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Crítica: ‘Aguas profundas’ (‘Deep Water’, 2022)

Uf, me la he metido en vena.

Dos veces en dos noches consecutivas. ¡Y qué buena merca estas Aguas profundas!

Huérfano de Tony Scott (ay) una década ya, sólo me queda Verhoeven para endilgarme mi droga adolescente de primera y ahora, de la nada, el bueno de Adrian Lyne ha regresado con su jaco químicamente puro, como si no hubieran pasado 20 años de silencio desde sus magistrales Lolita e Infiel.

Y la prueba de que sigue más coherente y en forma que nunca es que la crítica lo sigue odiando a muerte, ¡como en sus mejores tiempos!

Leer hoy las reseñas de esta película es como regresar a los días ochenteros en que los críticos soltaban espumarajos cada vez que estrenaban Eastwood, Milius, Scott, Bigelow, Cimino, Schenkel, Hill. Ah… ¡cómo extrañaba esa sensación!

Gozar el cine al margen de los carcamales en los medios…

¡Que te sigan insultando cuando ya eres un anciano reviste mucho mérito!

Por el reparto no las tenía todas conmigo. De Ana de Armas nunca veré Blonde: la vida de Marilyn me importa un pito, con perdón; al igual que esta moda de victimizar mitos populares, que es otra manera de vendernos el clásico lacrimógeno “famosas que sufren”, pero fingiendo con argumentos elevados que no sólo nos mueve el morbo de mirar estrellarse la porcelana. ¡Y tampoco soy fetochista! Así que sólo la recuerdo de cuando aún era natural —quicir cachetona y regordeta— en los pocos minutos que aguanté los trucos baratos de Puñales por la espalda, antes de sucumbir aplastado ante la insoportable levedad del carisma de Daniel Craig: le veo lo buena actriz, pero también su cálculo; y lo que vislumbro tras esos ojos tampoco me mata…

Pero a la Cesarina lo que es de la Cesarina: de Armas se entrega al personaje de Melinda con honestidad, valor y al toro (o toros, en este caso).

…En cuanto a Ben Affleck, bueno, es Ben Affleck: su mejor papel en treinta años de carrera ha sido el de semental sentimental y tal de Jennifer Lopez, y sólo por eso ya me tiene ganados la simpatía y el respeto. Y encima tener que aguantar a todos los fans talluditos de Batman discutiendo si todavía le cabe o no el traje. Aquí además cumple en su ya institucionalizado rol de heteromanso, aunque me desconcierta la versatilidad literal de su rostro, que en unas tomas aparece con las dimensiones de un cincuentón normal y en otras inflamado con doscientos litros de bótox: si al menos hubiera seguido un plan de rodaje cronológico, no me hubiera sobresaltado de continuo a lo largo del metraje, precipitándose sobre mí a traición con una hinchazón facial digna del que se ha pasado veinte días con las sábanas pegadas. O resucitado tras diez de ahogado. O muy abofeteado el careto.

Pero ése es mi único pero a su Vic.

Bueno, ése y su galería de amistades masculinas, que parecen los descartes más garrulos

de algún casting del infame Appatow para encontrarle nuevos colegas de ficción a Adam Sandler en un reboot prosemita y provida de Un papá genial. No sé de dónde saca Hollywood que los amigos del heroíno tengan que ser siempre simples, tontos y eructadores de cerveza.

Ah, luego está la “misoginia” de la película. ¡Ah, su misoginia!

¡Y cuántas reseñas en los EEUU han cargado contra esa presunta misoginia achacándosela al pobre director!

Pero ¿es que ningún crítico ha leído la novela original de 1957 en la que se basa Aguas profundas? Yo sí lo acabo de hacer, ¡y a mí no me pagan por escribir esto!

Pues la novela es de Patricia Highsmith y, si hablamos de misoginia, creo que Lyne y sus (excelentes) guionistas han realizado un esfuerzo colosal por no hacer de la protagonista la rufiana insufrible que su creadora retrata con cizaña implacable. Para empezar, suavizando mucho el rol de “mala madre” que Highsmith se regodea en detallar, en contraste con el padre amoroso y dedicado que es Vic; o incluso las interminables vejaciones y perrerías a las que Melinda somete a su marido, como invitar a cenar en casa a dos de sus candidatos a amante y obligarle a presenciar humillado la competición de verracos.

¡Los críticos concienciados de hoy insultando a Adrian Lyne y proclamando que su erothriller formulaico y “sexista” ya no funciona en nuestros tiempos! Y ni estamos ante un erothriller formulaico ni lo que definen como sexismo caduco procede del director sino, en cualquier caso, de la fuente original. La película, más allá de que Melinda nace mucho más humanizada que en el libro y que en el libro los amigos de barrio residencial de Vic son Karls Marldens majetes de tintes tolerantes en lugar de niñatos majaderos de reunión pajillera, sigue con lealtad todos los hitos de la trama propuesta por Patricia

Highsmith, con excepción del desgarrador final.

