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Alicia Mariño: «La literatura fantástica ha sido despreciada en España»

La infinitud de matices en la literatura fantástica es lo que obliga a Alicia Mariño a examinar todas esas variantes con paciencia y rigor. Licenciada en Derecho y en Filología Francesa, dedicó su tesis doctoral a un genio decadente, Villiers de l’Isle-Adam. Desde entonces, esta profesora de la UNED realiza estudios e imparte conferencias sobre autores tan asombrosos como Barbey d’AurevillyBorgesBram StokerGautierMaupassantMerimée o Nodier.

Podría hablar con ella de los libros que ha traducido o de materias que domina a fondo, como la literatura comparada, pero si he de serles sincero, lo que hoy me lleva a conversar con Alicia Mariño es ese género literario donde se cobijan la mayoría de nuestros miedos, delirios y obsesiones. Me refiero, claro está, al fantástico.

Tal vez lo que mejor nos define son las lecturas de infancia, ¿no crees?

Recuerdo la primera casa donde vivimos… Los libros estaban en una gran habitación. Una de las librerías estaba algo apartada de la pared. Por detrás, uno podía pasar. Los mayores entraban de perfil, pero yo cabía de frente. Allí estaban los libros más viejos, los que tenían menos valor. Mi madre siempre le preguntaba a mi padre cuándo iba a tirarlos. Aquel espacio entre esa librería y la pared era para mí un lugar de juego. Sacaba los libros de sus estantes, los recolocaba, miraba las ilustraciones… Probablemente, aún no sabía leer.

¿Recuerdas algún libro que te impresionara especialmente siendo niña?

Yo debía de tener unos seis años. Me encantaban las obras completas de Wenceslao Fernández Flórez, editadas por Aguilar. Me gustaba hojear aquellos tomos, viendo las guardas y los cortes pintados. Tengo un recuerdo muy claro de El bosque animado, en esta misma edición de Aguilar.

Yo descubrí ese libro en la colección Austral. Tiene historias como «El clan de los gatos libres» que, a esa edad, me divertían como una película de Walt Disney.

A mí me pasó lo mismo. Leí por primera vez El bosque animado como si fuera un cuento de hadas. Además, identificaba a los personajes del libro con los niños de mi entorno: mis primos, mi hermano… Luego lo he releído más veces, porque es una obra maestra para todas las edades.

También recuerdo dos tomos grandes editados por Labor, con las leyendas de España y del mundo, en una edición que no estaba ilustrada, pero que me encantaba.

Mi padre decía que, teniendo esa biblioteca tan grande en la que había de todo, no tenía sentido que quisiéramos cuentos infantiles. Sin embargo, yo me moría por los cuentos troquelados. ¿Te acuerdas de ellos?

Ya lo creo. Sigo comprándolos en librerías de viejo.

Son maravillosos. Mi prima tenía un cajón lleno, porque le regalaban muchísimos. De pequeña, tuve que pasar diez o quince días en la cama a causa de una enfermedad, y me trajeron aquel cajón de cuentos a casa.

Como mi padre no me los compraba, yo leía la edición en dos tomos de los Cuentos completos de Andersen. También estaban editados por Aguilar, encuadernados en piel marrón. Fíjate si sería pequeña, que para pasar aquellas páginas de papel biblia tenía que chuparme el dedo. Ahora esos dos tomos están en mi casa.

¿Ha cambiado tu forma de leer desde entonces? Te lo digo porque hay lectores que van perdiendo la capacidad de perderse en este tipo de ficciones. Un amigo tuyo, Fernando Sánchez Dragó, dice que ahora prácticamente no lee novelas. Prefiere el ensayo y la poesía.

Yo sigo dejándome atrapar cuando leo una novela. Además, me sirve para evadirme de la difícil tarea de vivir. Leer es una manera de evadirse cuando surge un problema, y también es una forma de disfrutar cuando estás en un momento estupendo. No concibo la vida sin la lectura.

Cortázar decía que su noción de la literatura fantástica no era diferente de su noción de literatura realista. A su modo de ver, ambas se entrecruzan. ¿Opinas lo mismo que él?

