Isaac Asimov había sido uno de los proyectos personales del editor de la revista Astounding Science Fiction, un joven prodigio al que apadrinó, moldeó y guió conforme fue madurando como escritor de ciencia ficción. Tras cosechar buenos resultados con dos de sus relatos de robots, “Razón” y “¡Mentiroso!” (en este último se presentaba a la robopsicóloga Susan Calvin) y establecer con ellos el inicio de una saga, John W. Campbell le advirtió de que no se atase a una fórmula determinada.
Cuando Asimov, que aún estudiaba Química en la universidad de Columbia, se reunió con él el 17 de marzo de 1941, el editor le propuso una idea que había tenido a partir de un pasaje del poeta Ralph Waldo Emerson: “Si las estrellas aparecieran una noche en mil años, ¡cómo creerían en ellas los hombres y las adorarían, y preservarían por muchas generaciones el recuerdo de la ciudad de Dios que les fue mostrada!”
Campbell le preguntó qué pensaba él que sucedería si los hombres contemplaran las estrellas por primera vez en mil años. Asimov, que desconocía ese texto, no sabía muy bien qué contestar. Campbell lo tenía claro: “Creo que se volverían locos. Quiero que escribas una historia sobre ello”.
Fue la segunda idea sobre hombres volviéndose locos que el editor había pasado a uno de sus escritores (la primera había sido “Ocurren explosiones”, para Heinlein, incluida en su Historia del futuro) y derivaba directamente de su interés por la psicología. Campbell nunca le había propuesto anteriormente nada tan concreto y Asimov no estaba seguro de si lo había reservado para él en particular o simplemente fue el primero de sus autores que se presentaba ese día y al que se lo endosó. Pero, en cualquier caso, se lo tomó como una prueba. Acordaron titularla “Anochecer” («Nightfall»), discutieron sobre posibles razones por las que las estrellas pudieran no ser visibles y al final, Campbell lo despidió diciéndole: “Vete a casa y escribe la historia”.
Al decir de Asimov, nunca había escrito algo con tanta facilidad y, tras algunas correciones por parte de Campbell, “Anochecer” apareció en el número de septiembre de 1941 de Astoundig Science Fiction.
El planeta Kalgash está al borde del caos, pero sólo lo saben un puñado de personas. Esa civilización sólo ha conocido la perpetua luz del día porque durante más de dos milenios, sus cielos siempre han estado ocupados por la combinación de al menos dos de sus seis soles. Nunca han tenido que preocuparse por las bombillas, la electricidad, las lámparas de gas o las velas. De hecho, una de las fobias comunes a todos sus habitantes es la oscuridad, una experiencia generada artificialmente que la mayoría no puede soportar, aunque sea como parte de algún tipo de juego o atracción de feria.
“Imagina la Oscuridad… por todas partes. Ninguna luz hasta tan lejos como puedas ver. Las casas, los árboles, los campos, el suelo, el cielo…, ¡todo negro! Y Estrellas asomándose en medio de todo ello, si escuchas lo que predican los Apóstoles…, Estrellas, sean lo que sean. ¿Puedes concebirlo?
—Sí, puedo —declaró Beenay, más truculento aún.
—¡No! ¡No puedes! —Sheerin golpeó la mesa con el puño, presa de una repentina pasión—. ¡Te engañas a ti mismo! No puedes concebir eso. Tu cerebro no fue construido para ese concepto, como tampoco lo fue para… Mira, Beenay, tú eres matemático, ¿no? ¿Puede tu cerebro concebir de una forma real y completa el concepto de infinito? ¿De eternidad? Sólo puedes hablar de ello. Reducirlo a ecuaciones y fingir que los números abstractos son la realidad, cuando de hecho son sólo signos sobre el papel. Pero cuando intentas realmente abarcar la idea de infinito en tu mente empiezas a sentir vértigo muy deprisa, estoy seguro de ello. Una fracción de la realidad te trastorna. Lo mismo ocurre con la pequeña cantidad de Oscuridad que acabas de saborear. Y cuando lo auténtico llega a ti, tu cerebro tiene que enfrentarse a un fenómeno que está más allá de los límites de tu comprensión. Te vuelves loco, Beenay. Completa y permanentemente. ¡No tengo la menor duda de ello!”.
En un planeta donde jamás se han visto las estrellas porque no hay noche y donde lo único que ocupa los cielos son los seis soles, el trabajo de astrónomo no es particularmente fácil, interesante o diverso. Pero resulta que algunos científicos que están tratando de plantear un modelo para los movimientos de los soles, descubren que, de forma inminente y cumpliendo un ciclo orbital periódico de 2049 años, sus estrellas van a alinearse tras otro planeta del sistema y desaparecer en un eclipse que oscurecerá por completo al planeta. El hallazgo es aún más preocupante por cuanto su predicción coincide con la de un culto religioso que se autodenomina Apóstoles de la Llama y que han estado profetizando el advenimiento de la oscuridad y urgiendo a la gente a unirse a su fe para salvarse. Para colmo, los últimos descubrimientos arqueológicos muestran que la mayoría de las antiguas civilizaciones han seguido un ciclo ascendente que se detiene bruscamente cada poco más de dos mil años en una orgía de fuego y destrucción.
