La segunda mitad de la década de los setenta fue un momento ideal para los inclinados a obsesionarse con fenómenos variados y conspiraciones diversas. Tenía lugar por entonces la segunda ola OVNI, pero en esta ocasión las fronteras del misterio se ampliaban en todas direcciones acompañadas por una boyante cultura popular.
Las listas de libros más vendidos incluían títulos sobre el Bigfoot, el Triángulo de las Bermudas y los astronautas alienígenas que nos visitaron en la Antigüedad. En la televisión podían verse programas como In Search Of (1976-1982, presentado por Leonard Nimoy) o Proyecto UFO: Investigación OVNI (1978-1979). Revistas especializadas (e incluso cómics de efímera vida) salían todos los meses. En los cines, Sunn International Pictures producía y distribuía (tras realizar extensos estudios de mercado entre la clase trabajadora para averiguar qué temas les interesaban) documentales de bajo presupuesto sobre el monstruo del lago Ness, visitantes extraterrestres y profecías del apocalipsis.
Como parte de esa amplia corriente de morbo e interés por lo extraño y lo oculto, Hollywood produjo una serie de películas con las que de seguro engrosó las filas de los amantes de las conspiraciones gubernamentales. No era, de todas formas, un género totalmente nuevo. Ya existían ficciones cinematográficas alrededor de conspiraciones reales del pasado, como Acción ejecutiva (1973), la primera película sobre la trama oculta para matar a Kennedy, con guion de Dalton Trumbo y protagonizada por Burt Lancaster y Robert Ryan. Pero esta nueva oleada era diferente. Se trataba de tecnoparanoias hijas de la Era Espacial, historias ambientadas en el presente o el futuro, claramente ficticias pero con unos referentes de la actualidad igualmente obvios.
Poco después de que, a mediados de los setenta, se popularizara el mito de Roswell y el Área 51, llegó Hangar 18 (1980), producida por Sunn Pictures y que, aunque ambientada en un entonces cercano futuro y arrancando con el accidente de un transbordador espacial, resultaba evidente que estaban refiriéndose al famoso “incidente” del pueblo de Nuevo México en 1947.
Lo mismo ocurre con Capricornio Uno. Aunque la trama narra la conspiración para engañar al público con una falsa misión tripulada a Marte, el referente estaba más que claro. Incluso los anuncios promocionales en televisión lo mencionaban. Mientras la cámara iba alejándose de la icónica imagen de un astronauta de pie junto a una bandera y un módulo lunar para revelar que todo era un escenario, la voz en off decía: “¿Qué pasaría si el más importante acontecimiento de la historia del hombre… nunca hubiera sucedido?
Rumores e historias verdaderamente absurdas sobre el alunizaje del Apolo 11 en 1969 circularon desde el mismo momento en que Neil Armstrong dio aquel gran paso para la humanidad, pero durante años estuvieron limitadas a la reducida comunidad de amantes de las conspiraciones imaginarias. Uno de los que se interesaron por aquellas teorías fue el antiguo presentador de telediarios, guionista y director Peter Hyams. La generación de sus padres daba por hecho que todo lo que publicaban los periódicos era cierto; la suya era la de la televisión. Y su interés en el asunto no residía tanto en si efectivamente la gran estafa había tenido lugar como en si podría haberse llevado a cabo en la época del dominio de lo audiovisual y el directo. Así que, en 1972, escribió un guion basado en tal idea y lo presentó a diferentes instancias para intentar venderlo. No tuvo éxito.
Algo después, aquel mismo año, el clima social experimentó una nueva transformación cuando se destapó el escándalo Watergate, que salpicó a los más altos niveles del gobierno. Por si la conspiración tras el asesinato de Kennedy no hubiera sido suficiente golpe a la credibilidad gubernamental, ahora llegaba otra que acabaría con la reputación de otro presidente. A ello se añadió la crisis del petróleo, las mentiras del gobierno sobre la Guerra de Vietnam y la paranoia propia de la Guerra Fría para alimentar el interés y desconfianza públicos en los manejos clandestinos de los gobiernos y las grandes corporaciones.
