Contacto es una auténtica curiosidad en los anales no sólo de la ciencia ficción sino de las películas en general: un éxito de taquilla de 100 millones de dólares repleto de efectos especiales y grandes estrellas que, además, es científicamente riguroso. Igualmente sorprendente e inusual es que, mientras que el argumento de Contacto hace un uso correcto de la ciencia, en el fondo es una historia sobre la fe y una de las pocas películas para todos los públicos en las últimas tres décadas que aborda de manera explícita los desafíos de la religión en el mundo moderno
Eleanor Arroway (Jodie Foster) desarrolló desde la infancia una fascinación especial por la radio al creer que podría usar esa tecnología para comunicarse con su difunta madre. Ya adulta, Ellie se convierte en una radioastrónoma especializada en el SETI (el programa de búsqueda de inteligencias extraterrestres), utilizando radiotelescopios para escuchar las señales –normalmente simple ruido de fondo– provenientes de diferentes sectores del universo en la esperanza de encontrar pautas que denoten una emisión inteligente.
Cuando el responsable del proyecto, David Drumlin (Tom Skerritt) suspende la financiación gubernamental y hace imposible seguir utilizando el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico), Ellie remueve cielo y tierra para buscar inversores privados. Su pasión a la hora de defender su trabajo es lo que convence al misterioso multimillonario S.R.Hadden (John Hurt) para continuar financiando el proyecto, lo que permite a Ellie alquilar tiempo de uso de una red de radiotelescopios del gobierno localizada en Socorro, Nuevo México.
Un día, detectan una emisión de señales no aleatorias provenientes de la estrella Vega, a 26 años luz de distancia de la Tierra. Resultan ser números primos codificados. El descubrimiento no sólo atrae la atención del gobierno y los militares, sino que el antes escéptico Drumlin, ahora nombrado Consejero Científico del presidente norteamericano, irrumpe en el proyecto y toma el control arrogándose el mérito. Al examinarla más detenidamente, la señal resulta contener un fragmento de vídeo: el discurso de inauguración de Hitler en las Olimpiadas de Berlín de 1936, que fue la primera emisión de televisión enviada al espacio desde la Tierra.
Aún más, escondido en esa misma señal se hallan miles de planos y esquemas de ingeniería muy detallados. Tras muchas especulaciones, se descubre que se trata de planos para la construcción de un ingenio que permitirá realizar viajes intergalácticos. Se acuerda construir la Máquina, como se la bautiza, y se desata una dura competición por ser la persona elegida en el viaje inaugural, competición en la que el manipulador Drumlin desplaza a Ellie, rechazada por el comité encargado a tal efecto por declarar abiertamente su agnosticismo religioso.
Cuando un fanático religioso se inmola destruyendo la Máquina, Hadden revela a Ellie que los japoneses, en secreto y con la colaboración de su imperio empresarial y tecnológico, han construido otra Máquina y que será ella quien la ocupe como pasajera. Al ponerla en funcionamiento, la cápsula en la que viaja entra en una red de agujeros de gusano que conducirá a Ellie a lugares y revelaciones maravillosos.
La atención al detalle científico que muestra la película no es casualidad: el film es la adaptación de la novela del mismo nombre escrita por Carl Sagan, un astrónomo especializado en la exploración planetaria que, además de sus importantísimas aportaciones científicas sobre Venus y Marte, se convirtió, en su faceta de divulgador, en uno de los principales y más famosos defensores de la Ciencia y sus métodos. De sus logros y obra ya hablé someramente en la entrada dedicada al libro en el que se basa esta película, así que no me repetiré al respecto.
Cuando la heroína Ellie Arroway (Jodie Foster) busca a sus “pequeños hombrecillos verdes”, como ella misma dice, lo hace analizando metódicamente ondas de radio provenientes del espacio, tal y como hacen los auténticos astrónomos. Incluso cuando la película comienza a transitar fuera de la senda científica conocida (en el último tercio, con un viaje galáctico a través de un agujero de gusano), lo hace de una forma que está, como mínimo, vagamente relacionada con la física tal y como la conocemos hoy. Así, la novela Contacto fue la primera en contemplar la posibilidad de que un agujero de gusano pudiera utilizarse como portal para el viaje intergaláctico, una idea que le sugirió a Sagan su amigo y colega el físico Kip Thorne y que luego adoptarían muchas otras obras de la ciencia ficción, como Star Trek: Espacio Profundo Nueve (1992–99)
Es muy habitual escuchar o leer la afirmación “el libro era mejor que la película”, frase arriesgada por cuanto, a menos que el libro fuera escrito ya desde su concepción con vistas a una adaptación cinematográfica, se trata de dos medios diferentes que utilizan sus respectivos lenguajes. La literatura es ideal para expresar ideas complejas y desarrollar tramas densas con múltiples personajes; el cine, dadas sus limitaciones de duración, se ve a menudo forzado a simplificar el texto original –lo que no siempre es malo– pero tiene a su favor la fuerza de la imagen, el ritmo y la capacidad interpretativa de los actores, que pueden conectar emocionalmente con el espectador más intensa y fácilmente –siempre que tengan talento, claro– que el escritor con el lector.