Hasta el juguete de la hija en la bañera es el mismo que propuso la autora hace 65 años.

Un poco de por favor: ¡que se atrevan ahora esos críticos a decir que Patricia Highsmith está demodé! Ni de coña lo harán. Por cierto: qué panzón de reír los lectores de Goodreads que confiesan en sus reseñas haberse acercado únicamente a la (formidable) novela motivados por el anuncio de que sería adaptada a thriller erótico para la gran pantalla. Si la película es parca en sexo, la novela ni eso: directamente no lo hay, llegando incluso a sugerirse que Vic podría ser gay o asexual. Miento, ¡sí hay sexo! En concreto, varios párrafos muy explícitos (pornográficos para la época) dedicados a describir un tórrido y húmedo coito entre dos caracoles.

A Patricia Highsmith sí le creo su misantropía, fundada en tantas ficciones propias y en lo escasamente empático de sus personajes; creer literalmente en la de Adrian Lyne es errar el tiro por completo. Es como cuando acusaron el Starship Troopers de Verhoeven de belicista y fascista: a poco que uno escarbe, sabe que la mirada de Lyne tampoco es recta ni monolítica, que en algún recodo más elevado del camino él se está riendo de su propio mensaje y, sobre todo, de nosotros.

Riéndose como el niño que decía imitar la música de Tiburón a base de pedos en sus 9 semanas y 1/2. Nadie en su sano juicio puede tragarse que el director de Flashdance y Una proposición indecente sea un señoro hetero dispuesto a aleccionarnos.

Si algo se le puede achacar, en última instancia, es el haber sexualizado a Vic: resorte bien manejado que nos acerca emocionalmente a esta pareja.

Un doble inciso: la olvidada versión fílmica de 1981, dirigida por Michel Deville y protagonizada por Isabelle Huppert y Jean-Louis Trintignant (¿la habrán visto esos críticos “profesionales” que despotrican de la de 2022?), es también fiel a la novela y también traiciona el final para vindicar el amor, aunque sea uno tan disfuncional: probablemente inspiró la conclusión a Lyne, porque es una caída de telón muy suya. Por cierto, cinta aquella mucho menos mojigata: Huppert (impresionantemente bella a sus 27) retoza exhibicionista en numerosas secuencias y Trintignant besa innecesariamente a la mujer de su enemigo. Hay también una escena de diálogos muy cuqui donde sólo vemos al que calla por turno, tan francés eso; y Vic es perfumista artesanal en lugar de pequeño editor como en la novela o programador de drones como en la nueva versión.

Sin embargo, los asesinatos en la francesa no son tan bonitos…

Existe asimismo una versión alemana —Tieffe Wasser— en formato miniserie producida en 1983. Tres horas dirigidas por Franz Peter Wirth y protagonizadas por Peter Bongarth (un Vic con cara de bonachón vasco y esa sonrisa sufrida del que se cuece al pilpil en sus celos) y la energética y ya fallecida Constanze Engelbrecht. Su libro de estilo sigue prácticamente la ruta visual de la película de 1981 y el pormenor de la novela, añadiendo de propia cosecha un intento frustrado de seducción epidérmica de Melinda a Vic —para justificar que ella se rodee de maromos— y recuperando el trabajo de editor literario para este último. Sus muertes y sus muertos son mejores que en la versión gabacha. Y es la más fiel a las infidelidades de Melinda.

Vale, la peli yanqui es más pacata (¡tanto erothriller y tanto erothriller!), como suele suceder en Hollywood y más en estos tiempos. Pero como buen viejo zorro inglés, Lyne siempre estará del lado de la guarrerida española y la promiscuidad. Y creo que eso es lo que de hecho ha molestado en esta película —¡una vez más! — a la logia mediática de puritanos estadounidenses: la naturalidad inaceptable con que una pareja de adultos vive el vaivén de amantes frente a una niña pequeña bajo su techo —impresionante, por cierto, la brillante actriz infantil Grace Jenkins— y hasta cómo el padre invita a brindar con vino a su cría para celebrar un nuevo asesinato; o que el protagonista esté dispuesto a seguir con su relación y su rol de mártir por más que ABSOLUTAMENTE TODAS SUS AMISTADES le aconsejen que rompa y pegue la vuelta. Como sin duda sucedería en los USA de hoy, unos USA enfermos de paranoia moralista, medición de las miradas y racionalización del instinto, políticas interpersonales destinadas a crear una olla de presión que acabará, inevitablemente, en genocidio.