La verdad es que estoy contaminada por el estudio teórico del asunto. Cuando hablamos de literatura fantástica, creo que se confunde con el término inglés Fantasy. Es verdad que cualquier ficción realista está pasada por el tamiz de la imaginación. ¿Qué sería literatura realista? Pues aquella que, incluso pasada por ese tamiz, tiene una vocación objetiva de retratar la realidad.

Hay otro tipo de literatura que no tiene esta vocación. Aquí ya entraríamos en el ámbito de la literatura de imaginación. Y dentro de la literatura de imaginación, podemos catalogar algunas variantes. Por ejemplo, los cuentos de hadas vendrían a ser lo que llamamos literatura maravillosa.

A diferencia de esta última, la literatura fantástica stricto sensu no tiene vocación de apartarse de la realidad, pero pone en duda la validez de las normas que rigen esa misma realidad, y resalta su insuficiencia para explicar el universo en el que viven los personajes y en el que también vivimos los lectores.

La literatura fantástica stricto sensu a veces provoca miedo, a veces angustia, a veces vértigo existencial… No hay más que fijarse en cómo se diferencian un relato de Edgar Allan Poe y Alicia en el País de las Maravillas.

Los cuentos de hadas no ponen en entredicho la validez de las normas que rigen la realidad. Su mundo se rige por el milagro. Todo es posible, como sucede con los mitos. «Érase una vez» equivale a In illo tempore: nos conduce a una era legendaria, repleta de posibilidades fabulosas.

En cambio, en las obras de Poe o de Villiers de l’Isle-Adam, la verosimilitud formal sirve para narrar episodios en los límites de lo imposible.

Dicen los teóricos que el de E.T.A. Hoffmann sería un fantástico visionario, mientras que con Poe se inicia el fantástico mental o psicológico. En realidad, ahí podemos advertir un desarrollo cada vez mayor de esa verosimilitud de la que te hablo.

La literatura fantástica también depende mucho de la atmósfera. Walter Scott hablaba de «una suave sensación de terror sobrenatural».

Es muy importante la atmósfera. Los elementos espacio-temporales contribuyen a alterar esa racionalidad por la que nos regimos desde el siglo XVIII.

¿Podemos hablar de literatura fantástica al referirnos a un cuento medieval?

Suele decirse que la literatura medieval es fantástica, pero no lo es, precisamente porque en aquella época la posibilidad de un acontecimiento maravilloso era algo factible, creído por la mayoría. Sin embargo, sí que es verdad que los autores que cultivan el género a partir de la segunda mitad del XVIII van a usar elementos medievales. Sin ir más lejos, Horace Walpole recurre a ese ingrediente en El castillo de Otranto, el libro que inaugura la novela gótica, y en la obra de Lovecraft se advierte también una influencia del Medievo.

En cuanto a Hoffmann, su gran aportación es que va a buscar una mayor verosimilitud en lo que cuenta.

Sin embargo, Hoffmann padecía delirios alcohólicos y creía ver duendes en su casa. Lo fantástico, para él, estaba en el plano de lo real. ¿En qué se diferenciaría esa percepción de la que podía tener un autor medieval?

Casi te contestaría con otra pregunta… ¿Qué podemos pensar de Edgar Allan Poe? Dicen que nunca escribió bajo los efectos del alcohol, pero tampoco lo sabemos a ciencia cierta, sobre todo teniendo en cuenta cómo murió. ¿En qué medida los delirios alcohólicos influyeron en sus creaciones?

Guy de Maupassant también sufrió, en sus últimos años, graves ataques de pánico y demencia. Leyendo El Horla podemos preguntarnos si este cuento, como otros de los suyos, refleja alucinaciones que para él eran auténticas.

No sé si hay una estadística, pero da la sensación de que bastantes de los autores que se han acercado al género están algo chiflados.

Hablábamos de los delirios de Hoffmann. Quizá, como dices, para él fueran una realidad. En el fondo, esto es lo que defendieron los surrealistas: acceder a una realidad mucho más amplia, sin constricciones intelectuales, ligada al subconsciente.