El caso de Contacto, no obstante, es atípico porque tanto el libro como la película tienen un nivel similar de calidad. Es cierto que los guionistas han abreviado la carga científica de la novela y aligerado la polémica científico-religiosa, no sólo para llegar a una mayor audiencia sino, probablemente, para no herir la sensibilidad del amplio porcentaje de la población norteamericana que mantiene firmes creencias cristianas y una visión antropocéntrica del universo. Esa simplificación de la versión cinematográfica tampoco debería indignar a nadie, especialmente teniendo en cuenta que Sagan concibió la historia originalmente como una película.
Efectivamente, Contacto nació de las conversaciones que Sagan mantuvo con Francis Ford Coppola en la década de los setenta acerca de la posibilidad de rodar una película de ciencia ficción “dura” (de hecho, el famoso director demandó más adelante a Sagan buscando el reconocimiento a su aportación intelectual). Oficialmente al menos, Sagan y su esposa Ann Druyan dieron forma a la idea a comienzos de los ochenta atendiendo a una petición de Lynda Obst, que entonces trabajaba como productora de Flashdance (1983) y que más tarde realizaría la misma labor en cintas como El Rey Pescador (1991), Algo para recordar (1993) o Interstellar (2014). Obst animó a Sagan y Druyan a escribir el borrador de un guión basado en el trabajo que durante años habían realizado para el programa SETI.
Aquel tratamiento acabó escapando del control de Obst y cayendo en las manos de Peter Guber (productor de Batman, 1989), quien ordenó extensas reescrituras que garantizaban el desastre de la historia, como hacer que Ellie tuviera un hijo que se colaba en la cápsula de la Máquina para viajar con ella; o que volvía del viaje embarazada; o que los alienígenas llegaran a la Tierra a bordo de grandes naves….
Por fortuna, Sagan no dio su brazo a torcer y no autorizó ninguno de aquellos esperpentos. Al final, el proyecto se abandonó y el científico acabó publicando su idea en forma de novela con el título Contacto (1985), su única incursión en el campo de la ficción literaria.
Sagan convirtió la historia en una absorbente dialéctica entre la religión y la ciencia. De hecho, es un libro, apoyado en las propias creencias y experiencias del autor, alguien que defendía la ciencia al tiempo que envidaba muchas de las mejores características de la religión (de hecho, su trabajo de divulgación a menudo transmite una sensación de espiritualidad y maravilla ante el Universo), pero que nunca pudo aceptar su exigencia de mantener una fe ciega. Es famosa su cita: “¿Quién es más humilde? ¿El científico que mira al universo con mente abierta a aceptar lo que el universo le tenga que enseñar? ¿O alguien que dice: «Todo en este libro tiene que ser considerado verdad literal, y nunca importará la falibilidad de los humanos involucrados en su escritura?”.
El éxito de la publicación del libro (vendió casi dos millones de ejemplares en sus dos primeros años en el mercado) reavivó el proyecto de la película ya en la década de los noventa, pero Guber seguía empeñado en sacar adelante su visión personal de la historia y hasta que no se desvinculó de la misma al convertirse en presidente de Sony Pictures, el film no salió de su bloqueo.
Fue Lynda Obst quien retomó en 1989 sus labores de productora, involucrando como director a George Miller (director de Mad Max y sus secuelas). Fue él quien atrajo a la producción a Jodie Foster como protagonista –firmó en 1994, declarando que ese guión era uno de los pocos que consideraba con suficiente interés como para participar en él–. Pero Warner Brothers pensó que el director estaba llevando el proyecto con excesiva lentitud. Llevaba años empantanado en la preproducción, exigiendo continuas reescrituras del guión y retrasando la construcción de escenarios, así que lo despidió y contrató a Robert Zemeckis.