La historia comienza en la noche del eclipse. Los científicos de la Universidad de Saro están preparados con sus instrumentos y ordenadores para registrar el evento, aunque no pueden evitar el miedo a lo desconocido. Mientras tanto, en el exterior del observatorio, los fanáticos religiosos alimentan el pánico. Sin embargo y hasta ese momento, la mayoría de la gente corriente de Lagash no cree ni a unos ni a otros. Sencillamente, no pueden concebir que suceda algo como la noche. Y entonces, el eclipse comienza.
“Anochecer” es un relato característico de la ciencia ficción de Asimov en tanto en cuanto describe una sociedad básicamente humana en todos los sentidos –fisiológicos, psicológicos, sociales– y, además, ambientada en el presente. De hecho, Lagash bien podría ser la Tierra del siglo XX. Es este un tipo de ciencia ficción que recuerda aquellas novelas históricas ambientadas, por ejemplo, en la Antigua Roma, pero cuyos personajes piensan y hablan como caballeros ingleses de la era victoriana.
Asimov nos pide que creamos que una cultura que ha evolucionado en un sistema estelar remoto bajo condiciones astronómicas completamente diferentes de las nuestras –condiciones, por otra parte, necesarias para llegar al resultado que pretende– podría, sin haber tenido contacto alguno con la Tierra, ser un duplicado prácticamente exacto de la misma.
Incluso se refieren a sí mismos como humanos y la única diferencia con nosotros es que añaden un número a sus nombres. Al comienzo del relato, un impaciente burócrata de la universidad está siendo incordiado al estilo de los periodistas americanos de la vieja escuela por un reportero que habla con expresiones coloquiales reconocibles para el lector de entonces. En este sentido, no se puede hablar de creación de mundos, civilizaciones o futuros alienígenas y quien busque aquí tal cosa puede sentirse decepcionado.
Pero a pesar de ello y algún que otro agujero de guión, Asimov consigue desarrollar una historia dramática, con suspense y muy entretenida que va hilando varias tramas hasta su colusión. Ciertamente, los personajes no están muy bien caracterizados y hoy resulta llamativa la ausencia de mujeres, pero esto no importa demasiado dado que “Anochecer” se apoya en el concepto central (¿qué consecuencias tendría sobre la gente asistir a un eclipse cuando nadie es capaz de concebir tal fenómeno) y la trama más que en los personajes. Por otra parte, esto era común a la inmensa mayoría de los relatos pulp de todos los géneros.
Otro de los aciertos de Asimov y clave en el éxito del relato reside en cambiar nuestro punto de vista y marco de referencia para demostrarnos que nuestra imaginación y percepción están lastradas por nuestra esclavitud a la gravedad terrestre. Puede que pensemos en cosas que nos parezcan imposibles, pero el universo es tan grande y tan diverso que no dejará de sorprendernos. “Anochecer” nos hace pensar en cómo sería nuestra propia vida sin oscuridad. No tendríamos constelaciones, nombres mitológicos para los cuerpos celestes, escenas románticas a la luz de la Luna, espectáculos grandiosos como la aurora boreal o las lluvias de estrellas ni tampoco cuentos y relatos maravillosos sobre lo que nos espera más allá de nuestro sol.
En la historia, uno de los astrónomos más jóvenes pone sobre la mesa el caso hipotético de que existiera vida un planeta con un único sol, un mundo en el que “los astrónomos habrían establecido la gravedad probablemente antes incluso de inventar el telescopio. Las observaciones a simple vista hubieran sido suficientes para deducirlo todo.
—Es agradable pensar en ello como en una hermosa abstracción…, como un gas perfecto o el cero absoluto —admitió Sheerin.
—Por supuesto —siguió Beenay—, está el problema de que la vida sería imposible en un planeta así. No recibiría suficientes luz y calor, y si girara sobre sí mismo habría una Oscuridad total durante la mitad de cada día. Ese fue el planeta que me pediste en una ocasión que imaginara, ¿recuerdas, Sheerin? Donde los habitantes nativos estarían completamente adaptados a una alternancia de día y noche. Pero he estado pensando en ello. No podría haber habitantes nativos. No se puede esperar que la vida, que depende fundamentalmente de la luz, se desarrolle bajo unas condiciones tan extremas de ausencia de luz. ¡La mitad de cada rotación axial se produciría en la Oscuridad! No, nada podría existir bajo condiciones como ésas”.