Villiers decía: «Mientras haya una estrella que no conocemos, qué importan las demás». Recuerda también aquella frase de Hamlet: «Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía».

Hay un escritor que supo integrar lo desconocido en un mundo palpable y realista. Me refiero a Bram Stoker, el autor de Drácula.

Fuimos al Instituto Cervantes de Dublín con motivo del centenario de la muerte de Stoker. Allí me preguntaron si Drácula es una novela gótica. Podríamos considerarla, en cierto modo, la última novela gótica: esa obra que culmina el género cuando éste va a morir. No obstante, también la veo como una obra fantástica stricto sensu.

Stoker cultiva la verosimilitud magistralmente, al tiempo que narra la andadura de una criatura tan legendaria como el vampiro.

Al principio, los personajes de la novela no creen en esa figura sobrenatural. Luego empiezan a tener dudas, y después, intentan aproximarse al Conde Drácula desde una perspectiva científica.

Desde el punto de vista narrativo, Stoker también emplea muchos recursos que realzan esa verosimilitud. Por ejemplo, construye la novela con diarios, cartas, telegramas…

Eso es cierto. Hay una serie de trucos que contribuyen a reforzar esta impresión: el yo que escribe, el yo que cuenta… Cada uno de los narradores de Drácula nos habla de una historia que presenció y de cuya certeza no tiene duda.

A partir del siglo XX, parece que el fantástico se resiste cada vez más a una clasificación literaria. En apariencia, las novelas de zombis que ahora están de moda no tienen mucho que ver con las fantasías de C.S. Lewis o con las historias criminales de Robert Bloch.

Por un lado, en el siglo XX hay autores que utilizan esta fórmula para provocarnos angustia, para aterrorizarnos, o para introducirnos en los universos de la ciencia-ficción. Otros prefieren el realismo mágico: en particular, los escritores hispanoamericanos en cuyas obras la imaginación forma parte de la vida cotidiana.

Al mismo tiempo, se sigue cultivando esa Fantasy que incluiría a Tolkien. En El Señor de los Anillos o en El Hobbit no hay conflicto entre lo posible y lo imposible. Tanto los personajes como el lector están bien instalados en un mundo de prodigios, en el que no hay contradicciones.

La imagen romántica de España ha inspirado clásicos como los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving, El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki, o El monje, de Matthew Gregory Lewis. ¿A qué se debe que, pese a tales antecedentes, el género no prosperase entre nuestros escritores?

En efecto, hablamos de una literatura que prospera en el mundo anglosajón, y que luego pasa a Francia. Pero en España contamos con muchos menos autores interesados en ella. Y eso que lugares como Galicia tienen una atmósfera muy favorable a este tipo de relatos.

Álvaro Cunqueiro cultiva el realismo mágico de una forma extraordinaria.

Exactamente. En España, podemos encontrar elementos mágicos e imaginarios que luego podrían haber dado lugar a obras de esta naturaleza. Pero no hay suficientes autores que se hayan puesto al trabajo.

Aquí no tenemos a un maestro equivalente a Maupassant o a Dickens: un escritor realista, que domine lo que es la descripción y la trufe de elementos aparentemente sobrenaturales.

En España, este género ha sido despreciado por los académicos, por los editores y por una parte de los lectores. Y ya que hablamos de esto, me parece igualmente incomprensible el desprecio con el que tratan a la literatura infantil y juvenil.

Si revisáramos la hemeroteca, podríamos ver qué críticas tan duras recibieron las novelas de Harry Potter en su momento. Es sólo un ejemplo, pero… ¿crees que el prejuicio contra el fantástico aún se mantiene?

El siglo XIX fue bastante terrible en nuestro país. España se ensimismó y se olvidó del mundo. Eso es algo que todavía nos pasa factura.

Lo comprobé cuando hice mi tesis doctoral sobre literatura fantástica francesa del XIX. Encontré muy pocas referencias en la Biblioteca Nacional, y sin embargo, sí que estaban disponibles en el Instituto Francés de Madrid.

¿Por qué decidiste escribir la tesis sobre Villiers de L’Isle-Adam?