Zemeckis es un director que emergió a mediados de los ochenta y que desde entonces ha demostrado un auténtico talento para el cine de género y comercial. Alcanzó la fama con su tercer film, Tras el Corazón Verde (1984), superándolo con creces con Regreso al futuro (1985), al que siguieron sus dos secuelas (1989 y 1990), ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988) o Forrest Gump (1994).
Zemeckis siempre ha tenido un gran interés en integrar los mejores y más avanzados efectos especiales en las historias que cuenta. Así, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? fusionaba magistralmente la animación con la imagen real; La muerte os sienta tan bien (1992) fue una de las primeras películas en participar de la nueva revolución digital; y tanto Forrest Gump como Contacto utilizaron de forma muy inteligente las filmaciones de noticieros, mezclándolas y manipulándolas para encajarlas en los argumentos. En el caso que nos ocupa, por ejemplo, recurrió a imágenes digitalizadas de Bill Clinton, a la sazón presidente de los Estados Unidos, para hacerle “participar” en ruedas de prensa imaginarias (en las que, vaya sorpresa, habla sin decir nada).
Contacto, la película, es mayormente fiel al espíritu de la novela de Sagan, si bien introduce bastantes cambios, el principal de los cuales fue convertirla en una producción de 70 millones de dólares. Y es que, en realidad, la historia que narra el libro no requiere tanto presupuesto. Aparte del clímax en el que se cuenta el viaje y llegada a Vega, la trama carece de secuencias de acción o momentos que requieran carísimos efectos especiales. Es uno de esos raros casos de buena ciencia ficción que funciona gracias a su historia y sólo a su historia.
Por eso resulta algo raro que la película trate de inflar el argumento para convertirlo en algo digno de una superproducción cuando ello no es necesario. Así, la Máquina pasa de ser una modesta esfera en un hangar a una enorme estructura móvil chisporroteante de energía y, en su momento, impactantes explosiones. De hecho, los primeros veinte minutos de película resultan un poco cargantes por esa constante necesidad de presumir de presupuesto –casi no hay un plano que no enmarque el drama con telescopios, paisajes imponentes o cielos estrellados. Ello no quita que los efectos sean impresionantes, especialmente los de la secuencia inicial, en la que la cámara va alejándose de la Tierra primero, luego del sistema solar hasta el centro de la galaxia, acompañada del sonido de fragmentos radiofónicos y televisivos que nos van transportando sutilmente hacia atrás en el tiempo hasta alcanzar un punto en el que sólo hay silencio… para, en un segundo, cambiar totalmente la escala y revelarnos que todo el plano no es sino un reflejo en la pupila de una Ellie todavía niña. El salto de lo cósmico a lo infinitesimal es deslumbrante, algo muy parecido a la transición de hueso a nave espacial que Kubrick hizo para 2001: Una Odisea del Espacio (1968). Otra cosa es que la historia hubiera funcionado igual de bien sin estos despliegues visuales, abordándola como drama intimista y a pequeña escala.
Otro de los grandes cambios respecto al libro es el personaje de Palmer Joss (Matthew McConaughey), que pasa de ser un líder fundamentalista cristiano (que Sagan modeló, aparentemente, a partir de Jerry Falwell) a un nebuloso embajador de la New Age. Más forzado aún resulta que Palmer se convierta en el interés romántico de Ellie (parece que Hollywood no podía entender una película protagonizada por una mujer fuerte e independiente sin incluir una relación sentimental).
Elegir a McConaughey, cuya estrella parecía estar entonces en ascenso, fue uno de los grandes errores de la producción. Para empezar, es difícil de creer que alguien de su edad (el actor tenía 28 años en aquel momento) pudiera haberse ganado el puesto de principal líder religioso del país y asesor presidencial en esas materias. En último término, su único papel en la historia es la de servir de contrapunto a la fe que Ellie profesa por la ciencia.
Y es que, irónicamente, el mayor salto de fe lo hace Ellie, que es agnóstica pero que una y otra vez necesita recurrir a ella: fe en su trabajo, en sus sentidos, en sus amigos, en sus conocimientos científicos… pero sobre todo en sí misma. La fe es un concepto que a ella le cuesta aceptar, por lo que su viaje personal es tan importante como el salto galáctico que lleva a cabo al final para encontrarse con los alienígenas que tanto había buscado.
