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«Los límites de la Fundación» («Foundation’s Edge», 1982), de Isaac Asimov

Tras un hiato de muchos años en los que Asimov se centró exclusivamente en la divulgación científica e histórica, regresó a la ciencia ficción empujado por décadas de súplicas de fans y editores y tras recibir una oferta financiera por parte de la editorial Doubleday que, simplemente no pudo rechazar.

Su flamante reentrada en el género que le vio nacer como escritor fue con una serie de novelas que trataban de fundir en un todo coherente sus dos inmensamente influyentes y queridas sagas de los años cuarenta y cincuenta: la de los Robots y la de la Fundación, concebidas en su momento como universos independientes. El objetivo era, por tanto, crear una vasta Historia del Futuro en la línea de lo que otros autores habían hecho antes que él, como Olaf Stapledon (La última y la primera humanidad), Robert Heinlein (Historia del futuro), Cordwainer Smith (Los Señores de la Instrumentalidad), Poul Anderson (La Liga Psicotécnica), los hermanos Strugatsky (el universo Noon) o Larry Niven (Mundo Anillo) por nombrar solo unos pocos.

La primera entrega de esta nueva etapa fue Los límites de la Fundación (1982), para la que Asimov cambió la estructura que había imperado en la serie en su recorrido inicial: en lugar de una serie de relatos y novelas cortas interrelacionados y consecutivos, encontramos ahora una novela completa en la que se desarrolla una historia protagonizada por dos personajes principales y un amplio reparto de secundarios.

En el último libro de la Trilogía original, Segunda Fundación, las dos Fundaciones establecidas por Hari Seldon como guardianas del conocimiento y motores de la recuperación de la civilización tras la caída del Imperio Galáctico, se enfrentaron la una con la otra. La Primera Fundación, con centro en Términus y basada en la tecnología, sólo tenía un vago conocimiento de la Segunda. Ignoraba dónde se encontraba, quiénes estaban a su servicio e incluso su auténtica misión, pero la veía como una amenaza debido a los poderes de control mental que, se decía, habían desarrollado y que utilizaban para llevar el Plan Seldon por el camino que estimaban correcto. Ciertos miembros de la Primera Fundación no deseaban de ninguna manera ser tratados como títeres de una misteriosa potencia extranjera e iniciaban un plan para encontrar a sus elementos y neutralizarlos. Al final del libro, se habían convencido –erróneamente– de que habían triunfado en su misión.

Los límites de la Fundación comienza cien años después de los acontecimientos narrados en Segunda Fundación (y quinientos tras el establecimiento de la Primera Fundación), cuando brillantes individuos de ambas esferas se aperciben de que el Plan Seldon está desarrollándose con demasiada perfección, como si existiera una mano invisible que lo guiara de forma independiente a las dos Fundaciones. En Términus, el Consejero Golan Trevize está convencido de que ese actor en la sombra es la Segunda Fundación, que lejos de haber sido eliminada tiempo atrás, ha conseguido sobrevivir y continuar manipulando el gobierno de la Primera.

Era este un asunto, el de la Segunda Fundación, que hacía tiempo que se consideraba oficialmente cerrado, pero Trevize desafía a la Alcaldesa Branno al respecto y ésta utiliza su poder político para mandarlo al exilio a bordo de una nave extraordinariamente avanzada. Confidencialmente, le revela que ella también cree que la Segunda Fundación aún acecha entre las sombras, pero que no puede permitir que el joven político arme un revuelo y llame la atención de quien no debe. De hecho, Branno le prohíbe regresar a Términus a menos que encuentre la localización de la Segunda Fundación.

Por otra parte y simultáneamente, en Trántor, sede de la Segunda Fundación, un político igualmente joven, ambicioso y arrogante, el Orador Gendibal, ha de enfrentarse a sus pares para convencerlos de que una tercera y secreta organización galáctica está manipulando la corriente histórica a un nivel formidable. Esto es especialmente amenazador para la Segunda Fundación, ya que se supone que ese tipo de oscuras maniobras son las que ellos llevan a cabo. Por tanto, se le autoriza a seguir a Trevize a bordo de una nave, ya que a través de su agente, Gendibal ha puesto los ojos en aquél y cree que tiene la inteligencia e intuición necesarias para encontrar lo que busca.