Fue por recomendación de mi maestro Javier del Prado, catedrático de Literatura en la Complutense. Yo había hecho la tesina con otro gran profesor al que siempre he querido mucho, Jesús Cantera. El tema de la tesina eran las Cartas de mi molino, de Alphonse Daudet.

Tengo mucho afecto por ese libro, sobre todo por dos de los cuentos que incluye, La cabra del señor Seguin y La leyenda del hombre del cerebro de oro.

Estoy de acuerdo. Es un libro magnífico, y por eso me encantó hacer este trabajo sobre Daudet. Luego, como te decía, Javier del Prado me sugirió que leyera algo de Nodier y algo de Villiers, para comprobar si me gustaban estos autores. Desde entonces, me fascinan los cuentos de Villiers. Años después, pregunté a Javier por qué me había orientado en esa dirección, y él me respondió que ningún otro de los alumnos del grupo hubiera podido trabajar sobre ese tema.

Villiers es un tipo extraño. ¿Cómo te acercaste a su personalidad?

Estaba publicada su correspondencia personal, y a través de ella y de otras lecturas, fui reconstruyendo su vida. Tiene una biografía fascinante. Es como si tuviera un doble que habitase en sus escritos.

Hay obras suyas, como Tribulat Bonhomet, donde hay mucha angustia existencial. En La Eva futura también se nota algo de eso.

¿Sabes cómo escribió La Eva futura? Tirado en el suelo, porque no tenía mesa, aguando la tinta que le iba faltando. Es decir, en la pobreza más extrema.

Villiers venía de un linaje noble que declinó con la Revolución Francesa. Su padre era otro personaje excéntrico, empeñado en la búsqueda de un tesoro familiar oculto. Tenía una tía abuela soltera, la señora Kérinou, que le protegió desde niño y fue su benefactora cuando quiso ir a París y entrar en los círculos literarios.

Aunque sus Cuentos crueles se hicieron conocidos, y en países como Bélgica lo consideraron un innovador, lo cierto es que nunca fue un triunfador. De hecho, la suya fue una vida muy complicada. Pasó por unas privaciones tremendas.

Quiso casarse con Estelle, hija de Théophile Gautier, pero su familia no lo permitió. Luego viajó por Europa con Judith, la otra hija de Gautier, y con el marido de ésta, Catulle Mendès.

Los editores se aprovechaban de él. Cuando ya estaba en la miseria más absoluta, tuvo un hijo con su vecina de cuarto, Marie Viton, una viuda analfabeta a la que llamaban la Devouée, y que fue quien le cuidó en sus últimos años. Prácticamente, era como su criada. Cuando enfermó de cáncer, se casó, a instancias de su buen amigo Mallarmé, con Marie in articulo mortis para dar su apellido a ese hijo que ambos tuvieron.

Como ves, la suya fue una vida muy triste.

En esto Villiers no fue original. Hay muchos escritores de literatura fantástica que han tenido una vida igual de miserable.

Son autores contestatarios, que se rebelan contra las injusticias de su tiempo. En el caso de Villiers, en sus escritos queda claro lo mucho que detesta el materialismo y las reglas de la sociedad burguesa. Habla constantemente de los filisteos.

Esto también se advierte en uno de los Cuentos crueles, «El convidado de las últimas fiestas».

Es cierto. También aparece en Tribulat Bonhomet, y en especial, en el relato «Claire Lenoir», que está lleno de metáforas en contra de la burguesía emergente.

En autores como él, hay una parte de contestación y de rebeldía. Por eso mismo, acaban buscando lo esotérico y lo extraño, porque se trata de elementos que esa sociedad es incapaz de explicar.

En toda la literatura fantástica hay constantes ejemplos de transgresión. Tomemos por ejemplo el vampirismo: el amor más allá de la muerte. En Carmilla, de Sheridan Le Fanu, encontramos a la vampira por excelencia, pero fíjate, también encontramos una relación de carácter lésbico.