Un film para todos los públicos que trate a la Ciencia y a la Fe con respeto es difícil de encontrar; hallar uno que además salga airoso es casi, valga la comparación, un milagro. Eso, claro, si uno no busca rascar demasiado en el asunto. Porque lo que a la postre busca Contacto es demostrar que ciencia y fe no son conceptos necesariamente encontrados y que, de hecho, pueden ser complementarias. Aparentemente, es una idea que merece la pena tenerse en cuenta, una idea que aboga por la tolerancia, la comprensión mutua y la conquista de terrenos comunes a través del diálogo.
Ahora bien, lo cierto es que no estoy seguro de que la película satisfaga a los más ardientes creyentes de ambas posturas. Y ello porque el mensaje que lanza, a pesar de su aparente valentía, resulta tan tibio y buenista como aquella moraleja final de Metrópolis, en la que el capitalista se reconciliaba con el obrero a través del corazón. Y es que la religión que contempla Contacto es un concepto muy vago, personificado en la figura del reverendo Joss Palmer, un autodidacta independiente, ajeno a cualquier iglesia organizada y cuyo mensaje es uno de espiritualidad difusa basado en la experiencia personal y algo ambigua de la divinidad. Dado que la existencia o no de Dios no es materia de estudio científico –puesto que no pueden recogerse evidencias materiales y/o medibles ni reproducir fenómenos con el fin de estudiarlos y llegar a través de ellos a teorías–, las discusiones que se plantean no interfieren realmente con el trabajo de observación y explicación de las leyes de la naturaleza que sí es objeto de la Ciencia.
El verdadero problema surge con aquellas creencias que sí pretenden dar explicaciones acerca del origen de nuestro universo, su evolución, funcionamiento y propósito (por ejemplo, los creacionistas, opuestos a la ley de la evolución). ¿Cómo puede hallarse un término medio entre aquéllos que defienden una explicación racional y apoyada en evidencias de, por ejemplo, la historia de la vida en nuestro planeta, y aquellos que sostienen sus argumentos esgrimiendo tan solo un libro de interpretación variable y autoría desconocida?
Tampoco el pensamiento científico es compatible con los argumentos de autoridad esgrimidos por la religión organizada. En las iglesias, sean del signo y creencia que sean, la jerarquía ordena e interpreta y las bases han de aceptarlo sin dudar ni rebatir, una actitud sumisa que choca frontalmente con el escepticismo y la exigencia de demostración propios de la Ciencia. Y claro, es en este último bloque de problemas con los que el argumento de la película no quiere entrar. ¿Pensaron los guionistas quizá que reflexiones más elaboradas ralentizarían la acción y perjudicarían el ritmo? ¿O, más probablemente, los productores consideraron que profundizar en estos temas era arriesgarse a suscitar polémicas que podían entorpecer el recorrido comercial de la cinta debido al boicot del poderoso Cinturón de la Biblia estadounidense?
Sagan, en su novela, sí aludía claramente a los problemas que Ellie había tenido con la religión organizada y su rebeldía a aceptar sin cuestionárselo los mandatos y explicaciones que se le daban. La irritaban las evidentes incoherencias de la Biblia y los problemas para casar lo allí narrado con la evidencia. Cuando sus continuas preguntas y requerimientos de aclaración respecto a lo que no entendía llevaron a su expulsión de los grupos de catequesis a los que asistía, se dio cuenta de que no eran foros de pensamiento libre y ello condicionó para el resto de su vida su actitud hacia la religión.
Ciertamente, como he mencionado más arriba, Contacto sí trata de analizar –e incluso cerrar hasta cierto punto– la perpetua brecha divisoria entre religión y ciencia. Carl Sagan albergaba el deseo optimista (y así lo plasmó en su novela) de que la ciencia también podía ofrecer esperanza e incluso, algún día, evidencia de la existencia de un poder superior. Sin embargo, la película apaga la tesis de Sagan evitando señalar a Palmer Joss como un cristiano fundamentalista y convirtiendo el debate entre ciencia y religión en una dialéctica poco sólida entre Ciencia y una nebulosa espiritualidad New Age.