Y en cuanto al caso concreto que nos ocupa, en 1976, se publicó un polémico libro que negaba que el Apolo 11 hubiera jamás llegado a la Luna: We Never Went to the Moon: America’s Thirty Million Dollar Swindle, escrito por Bill Kaysing, un guardiamarina de la Armada y especialista en cohetes, que afirmaba tener información secreta de primera mano sobre lo que había sido una gran conspiración gubernamental.
El autor creía que era técnicamente imposible para la NASA de finales de los sesenta cumplir la promesa hecha por el presidente Kennedy una década atrás, a saber: poner a un hombre sano y salvo en nuestro satélite, así que orquestaron un engaño. Las teorías de Kaysing contenían los suficientes argumentos técnicos como para convencer a mucha gente y convertirse en la “biblia” de todo un nuevo y creciente movimiento de conspiranoicos.
Ahora sí, el ambiente era propicio a aceptar una película como la que había escrito Hyams y éste recibió luz verde de la productora ITC Entertainment para encargarse también de la dirección del proyecto. Capricornio Uno se estrenó en el verano de 1977.
La película se abre con la imagen de un cohete en la plataforma de lanzamiento al amanecer; cohete que va a ser el que llevará a tres hombres en el primer viaje tripulado a Marte (olvidemos lo inverosímil que hoy nos pueda resultar ver, preparado para un viaje de ida y vuelta al planeta rojo, a un vehículo igual a los del programa Apolo impulsado por el mismo motor Saturno V. Los diseñadores no pudieron imaginar en ese momento otra forma de hacerlo). En los diez primeros minutos de metraje, ya está planteado el meollo de la cuestión: poco antes del lanzamiento, se exige perentoriamente y sin aclaración alguna a los astronautas que salgan de la cápsula, se les introduce en un jet y se les traslada a una aislada base en el desierto mientras el cohete es lanzado ante la multitud que vitorea sin saber que ya no hay nadie a bordo.
Los tres astronautas son el coronel Charles Brubaker (James Brolin), serio, profesional y honesto; el teniente coronel Peter Willis (Sam Waterstone), bromista del grupo; y el comandante John Walker (O.J. Simpson).
En una vacía sala de conferencias, se une a ellos el director del proyecto, el doctor James Kelloway (Hal Holbrook), que tras darles una conmovedora charla sobre la historia del auge y decadencia del programa espacial, les explica que tras haber gastado una cantidad inmensa de dinero en la preparación del viaje a Marte, y ya cercana la fecha de lanzamiento, en la NASA se dieron cuenta de que el sistema de soporte vital diseñado por una de las empresas colaboradoras, Con Amalgamated, tenía un fallo que hubiera matado a los astronautas a las pocas semanas de viaje (quienes conozcan la siguiente película de Hyams, Atmósfera Cero, quizá recuerden que la malvada corporación minera que atentaba contra Sean Connery era la misma Con Amalgamated).
Ahora bien, un proyecto de estas dimensiones económicas involucra a gente política y económicamente muy poderosa que no estaba dispuesta a permitir que se paralizara, con las pérdidas financieras y de credibilidad que ello supondría. Kelloway argumenta que es mejor seguir adelante, aunque ello suponga engañar al público americano. Así que, dado que si viajan a bordo del cohete morirán, la única forma de que los astronautas “aterricen” en Marte y el evento sea retransmitido a todo el planeta vendiéndolo como un gran triunfo, es crear la ilusión en un plató cinematográfico.
Brubaker, la voz de la rectitud moral, se niega: “Si la única forma de mantener algo vivo es convertirme en todo aquello que odio, entonces quizá no merezca la pena”. Pero cuando Kelloway les amenaza con hacer daño a sus familias, los tres no tienen más salida que colaborar.
