En sus Conversaciones, Plutarco se ocupa de los banquetes y reuniones más o menos festivas y da algunos consejos útiles.
El de los festines y reuniones puede parecer un tema secundario, pero interesó a muchos filósofos griegos y latinos, que le dedicaron libros como el célebre Banquete de Platón. El banquete o symposio acabó por convertirse en un género literario, con sus propias reglas. Incluso podemos encontrarlo en épocas más recientes, tal vez en algunos cuentos de Villiers de l’Isle Adam como El convidado de las últimas fiestas o La más bella comida del mundo.
Los grandes generales y dirigentes también se preocupaban de preparar buenos banquetes del mismo modo en que disponían el campo de batalla:
“El general Paulo Emilio, cuando tras aplastar a Perseo en Macedonia celebraba festines haciendo gala de un orden admirable en todo y de una magnífica disposición, dijo que correspondía al mismo varón darle a la tropa la formación más temible y al banquete la más agradable, pues ambas cosas conciernen a la buena organización.”
Aunque sólo se conservan los banquetes de Platón y Jenofonte, Plutarco menciona otros, como los de Espeusipo, Epicuro, Prítanis, Jerónimo y Dión “el de la Academia”.
A los pensadores griegos les preocupaba mucho definir el momento adecuado de las cosas, el kairós. No todo se puede hacer en todo momento, cada cosa tiene su instante u ocasión. Una idea que el sofista Sócrates aplicó también a los banquetes, cuando le pidieron hablar durante la bebida: “Para lo que yo soy experto, no es el kairós; para lo que es el kairós, no soy yo experto”.
En un banquete o reunión festiva, la conversación debe tener en cuenta no sólo quiénes asisten a él, sino también el estado en el que se encuentran, su disposición de ánimo, que es muy diferente a la que tienen en otras situaciones: “Y por ello hay que suprimir las conversaciones de pleitistas y enredalotodo, en palabras de Demócrito, quienes al extenderse en temas atosigantes fastidian a los asistentes.”
Se debe evitar tanto la conversación especializada que no involucra a todos los asistentes, como las disputas privadas, las referencias a asuntos en exceso personales, como los problemas en el trabajo, con la familia o la pareja, y el chismorreo fácil y continuo: “Cuando los filósofos se zambullen en cuestiones sutiles y dialécticas durante la bebida, importunan a la mayoría, incapaz de seguirles; ésta, entonces, se entrega a ciertas canciones, relatos hueros y conversaciones de tiendas y plazas, y acaba por perderse la finalidad de la reunión convival y Dioniso resulta injuriado”.
Una manera de evitar charlas privadas es separar en el banquete o reunión a los que viven juntos, como esas parejas que son capaces de pasar toda una velada en conversación cerrada, cosa que podían haber hecho en su propia casa, sin necesidad de desplazarse a otro lugar o juntarse con conocidos y desconocidos. Conviene buscar un cierto contraste y huir de lo similar: “De esta manera quiero hacer yo nuestro banquete: no recostando con el rico al rico, ni con el joven al joven, ni con el magistrado al magistrado y con el amigo al amigo, pues esta formación es inmóvil e inútil para el aumento o nacimiento de afecto, sino que, ajustando lo apropiado al que haya menester de ello, ruego al amigo del saber que se recueste junto al instruido, al afable junto al quisquilloso, al joven amigo de oír junto al anciano charlatán, al socarrón junto al paciente y al reservado junto al irascible. Y si en algún sitio observo a un rico munificiente, conduciré junto a él, levantándolo de cualquier rincón, a un pobre honrado, para como de una copa llena a una vacía, se produzca un trasvase. Sin embargo, al sofista le prohíbo recostarse con el sofista y al poeta con el poeta.”
Esta disposición sirve no sólo para evitar esas enojosas conversaciones privadas que aíslan y se aíslan de los demás, sino también las disputas entre los que son demasiado semejantes: “Pues el pobre aborrece al pobre y el aedo al aedo….Y separo también a los aviesos, zaheridores y coléricos, interponiéndoles en medio una persona afable, a modo de cojín de intercambio de golpes”.
Sin embargo, Plutarco reúne en el mismo sitio a los aficionados a la bebida y a los enamoradizos, no sólo como dice Sófocles: “a cuantos sobreviene la mordedura del amor de muchachos”, sino también a los que sufren por causa de mujeres y muchachas, pues, caldeados por el mismo fuego, mejor se acogerán unos a otros… a no ser que, !por Zeus!, casualmente estén enamorados del mismo o de la misma”, como dijo Lamprias.
Por otra parte, estamos hablando de banquetes o simposios, en los que no se trata sólo de beber y comer sin freno, como en una orgía o bacanal, sino que hay unas ciertas reglas para convertir el placer en una experiencia digna de ser recordada. Por eso, era costumbre nombrar a Simposiarca o director del banquete, que se encargaba de que todo trascurriera de manera agradable y que, además, daba una lección o Simposiarquía, que planteaba un tema alrededor del que giraría el banquete, como sucede con el amor en el célebre Banquete de Platón.
El Simposiarca debe ser, dice Plutarco, el que mejor aguante la bebida: “Pues el que se excede bebiendo es insolente e incorrecto, pero, a su vez, el que es por completo abstemio, es desagradable y más adecuado para hacer de pedagogo que de simposiarca.”
Conviene al simposiarca saber quienes soportan mejor y peor el vino y controlarlos, pero debe hacerlo manteniendo él mismo un control y sabiendo que trata con personas libres, no con esclavos o animales. Debe aplicar, termina recomendando Plutarco, la actitud de Pericles cuando accedía a algún cargo de importancia:
Pericles, cada vez que era elegido general y volvía a tomar la clámide, ante todo solía decirse a sí mismo a modo de advertencia: “Mira, Pericles, a libres gobiernas, a griegos gobiernas, a atenienses gobiernas”.
Notas
Las Conversaciones de Plutarco también son llamadas Charlas de sobremesa o Quaestiones Convivales.
De los autores de Banquetes que menciona Plutarco, se podría decir lo siguiente: Espeusipo fue sucesor de Platón en la Academia, Prítanis era peripatético (seguidor del Liceo de Aristóteles) y redactó la legislación de Megalópolis para Antígono Dosón. Jerónimo de Rodas, que vivió quizá entre 290 y 230 antes de nuestra era, también se contaba en las nutridas filas del Liceo, pero se hizo ecléctico y se enemistó con el peripato Licón. Cicerón le llama sabio y ameno; otros, chismoso.
Dión de Alejandría vivió en el siglo I antes de la era cristiana. Académico y discípulo de Antíoco de Ascalón, admiraba de los egipcios el que hubieran inventado el vino de cebada que debemos suponer es la cerveza, para los pobres.
También se recuerda un banquete, el de Pulición, al que asistieron Alcíbiades y Teodoro y donde se cometieron actos impíos.
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