El astrónomo también se atreve a sugerir la fantástica idea de que las estrellas de las que habla el Libro del Apocalipsis de los cultistas pudieran ser “otros soles en el universo”, lo suficientemente lejos como para ser invisibles durante el perpetuo día de Lagash y no afectar al equilibrio gravitacional de los seis astros del sistema.
«—Es sólo una idea loca —dijo Beenay con una sonrisa—, pero espero que veas a dónde quiero ir a parar. Durante el eclipse, esa docena de soles se harán bruscamente visibles, porque durante un corto tiempo no habrá ninguna auténtica luz solar que ahogue su brillo. Puesto que se hallan tan lejos, aparecerán muy pequeños, como meras canicas. Pero ahí los tendremos: las Estrellas. Los repentinos puntos emergentes de luz que los Apóstoles nos han estado prometiendo.
—Los Apóstoles hablan de un «número incontable» de Estrellas — observó Sheerin—. Eso no me parecen una o dos docenas. Más bien unos cuantos millones, ¿no crees?
—Una exageración poética —dijo Beenay—. No hay espacio suficiente en el universo para un millón de soles…, ni aunque estuvieran apelotonados el uno contra el otro de modo que se tocaran.
—Además —ofreció Theremon—, una vez tenemos una o dos docenas, ¿podemos realmente hacer distinción en el número? Apuesto a que dos docenas de Estrellas pueden parecer un «número incontable»…, sobre todo si resulta que nos hallamos en medio de un eclipse y todo el mundo está ya loco a causa de contemplar la Oscuridad. Hay tribus en las tierras interiores que sólo tienen tres números en su lenguaje: ‘uno’, ‘dos’, ‘muchos’. Nosotros somos un poco más sofisticados que eso, supongo. Así que para nosotros una o dos docenas son algo comprensible, y luego, simplemente, nos parecen ‘incontables’. —Se estremeció de excitación—. ¡Una docena de soles, de pronto! ¡Resulta difícil imaginarlo!»
Las sectas de iluminados que se aprovechan del miedo de la gente crédula, son algo que no inventó Asimov (los movimientos cristianos milenaristas hacía tiempo que arrastraban a mucha gente en Estados Unidos) pero desde luego no han muerto ni siquiera en la actualidad, cuando parece que es la tecnología y la ciencia la que dominan nuestras vidas. Ahí está, sin ir más lejos, el Apocalipsis Maya que tanto se publicitó para 2012.
Asimov plantea una oposición binaria y absoluta entre los científicos (el Bien), que se esfuerzan por comprender la mecánica celestial limitados por el brillo perpetuo de su cielo; y los cultistas (el Mal), cuyas escrituras sagradas, según nos dice, fueron escritas por “algunas de las mentes más listas del nuevo ciclo…, basándose en los fugitivos recuerdos de los niños, combinados con los confusos e incoherentes balbuceos de los idiotas medio locos, y sí, quizás algunos de los relatos contados por los zoquetes”. Escrituras que profetizan que “los seis soles entrarán en la Caverna de la Oscuridad y desaparecerán, las Estrellas se manifestarán a nosotros, y todo Kalgash será pasto de las llamas”. Es una confrontación ideológica que, desgraciadamente, no ha perdido vigencia, solo se ha transformado. Ahí están los avisos de los climatólogos respecto a las catástrofes que provocará el cambio climático, y aquellos que niegan que se esté produciendo.
En cualquier caso, la batalla que plantea Asimov entre ciencia y religión es en términos absolutos. Tanto los científicos como los cultistas están de acuerdo en que la Noche se aproxima. Pero mientras que los segundos creen que es un día del juicio divino en el que se castigará a los no creyentes, los primeros están convencidos de que será sólo un fenómeno astronómico que durará unas cuantas horas. La simple solución de los cultistas para escapar a la locura que sobrevendrá es tener fe en sus escrituras. Para ellos, quienquiera que crea lo que afirman los científicos, está condenado a fenecer por la locura inspirada por la visión de las Estrellas. Por su parte, los científicos están convencidos de que cualquiera que crea lo que afirman los cultistas, acabará víctima de la locura por no tomar las precauciones necesarias (básicamente, encerrarse en refugios preparados ex profeso hasta que el eclipse termine).
Naturalmente, siendo este un mundo imaginado por un ateo y racionalista como Asimov, los científicos son los que terminan teniendo razón, si bien ambos bandos estaban en lo cierto respecto a la histeria causada por la oscuridad independientemente de la creencia de cada cual.