En este sentido también conviene resaltar la forma en que la película cambia el mensaje subyacente del libro. Éste anhelaba encontrar un mensaje religioso en la Ciencia. Pero el film rechaza el interesante final propuesto por Sagan en el que los alienígenas sugieren a Ellie que busque en el número “pi”; tras meses de utilizar un ordenador para extraer la mayor cantidad posible de los infinitos decimales de ese número irracional, Ellie encuentra una cadena de unos y ceros imposible de alcanzar por mero azar y que forman un diseño circular. Ello demuestra –en la novela, claro– que la inteligencia superior que creó el Universo delata su presencia a través de mensajes ocultos en las matemáticas, un conocimiento que nosotros, los humanos, podemos adquirir. Supongo que es un desenlace que convencerá más a unos que a otros; pero en cualquier caso los guionistas Michael Goldenberg y James V. Hart entendieron que era algo muy difícil de explicar en pantalla a una audiencia generalista ajena a los números primos o la radiación cósmica de fondo.
Sin embargo, ese cambio final no respondió únicamente al miedo a confundir al espectador sino, una vez más, a suscitar polémicas. Y es que la película elimina a los otros cuatro científicos de diferentes nacionalidades e idiosincrasias que en el libro acompañaban a Ellie a bordo de la cápsula. Con ello se pretende concentrar todo el peso dramático en su figura pero, además y sobre todo, hacer que ella sea la única testigo de lo que ocurre durante el viaje. Así, al regresar de su experiencia sin documentación ni registros, se encuentra que lo que para ella fue un viaje de dieciocho horas, para todos los que se quedaron en la Tierra no transcurrieron más que unos pocos segundos en los que nada ocurrió. Así que cuando declara ante una comisión del Congreso sin evidencia alguna que sustente su historia, se ve obligada a rogar a sus miembros que tengan fe en ella.
Donde Carl Sagan quería encontrar un sentimiento religioso oculto en los principios científicos, el film parece ofrecer la insatisfactoria y bastante cobarde tesis de que, en último término, la religión y la ciencia creen en las mismas cosas; donde Sagan nos decía que, efectivamente, el ser humano podía acceder a un ser superior mediante el conocimiento de las matemáticas y la física, el film deja abierta la posibilidad de que todo haya sido una simple alucinación de Ellie suscitada por su necesidad de dar sentido a su vida encontrando inteligencias extraterrestres. Es una solución indefinida, abierta a la opinión del espectador y poco comprometida aun cuando, de una forma un tanto forzada, se intenta, otra vez, dar un volantazo de guión, ya que tras la comparecencia de Ellie ante el Congreso se nos informa de que puede que, al fin y al cabo, no todo haya sido una ilusión: los instrumentos que llevaba Ellie a bordo de la cápsula grabaron sólo estática, sí, pero durante dieciocho horas, no unos pocos segundos. Así pues, sí había pruebas de que algo sucedió, pero son escamoteadas a la opinión pública por un gobierno desconfiado y conspirador. Esta validación científica de última hora trata de subrayar la convicción de Sagan de que la Ciencia es la única herramienta fiable de la especie humana cuando se trata de descubrir la verdad, y que la Fe sólo sirve para atenuar nuestros miedos al tiempo que entorpece nuestra búsqueda de auténticas respuestas.
El desdeño de Sagan por la religión tradicional aflora en otros momentos de la película. Ya desde el principio se sientan las bases para justificar el agnosticismo de la protagonista. En la novela, el padre de Ellie es retratado como un escéptico de la religión revelada; piensa que la Biblia es “mitad historia de los bárbaros y mitad cuentos de hadas”. En la película, Ellie le cuenta a Palmer Joss que a su padre le pidieron que ella dejara de asistir a las catequesis porque hacía demasiadas preguntas que no se podían responder, como “¿De dónde salió la esposa de Caín?”
Cuando en la película muere el padre de Ellie, el clérigo le ofrece palabras poco reconfortantes sobre la incognoscible voluntad de Dios y nuestra obligada sumisión a la misma. La reacción de Ellie a los torpes intentos de consuelo del religioso es atormentarse pensando que debería haber dejado la medicina en un lugar más accesible en caso de emergencia. El sentido de la responsabilidad sobre sus propios actos y el pensamiento analítico superan con mucho el vago discurso del pastor. Más adelante, en una conversación con Palmer Joss, Ellie afirma que fuimos nosotros los que creamos a Dios para no sentirnos pequeños y solos.