Es más. Lyne vuelve a crear un monstruo coyuntural y único, conformado por todos los elementos paranoicos que percibe en nuestra sociedad: si hace 35 años nos regalaba una asesina «rompehogares» capaz de encarnar los peores miedos de las parejas de pipiolos en la conservadora década del Sida, este año nos regala otro «monstruo» forjado con los terrores vigentes y estereotipos abominables que anidan en el corazón de la «familia de bien» norteamericana actual, incómoda y en malos términos con su propio cuerpo: ese cuco que ve la luz en ‘Aguas profundas’ es la «zorra latina», un intruso capaz de revolucionar cualquier hogar decente de barrio WASP con su libertinaje y su sensualidad espontáneas, y que amenaza invadir la «nación de los valientes» con una avalancha de sexo desenfrenado y bebés mestizos. ¡El fin de la civilización rubiales!

Exactamente los mismos terrores que sintieron millones de blanquitos anglosajones al contemplar a Shakira y J Lo contoneándose como gacelas en celo en su actuación televisiva del SuperBowl 2020, un atentado de voluptuosidad visual contra todo aquello que constituye la base del ideal protestante, principalmente su espíritu de contención del placer terrenal. El gran miedo de Aguas profundas recorre éstas como aleta erógena de Tiburón: el miedo a que esos latinos folladores acaben atiborrando los Estados Unidos de su gente e imponiendo su lengua, sus genitales y sus leyes naturales.

¿Cómo iba a ser bien recibida esta película? Entroniza a la latina liberal y sexualmente activa por default, que aquí además encuentra su mejor aliado en el ideal aparente de ciudadano modelo anglosajón…, quien, por si fuera poco, jamás se rebelará contra ella.

Vic siempre defenderá a Melinda: idea medular sobre la que bascula toda la trama y gran parte del mérito conceptual de Lyne.

¡Dios bendiga esas críticas rezumantes de odio acérrimo y desprecio, pues garantizan que Deep Water metió su dedo moreno de uña postiza en el blanco de la llaga gringa!
Estamos ante la quintaesencia del “qué sabe nadie”.

Y a sus 81 años, asombra que Lyne siga tan en forma como dos décadas atrás, dominando el cine sensorial como ningún otro en su generación: sus revolcones y sus bucolismos se siguen oliendo como olíamos los dedos impregnados de sexo de Diane Lane en plena resaca de su adulterio en Unfaithful, cuando ella se los olisqueaba de estranquis; y las situaciones límite de los personajes nos asaltan con la vividez con que entrechocaban los cataplines del indeseable pederasta en Lolita bajo el vuelo de su bata.

Hay varios momentos memorables en esta Aguas profundas que ya casi nadie se atreve a filmar en Hollywood: por ejemplo, el hecho de que la niña crea a pies juntillas y con ilusión que su padre es un asesino y durante un inocente remojón en la bañera prometa guardarle el secreto, todo ello narrado en clave ligera y zumbona, pero esencialmente siguiendo la convención realista del drama complaciente: ¡usurpando con delicioso veneno y en clave de drama oscarizable la secuencia estándar de amor paternal!

Y la atención al detalle y al matiz de su director, marca de la casa, me sigue deslumbrando: ahí están las miradas perplejas del amante más simpático de Melinda a la beatitud friqui con que Vic contempla sus caracoles amaestrados…

Esa decisión de ofrecernos una mirada robada de amante a marido en plena conversación sin que éste, siendo el protagonista, se aperciba, supone una muestra perfecta del genio de Lyne.

Y por estas cosas lo amo.

ADVERTENCIA DE TRAMA REVENTADA:

Y ahora os cuento el final, pero es que me da pie a una reflexión maravillosa.

Si alguna consideración moral «seria» se puede extraer de la trama de Aguas profundas —factualmente inverosímil, como lo son casi todas las tramas de Patricia Highsmith— y su simpatiquísimo desenlace es la siguiente conclusión:

Aguas profundas es la crónica de la relación de dos tarados tóxicos que, pese a todo, siguen con su relación adelante. Y a los narradores —la Highsmith y, en igual o mayor medida, el Lyne— no les importa que sean dos tarados. Al contrario, los abrazan y aceptan, como abrazamos al monstruito que también compadecemos en su soledad.

¿De verdad alguien se puede tomar en serio una moraleja así? ¿De verdad un cine puro sobre seres impuros como éste puede despertar en alguien su lado inquisidor?

¿Alguna vez alguien se sintió indignado porque Hitchcock humanizaba a su psycho?
La triste respuesta es seguro que sí.

No seamos ruines ni literales: vale, en Aguas profundas, como siempre en el cine falsamente conservador de Adrian Lyne, la pareja gana por más que sea una pareja (¿acaso no lo somos todas?) de dementes.

Sí, su pareja gana.

Pero esta vez, al contrario que en Atracción fatal, ¡el psicópata también!

Porque, esta vez, Lyne sí pudo escoger el final.

Adrian Lyne se ha atrevido a hacer una película inmoral en el Hollywood profundamente moralista de nuestros días.

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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