Sin embargo, Trevize se ve obligado a dar un rodeo. Y es que le han asignado como compañero a un sabio especialista en historia antigua y mitología, Janov Pelorat, que está entusiasmado por la posibilidad de encontrar la Tierra, el planeta legendario que él cree fue la cuna de la Humanidad antes de que ésta se expandiera por toda la Galaxia (búsqueda que enmascara el auténtico propósito del viaje: encontrar la Segunda Fundación). En principio, Trevize se aviene a ello, pero cuando decide no ir a la Biblioteca de Trántor a buscar información sobre la Tierra sino optar por un camino alternativo, desconcierta a Gendibal y Branno e inicia una cadena de acontecimientos que llevará, efectivamente, al descubrimiento de una tercera potencia que ha venido operando desde las sombras, en el sistema Sayshell. Esta misteriosa fuerza y las dos Fundaciones confluirán en un enfrentamiento en el que un solo hombre decidirá el destino de toda la Galaxia

Los límites de la Fundación recupera y da un giro de tuerca a los mismos temas ya abordados en la la trilogía de los años cuarenta. En Segunda Fundación se había descubierto que Hari Seldon había establecido la institución del título, centrada en el desarrollo de la mente justo en el corazón del Imperio: Trántor, el planeta capital. La obsesión de los personajes de las dos últimas novelas de la Trilogía había sido la búsqueda de esa misteriosa Segunda Fundación, una obsesión que se retoma en Los límites añadiendo otra adicional: la de la Tierra, el planeta origen de la especia humana y que se ha convertido en un nebuloso mito que a pocos importa.

(Atención: espóilers a partir de aquí) En el clímax de la novela, se descubre que Gaia, una comunidad planetaria de seres que viven en armonía entre sí y con la biosfera y que parecen ser robots, han manipulado a los protagonistas para que confluyan en sus proximidades y se vean obligados a elegir entre tres posibles caminos para el futuro de la galaxia: los planes de expansionismo imperialista de la Primera Fundación, la fría sociedad regida por la psicohistoria que propugna la Segunda… o la que proponen los robots: la fusión en una especie de conciencia colectiva de toda la galaxia a costa, eso sí, de perder la individualidad.

Los propios gaianos no pueden decidir dado que son robots: “No sabemos si lo que le resultará menos costoso a la galaxia será la acción o la inacción”. El mismo dilema que Asimov ya presentara en 1942 en su relato“Círculo vicioso” (incluido en la antología Yo, robot). En él, el robot Speedy, quedaba atrapado en un interminable recorrido circular alrededor de un yacimiento de selenio al no poder decidir si era más importante la Segunda o la Tercera ley de la robótica. En esta ocasión, el yacimiento es algo más grande (toda una galaxia, en realidad), pero el dilema es igual de “sencillo”.

Ahora bien, aunque sin duda constituye una sorpresa la irrupción en la serie de los robots asimovianos, también es cierto que pone patas arriba el concepto original de aquella. Asimov era consciente de que la premisa inicial ya se había explotado lo suficiente pero a priori no tenía muchas alternativas. La única forma de continuar la historia era o bien llevar el Plan Seldon a su conclusión definitiva o hacer que la Primera Fundación redescubriera a la Segunda, la destruyera y procediera entonces a fundar, antes de lo previsto, el nuevo Imperio. Pero ninguna de ambas opciones ofrecía nada nuevo. Además y probablemente, Asimov ya estaba un poco cansado de la psicohistoria y ceñirse a los paulatinos avances de la Primera Fundación más allá de la mera supervivencia hasta convertirse, crisis tras crisis, en una potencia regional.

Por tanto, el autor no pierde el tiempo en detalles sobre cómo la Fundación se ha convertido ahora en un protoimperio y tampoco tiene interés en contar sus siguientes pasos hacia el dominio absoluto del resto de la galaxia. También deja claro que los miembros de la Segunda Fundación son poco mejores que los intelectuales que se trasladaron a Términus siglos atrás para elaborar una Enciclopedia Galáctica y que se consideran a sí mismos como una élite de superdotados que tomarán las riendas del poder en cuanto se establezca el nuevo imperio. De hecho, esa aura de misterio que había rodeado a la Segunda Fundación en la Trilogía original, es sustituida por banales luchas burocráticas por el poder que rebajan la consideración que el lector pudiera tener hacia ella. De hecho, son tan indeseables como gobernantes como los políticos de Términus.

Hasta este momento, los relatos de la Fundación se habían ajustado a una estructura muy sencilla y que consistía en establecer una premisa aparentemente irrefutable para luego destruirla en la siguiente novela de la serie. En Fundación, se nos dice que la psicohistoria de Seldon era capaz de anticipar cualquier evento o problema en el futuro de la galaxia; pero en Fundación e Imperio, se pone de manifiesto la fragilidad tanto de la Fundación como del Plan Seldon cuando irrumple el Mulo y pone a ambos patas arriba. Y en Segunda Fundación se nos decía que el Plan, después de todo, no era tan delicado ya que contaba con un mecanismo de autorregulación en la forma de la Segunda Fundación, asegurando de esta forma el surgimiento del Segundo Imperio. Pero ahora, en Los límites de la Fundación, Asimov cuestiona que esa institución, el Imperio, sea lo más aconsejable para la Humanidad y plantea una tercera vía.