Otros dos personajes abundan en la misma postura. Por un lado, el predicador de pelo largo se presenta como un individuo exaltado y peligroso, fuera de control y ajeno a la realidad que no duda en cometer un atentado suicida con tal de desbaratar la construcción de la Máquina; por otro, el personaje de Richard Rank, consejero presidencial, representa la porción más rancia e hipócrita de la derecha religiosa cuyo objetivo no es la virtud, sino el poder político.
Casi todas las películas de contacto con alienígenas contienen en mayor o menor grado un subtexto religioso. Obras como 2001: Una Odisea del Espacio (1968), Encuentros en la Tercera Fase (1977) o E.T. (1982) interpretan el encuentro con otras formas de vida en términos de una espiritualidad que trasciende el racionalismo y apela a nuestro sentido de lo maravilloso. Hay una fina línea entre esa capacidad de asombro y el sentimiento religioso, línea que se torna borrosa en películas como El abismo negro (1979), Stalker (1979), Horizonte final (1997), Señales del futuro (2009) o incluso Interstellar (2014).
No debe ser casual que en el mundo real también exista una delgada divisoria entre la religión y el contacto alienígena, como lo demuestran la expansión de cultos a los ovnis como Heaven’s Gate, los Raelianos o la Iglesia de la Cienciología, que transfieren los elementos tradicionales de la religión (salvación, liberación y reencarnación) a manos de criaturas extraterrestres. Es como si la noción del contacto alienígena aglutinara y se situara por encima de los puntos de referencia comunes a toda la cultura humana, por lo que la única manera de imaginar tal suceso en la ficción es estableciendo analogías religiosas.
El viaje estelar también cobra en la película un peso más sentimental y reverencial que en el libro, aderezado con una banda sonora llena de coros y con Jodie Foster siendo saludada al final del mismo por su padre muerto, reconstruido por los alienígenas a partir de sus recuerdos infantiles. Es en lo que podríamos haber imaginado que se convertiría el viaje a través de la Puerta Estelar de 2001 si ésta se hubiera rodado después de E.T. De hecho, en ambas películas tenemos una esfera siendo impulsada a través de un túnel de estrellas y que llegan a un entorno surrealista y claramente artificial donde el viajero recibe la promesa de unos aliens nunca vistos de que nuestra especie podrá dar un salto hacia la conciencia cósmica y ocupar el lugar que merece entre la hermandad de civilizaciones galácticas.
El defecto común a muchos de estos films de contactos alienígenas es su incapacidad para imaginar formas de vida extraterrestres verdaderamente distintas a nosotros. De hecho, Contacto, la película, prescinde de gran parte de lo que sucede en el libro cuando los científicos llegan a Vega, donde formulan muchas preguntas y obtienen una imagen de la cultura galáctica allí asentada. Como sucede en Encuentros en la Tercera Fase o E.T., esta película reduce al espectador a las dimensiones de un niño sentado a los pies del Universo. Como mucho, tanto Contacto como 2001, sugieren que necesitamos madurar como especie si queremos conseguir una auténtica comunión con el cosmos.
Además, muchas de esas películas ni siquiera tratan en el fondo del contacto con alienígenas, sino de una búsqueda interior. E.T. es la historia de un niño en busca de un padre y un amigo; Starman (1984) trata sobre una viuda reconciliándose con su difunto esposo; Cocoon (1985) muestra a unos ancianos aprendiendo a sentirse jóvenes de nuevo… La aproximación al encuentro entre lo alienígena y lo humano que ofrece Contacto se parece a la de Solaris (1972), con su imagen final del psicólogo en la isla, en mitad del océano, junto a la recreada casa familiar del astronauta. Aquí, Jodie Foster viaja a las estrellas sólo para encontrarse con una réplica virtual de su padre, la culminación de su anhelo tal y como nos lo han presentado durante toda la película: utilizar la radioastronomía para comunicarse con el Universo, allá donde han ido sus seres queridos. El cosmos, por tanto, le ha ofrecido una suerte de reconciliación, de sanación de sus heridas emocionales. En este sentido, el tramo final de Contacto equivale al de una historia de ultratumba del tipo reconfortante, en la que alguien se aventura más allá de la luz y el fantasma de un ser querido aparece rodeado de una brillante aura para asegurar que el mundo del más allá es un lugar maravilloso que escapa a la compresión humana y en el que un día todos nos reuniremos, pero que por el momento deben regresar al mundo de los vivos.