Sheridan Le Fanu decía algo así como «Tengo miedo de mí mismo, tengo miedo del miedo, pero sobre todo, tengo miedo de la horrible confusión de mi espíritu». A estas alturas, tendríamos que pedir opinión a un psicoanalista.

Yo creo que sí. Y de hecho, muchas veces se analiza este tipo de relatos desde el punto de vista de la crítica psicoanalítica.

Hay un personaje, el vampiro, que tiene habilidad para adaptarse a los tiempos. Que se lo digan, si no, a los vampiros brillantes y edulcorados de Crepúsculo.

Los vampiros nos acompañan desde la noche de los tiempos. Piensa en las lamias de la mitología grecolatina, que recorren la noche devorando niños. O en Lilith, que en la tradición judía seduce a los hombres y rapta a los niños. En el fondo, hablamos de un arquetipo que se perpetúa a lo largo de los siglos.

A través de mitos como el vampirismo, exorcizamos nuestros miedos más profundos. Por otro lado, es cierto que el vampiro perdura, pero también cambia según las épocas. Por eso mismo, el vampiro que se hace popular en el siglo XIX es muy distinto de los vampiros de Crepúsculo, que son muy representativos de la sociedad light en la que vivimos.

Si este tipo de figuras servían para encauzar la rebeldía social del siglo XIX, podemos pensar que ahora son los adolescentes quienes sienten fascinación por ellas, precisamente porque están inseguros y no han formado del todo su personalidad. Además, hablamos de vampiros como los de Stephenie Meyer, que no son del todo malos y se enamoran en el instituto.

Volvemos a hablar del amor eterno.

Es que, como te decía, el amor más allá de la muerte es otro arquetipo. Villiers lo trató en un relato por el que siento una predilección especial, Vera. Lo recuerdas, ¿no?

Claro. Hubo incluso una adaptación al cine, Vera, un cuento cruel, de Josefina Molina.

La verdad es que la película no le hace honor a ese relato maravilloso.

Eso te iba a decir.

El de Villiers es un cuento precioso, que tiene elementos fantásticos y también mucho romanticismo.

Me recuerda mucho a Poe.

Es que debe mucho a Poe… Hablando de PoeEl pozo y el péndulo tiene mucho que ver con otro cuento de Villiers sobre la Inquisición.

La tortura por la esperanza

Sí, a ese me refiero. Si te fijas, la relación entre las dos obras resulta evidente.

Poe tuvo la suerte de ser traducido al francés por Baudelaire. Eso le dio ventaja, ¿no te parece?

Claro, es que esto no lo hemos contado… En torno a 1820, el barón Adolphe Loève-Veimars da a conocer su traducción de la obra de Hoffmann, y luego es Baudelaire, a mediados del mismo siglo, quien traduce las Historias extraordinarias, de Poe.

El éxito es total. Está documentado que los escritores franceses se ponen a escribir a la manera de Poe.

Hemos estado hablando de autores muy elegantes y sofisticados. Ahora la fórmula más exitosa es el terror protagonizado por muertos vivientes. ¿Dónde queda, a estas alturas, esa línea de fantasía lírica y un tanto decadente?

Yo creo que las diversas líneas sobre las que estamos hablando coexisten en el mundo literario. En Francia, por ejemplo, tienes a Marc Levy, que atrae a grandes masas. Recuerdo que encontré su libro Ojalá fuera cierto antes de que se tradujera. Aunque me pareció una novela casi rosa, está claro que tiene elementos fantásticos.

No sé si lo habrás leído. La protagonista es una chica que lleva mucho tiempo en coma, y como tiene un enorme deseo de vivir, se desdobla. El inquilino que ahora se aloja en su apartamento se encuentra con su fantasma, y claro, acaban enamorándose.

Rodaron una adaptación que no está muy lograda, y sin embargo, ahí lo tienes una vez más: pese a integrar elementos propios de esta sociedad light que nos rodea, esta trama vuelve a hacer verosímil lo inverosímil. Y lo consigue gracias a los recursos que son propios del fantástico. Es cierto que es una historia edulcorada, pero ¿acaso no está igualmente edulcorada la historia que nos cuenta Villiers en Vera?

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.