En este punto, ya se ha expuesto todo el meollo de la cuestión y el resto de la película va a consistir en la alternancia de dos tramas. Por una parte, la odisea que acometen los astronautas cuando, meses después de prestarse al engaño y hacer creer a todo el mundo que han puesto el pie en Marte, deciden escapar al darse cuenta de que pretenden asesinarlos y colocarlos en la cápsula de retorno cuando ésta americe, haciendo pasar sus muertes por un desgraciado accidente. Por otra, las investigaciones que lleva a cabo un periodista, Bob Cauldfield (Elliot Gould), que a través de un contacto tiene noticia de extrañas anomalías en control de misión. Cuando, además, ese contacto desaparece misteriosamente y sin dejar rastro, Cauldfield empieza a tirar del hilo y atraer sobre sí la atención de alguien dispuesto a detenerlo como sea. El último tercio de la película adopta el formato convencional de thriller de acción.
Capricornio Uno fue el primer film de ciencia ficción de Hyams, quien retornaría al género más tarde con cintas tan destacables como la mencionada Atmósfera Cero (1981) o 2010 (1984). Es cierto que su segunda etapa en la ciencia ficción (en la que se encuadra el universalmente denostado film El sonido del trueno (2005)) fue mucho menos afortunada, pero aun así ha sido un director injustamente criticado por muchos fans por patinar frecuentemente en el plano científico (una acusación, en mi opinión, sobre la que se cargaron injustamente las tintas olvidando otras virtudes).
Cuando se estrenó, Capricornio Uno se hizo merecedor de no poco rechazo por parte de la comunidad de aficionados a la ciencia ficción debido a la negativa visión que daba de la NASA y el programa espacial.
El escritor David Gerrold escribía pomposamente que “la película denigra y menosprecia las más altas aspiraciones de la mente (…) devalúa la integridad de la propia ciencia. Aquellos de nosotros que desde nuestros patios traseros mirábamos a las estrellas en las serenas noches de verano, soñando, esperando… los responsables de Capricornio Uno han cogido la niña de nuestros sueños y la han retratado como a una prostituta”.
Un argumento que se derrumba si tenemos en cuenta que la NASA –paradójicamente dada la imagen que de ella proyectaba– colaboró activamente en la producción, llegando incluso a ceder equipo y módulos espaciales para el rodaje.
Personalmente, siendo un firme partidario de la exploración espacial, no me sentí ofendido ni denigrado por la película de Hyams. De hecho, más que torpedear el ideal científico, Capricornio Uno es un lamento por la pérdida del sueño que inspiró el programa espacial norteamericano, tal y como se expresa en el excelente soliloquio del doctor James Kelloway, recordando cómo la pérdida del interés público y los consiguientes recortes presupuestarios acabaron deshaciendo la inspirada llamada a la aventura espacial que hiciera Kennedy en 1961.
Los diálogos están bien escritos y las caracterizaciones son rápidas y eficaces. A diferencia de otras películas de conspiraciones (como la antes indicada Hangar 18), aquí la identidad del villano queda siempre en las sombras. Los asesinos que persiguen a los astronautas por el desierto y tratan de acabar con Cauldfield haciendo pasar el asesinato por un accidente, bien podrían ser agentes gubernamentales o mercenarios, pero la auténtica identidad de quien tira de los hilos jamás llega a descubrirse. Este enfoque puede tanto convencer como disgustar al espectador. Por una parte, el mantenimiento del secreto es coherente con la propia existencia de una conspiración; por otra, resulta absurdo que la NASA esté relacionada con un equipo de asesinos dispuestos a liquidar a personal tan valioso y especializado. ¿Por qué no, en cambio, acusar públicamente al contratista desaprensivo?
Aparentemente, la película tiene un final feliz (relativo, claro, porque dos de los protagonistas no consiguen sobrevivir) en la que el héroe alcanza su objetivo y, suponemos, revela al público la verdad sobre la conspiración… Pero esto último nunca llega a mostrarse. Hyams decide detener la historia en un punto en el que el espectador va a preguntarse si, efectivamente, el astronauta superviviente podrá hablar, si será creído, y de ser así, qué repercusiones tendrán tales revelaciones. ¿Se producirán alzamientos de iracundas multitudes contra el gobierno? ¿Suicidios en masa? ¿Asaltos al Congreso…?