Quizá el enfoque de Asimov fuera producto de la polarización extrema entre religión y ciencia que ha existido desde siempre en los Estados Unidos, y que se manifiesta de manera especialmente abierta hoy día entre creacionistas y evolucionistas; pero lo que plantea es una situación burdamente simplificada en la que dos bandos se enfrentan, y entre los que no hay campo común de entendimiento, como si los científicos no pudieran tener creencias religiosas o los hombres de fe siempre fueran enemigos acérrimos de la ciencia.
Cabe destacar también que varios de los temas e ideas que se apuntan serían más adelante mejor y más extensamente desarrollados en el ciclo de la Fundación: el determinismo cíclico por el que las civilizaciones se derrumban (aunque en “Anochecer” no sería tanto un proceso como un cataclismo natural), los avisos de un desastre inminente que nadie escucha, el grupo de científicos que preservan el conocimiento para la edad oscura que se avecina…
Con más de 13.000 palabras, “Anochecer” fue la historia más larga que Asimov había escrito hasta el momento y la que más ingresos le generó: 166 dólares de la época, nada mal para un jovencito aún en la universidad.
John W.Campbell supo apreciar el buen escritor que Asimov prometía ser y, dispuesto a conservarlo, le aumentó la tarifa a 1.25 centavos por palabra. Hasta ese momento, nadie, ni siquiera él mismo, le había considerado más que un escritor de segunda, pero gracias a esta obra su nombre apareció en la portada de Astounding por primera vez y pasó a ser uno de los más apreciados colaboradores de la revista. Desde su publicación, “Anochecer” se ha considerado como un clásico del género y en la década de los sesenta, la Asociación Americana de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía la votó como el mejor cuento del género jamás escrito.
En 1988, Martin H. Greenberg (viejo amigo, colega y socio de Asimov, compilador de antologías, editor y cofundador del Sci-Fi Channel), tuvo una idea –aunque no de las mejores–: coger la historia corta de Asimov y, conservándola básicamente intacta, añadir un comienzo y un final que la expandieran hasta convertirla en una novela. El elegido para llevar a cabo la tarea fue Robert Silverberg, en lo que fue la primera de las tres colaboraciones que harían los reputados autores realizando el mismo trabajo con otras dos obras. De todas formas, quizá decir colaboración lleve al engaño, porque el auténtico artífice de estas novelas fue Silverberg, limitándose Asimov a supervisar y aprobar todo lo que hizo aquél.
En cualquier caso, en 1990 aparece Anochecer, una novela que puede evaluarse desde dos puntos de vista distintos: como una obra en sí misma o como ampliación de un trabajo más breve. En el primer caso, el trabajo de Silverberg es aceptable pero no particularmente destacable. Como expansión de un relato más breve y antiguo, en general Silverberg ofrece un resultado desde luego más sofisticado que el original. Suaviza los rasgos más pulp del estilo que Asimov tenía entonces, añade personajes nuevos, a los viejos les otorga una mayor profundidad y vida emocional y fortalece el papel y personalidad de las mujeres.
La historia cobra mayor sustancia con los añadidos del comienzo y el incremento del suspense conforme se acerca el día fatídico está mejor llevado. Pero es en el último tercio, centrado en el panorama postapocalíptico tras el eclipse, que la trama se pierde y se diluye la fuerza del concepto inicial.
Silverberg respeta la historia tal y como Asimov la planteó, utilizando las mismas palabras y descripciones, sobre todo en la secuencia que desemboca en el eclipse e inmediatamente después. Ahora bien, el cuento terminaba con la llegada de la oscuridad, dejando que el lector imaginara lo que podría suceder a continuación. Silverberg amplía la historia más allá y ahí es donde tropieza. La trama pasa a ser una aventura postapocalíptica como tantas otras que a esas alturas (recordemos, 1990) ya se habían visto en literatura y cine, se hace tediosa, innecesariamente descriptiva, introduciendo un romance que parece fuera de lugar y estirándose de forma aburrida hasta un final soso y decepcionante.
En concreto, el final incluye un giro sorpresa implausible que contradice en buena medida el desarrollo de la historia hasta ese punto y debilita el conjunto: los malos son en realidad buenos a su manera y el villano supremo es una creación virtual. Por supuesto, Silverberg tenía forzosamente que mantener durante buena parte de la trama el sesgo antirreligioso que exhibía Asimov en la primera parte, pero tratar de vender la idea de que el líder religioso principal sea un engaño que jamás se muestra en persona y que quienes se nos habían presentado como fanáticos van a ser, a fin de cuentas, los salvadores de lo que queda de civilización, es quizá pedirle demasiado el lector.
En cualquier caso, Anochecer, la novela, no es ni tan buena como las mejores obras de Silverberg ni está a la altura de lo mejor de Asimov. Y ese es el problema. Dada la accesibilidad de la historia corta –que ha sido incluida en multitud de compilaciones– ¿para qué molestarse en abordar su expansión dado que es un trabajo menor?
Imagen superior © Michael Whelan.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.