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Crítica: ‘La emperatriz rebelde’ (2022). Una emperatriz sin trono

Isabel de Baviera, casada con el emperador de Austria-Hungría Francisco-José, fue emperatriz de un Estado decadente, sometido al poder militar de Alemania. Le tocó, según ocurre en las grandes decadencias, una época de esplendor cultural. Su vida extravagante, siempre en fuga lejos de su corte, su cercanía a la locura y el espiritismo, la proximidad de su primo, el alucinado Luis II de Baviera, y de su hijo Rodolfo, drogadicto, progresista y suicida, el final abrupto por asesinato a manos de un anarquista, todo ello da para más de una novela.

El cine se ocupó de la hermosa y enigmática Sissi. En 1955 y 1956, dos filmes dirigidos por Ernst MarischkaSissi emperatriz y El destino de Sissi – sirvieron para dar lugar de estrella a Romy Schneider. La fábula propicia a una novela gótica se inclinó por el idilio romanticón y la comedia lacrimosa. Ahora, con La emperatriz rebelde (Corsage), la directora Marie Kreutzer intenta inclinarse ante el drama social. Sissi, mimada por una existencia de lujo y comodidad, vive mal la complicada rigidez de una corte que la halaga en un jaulón de oro. Se fuga cuanto puede de ella pero no sabe bien hacia dónde. El tiempo aja su belleza y la acerca al trastorno mental.

Un inconveniente de las películas, novelas y dramas históricos es manejar como ficticios a unos personajes documentados por la historia misma. Hay que ver de cerca y oír hablar a individuos que son actores y actrices disfrazados –mejor o peor enmascarados– y darlos por buenos. Lo que realmente ocurre en estas ficciones es, justamente, que son ficticias y utilizan la historia para montar sus artificios. Como tales han de juzgarse. No vale decir “Sissi no era realmente así” sino “Sissi es realmente así”, tal como la muestra la ficción. Si el relato y sus figuras se sostienen, la obra está lograda.

Kreuzer ha acertado en marcar y manejar a la actriz Vicki Krieps, que resuelve el encargo con maestría. Se la ve hermosa y angustiada, presa de miedo a la vejez con minuciosos cambios en su cuerpo, gozando y padeciendo a la vez su rol protocolario de suntuoso maniquí encorsetado por la etiqueta palaciega. Huye cuanto le da la gana pero no sabe hacia dónde. El final, que no corresponde revelar, no es histórico.

El guion utilizado es flojo. Arma viñetas sin desarrollo, una sucesión de bellas y lujosas imágenes, pero no consigue hilvanar una historia. Sissi insiste en aparecer y cobra volumen psicológico y dramático, pero otros personajes como el marido, los hijos y un amante inglés y lejano, desfallecen por defectos narrativos.

Un segundo acierto del filme es su producción, tanto que pasa a primer plano y, por decirlo, así, se come al resto. La imaginería es acariciante, bonitísima, majestuosa, infalible de minucias, en fin: un álbum erudito, elegante y cuidadoso de un medio que fue, por sí mismo, una sucesión de estampas. El cine ha conocido trabajos de este carácter como los de Luchino Visconti, Max Ophüls y, en parte, William Wyler. Tienen una fragancia visual muy cautivadora pero un apetito igualmente visual y bastante riesgoso. En efecto, el respeto del objeto y su proliferación, el uso de imponentes sitios reales y un vestuario de admirable calidad material y de diseño, puede someter la narración misma. Si se detalla la ropa interior de la emperatriz, habrá que detenerse en el corsé, los ojales y la pasamanería. Si se utiliza una vajilla de época, habrá que gastar primeros planos de los platos soperos. Si se pone a los más altos cortesanos de chaqué en la escalinata de un palacio, habrá que describir la ceremonia de la llegada imperial, con su cortejo y su banda de música. Si se utiliza una diligencia de época restaurada, habrá que mostrar cómo se suben los personajes en ella, verla partir y alejarse. En fin, nos ponemos ante un ejercicio estético del detalle gigantesco bajo el cual claudica la fábula. Es bello visitar un museo y detenerse largamente ante las telas favoritas del visitante. Una película es otra cosa. No podemos detener la proyección para mirar exhaustivamente un plano. Cabe recordar al respecto el consejo de Chejov: si muestras un revólver en la primera escena, habrás de dispararlo en algún momento.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")