He hablado mucho aquí sobre cómo el núcleo de la película descansa en el debate Religión–Ciencia. Pero dicho todo eso y retomando lo que mencionaba al comienzo del artículo, Contacto es, a pesar de sus connotaciones metafísicas, una película de ciencia–ficción que se toma verdaderas molestias por asentarse en unos presupuestos científicos válidos y realistas.
Como siempre sucede, ha habido quien ha tratado de buscarle tres pies al gato, afirmando, por ejemplo, que el complejo de radiotelescopios de Socorro, Nuevo México, no sería el más adecuado para un proyecto SETI, y que fue elegido por la belleza de su entorno y la posibilidad de obtener buenas tomas generales. Ellie y su colega ciego, Kent, prefieren un sistema acústico de detección de mensajes de radio, lo que parece absurdo teniendo en cuenta que la mayoría de ordenadores astronómicos pueden explorar cientos de longitudes de onda simultáneamente mientras que el oído humano solo puede prestar atención a una. Hay otros detalles que parecen poco consistentes, como que al final, en vez de construir una complicada teoría de la conspiración orquestada por Hadden, no manden a otro viajero por el agujero de gusano y comprueben si Ellie dice o no la verdad. Es más, dado que observatorios de todo el mundo rastreaban la señal desde diferentes localizaciones geográficas, hubieran averiguado enseguida que la señal era emitida por un satélite geosincrónico y no por la estrella Vega tal y como sugiere el villanesco Kitz, aparente cabeza de una conspiración cuyo objetivo es, precisamente, ocultar la verdad: que Ellie sí viajó a otra estrella aun cuando instrumentos y testigos no registraron nada de lo que ella afirma.
Pero dejando de lado esas lagunas, Contacto es, por ejemplo, uno de los pocos films en los que no se toman atajos en forma de mensajes instantáneos entre las estrellas sino que se deja bien clara la dificultad de una comunicación dadas las distancias involucradas. Además, podemos ver a científicos concentrados en auténtica ciencia en lugar de esos habituales tecnomagos que parecen agitar su varita y dar con lo que buscan ipso facto. Cualquiera que se apasione con los descubrimientos científicos encontrará genuina emoción en los momentos en los que se recibe la señal y se confirma su origen extraterrestre, el desciframiento del mensaje o el viaje de Ellie a través de la galaxia.
En ello tiene mucho que ver el excelente trabajo de los actores. Mientras que el tratamiento que Sagan hacía de sus personajes resultaba algo frío y distante, los actores aquí suplen esa carencia. Es difícil imaginar a la protagonista interpretada por otra actriz que pudiera proyectar la misma determinación, pasión y capacidad intelectual que Jodie Foster, pareciendo al mismo tiempo una persona normal que arrastra consigo frustraciones e inseguridades.
De Mathew McConaughey ya hablé algo más arriba. John Hurt casi le roba a Foster las escenas que ambos comparten, pero ello es sin duda debido a que el magnífico actor inglés se lo pasó realmente bien encarnando al excéntrico y manipulador Hadden. James Woods interpreta con su habitual mezcla de dureza y grima a Michael Kitz, Asesor de Seguridad Nacional, quizá lo más cercano a un villano que tenga la película. Igualmente sólida es la interpretación de Tom Skerritt como individuo cínico y eficaz mentiroso. Y, respondiendo quizá a un fino sentido de la ironía, Rob Lowe fue elegido como portavoz de la “Coalición Conservadora” (Lowe por entonces trataba de recuperar su carrera del golpe que supuso la filtración de dos cintas domésticas de contenido sexual).
Además de la de Lowe, hay otras pullas y guiños en la película. Cuando Ellie conoce a Palmer Joss, ella describe el efecto invernadero de Venus, que fue precisamente el tema de la tesis doctoral de Sagan. Más tarde, cuando Hadden hace un rápido recorrido por la vida de Ellie, señala que ella rechazó un puesto de profesora en Harvard, algo que también hizo Sagan.
En general, Contacto es uno de esos raros casos en los que viendo la película puede entenderse la esencia del libro en que se basa (naturalmente, ello no quiere decir que la lectura de éste no merezca la pena. Todo lo contrario). El triunfo de Contacto tanto en taquilla como entre la crítica demostró que se trata de una película que ofrece algo a todo tipo de espectadores, incluso aquellos que normalmente no vean ciencia ficción. Como toda buena obra del género, suscita discusiones y reflexiones sobre temas muy profundos y actuales que rara vez encuentran su lugar en el cine contemporáneo.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.