Hyams utilizaba con frecuencia el solapamiento de diálogos de una escena con imágenes de la siguiente para crear un efecto de desconcierto que llevara al espectador a reflexionar, como esa en la que vemos al Lear Jet despegando con los astronautas a bordo, recién sacados de la cápsula, mientras se escucha de fondo la oración fúnebre pronunciada por el Presidente. O esa escena de una transmisión televisiva “desde Marte” en la que la cámara va retrocediendo para descubrirnos que se trata de un rodaje en un set.
Pero como sucede en muchas películas de conspiraciones de los setenta, Capricornio Uno no consigue mantener el interés a lo largo de todo su metraje. La premisa inicial es intrigante, pero es seguida por un largo segmento central con mucho diálogo y poca acción y/o suspense. Dado que se tarda más en llegar a Marte que a la Luna, hay que rellenar un periodo más extenso antes de ver a los astronautas pisar suelo rojo. No todo pueden ser planos del control de misión haciendo comprobaciones y noticias del telediario y a Hyams no se le ocurrió nada verdaderamente mollar con que hacerlo, aunque bien podría haber hecho más hincapié en la investigación de Cauldfield y dar más información sobre quién se encontraba tras la conspiración. Pero el periodista se limita a ir de un lado a otro, siempre enfurruñado y quejándose de lo dura que es su profesión. La subtrama romántica con su colega Judy (Karen Black) no va a ninguna parte; y sus conversaciones con el editor Walter (David Doyle) tienen sus momentos, pero aportan poco en cuanto a caracterización y trama.
Cuando la película se transforma en su último tercio en un thriller de persecuciones y supervivencia en el desierto de Nevada –a su manera tan hostil como un planeta alienígena, una analogía que no pasa desapercibida–, la historia pierde algo de interés, aunque Hyams consigue hacer de los helicópteros negros que acechan a los astronautas una especie de malévolos seres dotados de inteligencia y personalidad propias, como si fueran siniestras aves en busca de su presa. La persecución entre los helicópteros y el avión pilotado por un Telly Savalas pasado de rosca pero muy divertido, está asimismo muy bien planificada y rodada.
El reparto es un tanto irregular. Elliot Gould es un buen actor, pero carece del carisma necesario para encarnar un personaje sobre el que recae el peso de la trama en sus momentos más serenos. O.J. Simpson está acartonado y sólo resulta convincente en los momentos de delirio. Y Sam Waterston, un profesional muy sólido que luego protagonizaría Los gritos del silencio (1984), está infrautilizado.
De los tres astronautas, el único que recibe el desarrollo necesario es el interpretado por James Brolin y enseguida queda claro que será el único superviviente. Destaca quizá sobre todos los demás Hal Holbrook, cuya elección quizá respondiera al menos en parte a haber participado recientemente en otra gran película de conspiraciones, Todos los hombres del presidente (1976), en la que interpretaba a “Garganta Profunda”. De todas formas y en descargo de los actores, hay que decir que tampoco tienen demasiado espacio para brillar dado que el guion se centra más en la trama y el suspense que en el desarrollo y estudio de personajes.
En la era pre-internet, Capricornio Uno fue la carta de presentación para una gran parte del público de la idea de que la llegada del hombre a la Luna fue en realidad una gran mentira. En su estructura, ritmo y estética, es una película muy hija de su tiempo y aun con los defectos indicados, sigue siendo un thriller de política–ficción digno de ver y con una premisa muy interesante pese a que su desarrollo no esté a la misma altura. Premisa, por cierto, que no ha perdido su validez casi cincuenta años después, cuando las encuestas hechas a millennials nos dicen que, como mínimo, el 11% de esos jóvenes dudan de que el alunizaje del Apolo 11 tuviera lugar.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.