la facción de los timadores gamers), o un equipo de mercenarios inflados a esteroides, son algunos de los sparrings que el director David Ayer le va lanzando a nuestro incombustible protagonista, quien va pasando pantallas espartanamente hasta el desenlace final.
Beekeeper es una cinta de violencia hedonista y grácil, plásticamente montada, un continuo «alégrame el día» cuajado de escenas de golpes y sketches al más puro estilo Looney Tunes, y altamente satisfactoria para el espectador hastiado de atropellos y estafas mafioso–institucionales. Una fantasía que nos permite soñar con un mundo en el que los malos reciben su bien ganado castigo, y que cumple con el precepto moral de que el protagonista sólo dispara a los policías buenos en la rodilla y en el chaleco antibalas, como ya aprendimos en Terminator 2.
La película es un traje a medida para Jason Statham, esa máquina de picar carne a velocidad luz, con nombre onomatopéyico que suena como un golpe de Popeye en la mandíbula de Bruto. Statham se instala definitivamente en el Olimpo de los grandes vengadores harrysuciescos a puño y tiro limpio, regalando menos sonrisas que Buster Keaton perdiendo el tren, y exhibiendo la belleza testosterónica y audaz de los hombres rapados, héroes fílmicos de varoniles cráneos pelados sin tapujos ni un pelo de mojigatería, broncíneos y duros como un casco etrusco.
La presencia de los actores Jeremy Irons y Josh Hutcherson en el papel de los supervillanos ‒un siniestro exdirector de la CIA (valga la redundancia), y un delincuente niño de mamá‒, sólo aportan el necesario rol pasivo del objeto de venganza, en una película en la que cualquier página dramática en el guion es una molestia en la acción comparable a la de los anuncios de YouTube, y cuyos personajes habrían sido interpretados sin merma de interés por el dueño de la ferretería de abajo y su sobrino el influencer.
El desarrollo de la cinta es el consabido y deseable menú degustación de tiros y mamporros episódicos en crescendo, algo que ya hemos probado en decenas de fast food similares –ahora con doble de bacon y jalapeño–, pero del que de vez en cuando disfrutamos para darnos ese placer, grasiento y licencioso, que nos deja las arterias listas para trasegar otra ración de cotidianeidad y malas noticias en espera de la siguiente de Statham.
Sinopsis
La brutal campaña de venganza de Adam Clay, interpretado por Jason Statham, adquiere tintes nacionales tras revelarse que es un antiguo agente de una poderosa organización clandestina conocida como Beekeeper.
Este brutal thriller de acción está coprotagonizado por Josh Hutcherson (Los juegos del hambre) y Jeremy Irons (Assassin’s Creed, Inseparables).
Un beekeeper es un operativo de alto nivel a quien solo se recurre en situaciones extremas de emergencia nacional. Cuando Adam Clay (Jason Statham), agente retirado, se pone en marcha de forma independiente después de descubrir una conspiración en las más altas esferas del gobierno, ningún mecanismo de seguridad puede evitar que utilice todos sus recursos para hacer justicia.
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