El caso es que, tratando de encontrar esa alternativa, Asimov introduce en la forma de Gaia y los robots dos elementos que ponen a prueba la suspensión de incredulidad del lector y la resistencia de la lógica interna de la saga. Al fin y al cabo, la dinámica que había seguido Asimov en la serie había corrido el riesgo de corromper su lógica interna ya desde su segunda entrega: plantear un misterio alrededor de una amenaza al Plan Seldon e iniciar una investigación que desembocaría en una sorprendente revelación: primero fue el Mulo, supuestamente una anomalía mutante con poderes mentales; después la Segunda Fundación, toda una comunidad dotada de inmensos poderes telepáticos; y ahora se descubre no sólo que el Mulo distaba de ser una rareza sino que existe un número indeterminado de robots que llevan a cabo sus manipulaciones entre bambalinas para que la especie humana alcance una suerte de fusión espiritual con el Universo. Asimov había pasado de la Psicohistoria a la Pseudociencia después para terminar en la Metafísica.

El propio Asimov admitió: “El hecho es que, mayormente, he estado aprovechándome de los filones que descubrí cuando tenía veintidós años”. Esta honesta declaración se refería no sólo a los dos conceptos fundamentales e innovadores de su obra, las Tres Leyes de la Robótica y la Psicohistoria, concebidos en su primera etapa como escritor, sino también en su estilo prosístico. No quiso adaptar o modificar los libros de la trilogía original y, en cambio, añadió nuevos volúmenes imitando su estructura y prosa como si no hubiera pasado el tiempo.

Así, tenemos una novela cuya trama avanza casi exclusivamente a base de diálogos. Hay muchas escenas de personajes conversando de forma un tanto estirada y llegando al término de esos intercambios verbales a descubrimientos o revelaciones que añaden una nueva pieza al puzzle o permiten que la acción de un paso al siguiente nivel. Hay pocas descripciones que contribuyan a dar forma a ese enorme y variado mosaico de planetas y civilizaciones humanas. Apenas se nos dice cómo visten los personajes o siquiera cómo son físicamente o cómo interaccionan con sus respectivos entornos. Tampoco hay descripciones de paisajes, ciudades o vehículos que ayuden al lector a visualizar mentalmente la heterogeneidad que necesariamente debería existir en comunidades tan dispares como las de Términus, Trántor, Sayshell o Gaia.

Ahora bien, aunque Asimov no hubiera pulido o mejorado demasiado su estilo tras casi cuarenta años, tampoco había perdido su capacidad para hacer que el lector pasara página tras página hasta llegar a la conclusión de la novela. Salvo alguna que otra escena un tanto farragosa y que ha envejecido mal (como cuando se describen las peculiaridades de la navegación hiperespacial), en general Los límites de la Fundación goza de un buen ritmo.

También encontramos unos personajes que, sin ser tremendamente interesantes o carismáticos, sí están mejor perfilados que los que poblaban la Trilogía original. Los dos personajes femeninos fuertes, la alcaldesa Branno de Términus y Bliss (una joven gaiana de naturaleza robótica) responden a estereotipos asimoviamos que ya habíamos visto antes. Pero en general se puede decir que en lo que se refiere a caracterización, Asimov había aprendido algo en las décadas que transcurrieron tras escribir Segunda Fundación (o bien dispuso de más tiempo y espacio para construir y desarrollar a los personajes) y consigue que entendamos sus motivaciones, que sepamos lo que piensan y sienten conforme van sucediéndose los acontecimientos.

En general y pese a que, como he apuntado antes, no aporta realmente nada nuevo u original, Los límites de la Fundación es la obra narrativamente más sólida de la saga hasta ese momento. Presenta tres conjuntos de personajes que confluyen poco a poco en Gaia. A través de ellos, Asimov expone las posturas y visiones del futuro de la Primera y Segunda Fundaciones (a través de los discursos de la alcaldesa Branno y Stor Gendibal respectivamente) antes de torpedearlas demostrando que ambas tienen límites y graves problemas. De hecho, ninguna triunfará si continúan intentando crear el Segundo Imperio tal y como propugnaba el Plan Seldon.

Además, y yendo en contra de lo que había sido su propia ficción, Asimov sugiere que Gaia bien podría ser una entidad alienígena (recordemos que tanto en el Ciclo de los Robots como en las series del Imperio y la Fundación, había prescindido de las inteligencias alienígenas por las razones que ya apunté en otro artículo). Construye alrededor de Gaia una atmósfera de misterio, de planeta del que nadie sabe nada y que ha sido inconsciente e inexplicablemente evitado por el Imperio, la Fundación y el Mulo.Todo ello apunta a que Trevize se está dirigiendo hacia un Primer Contacto alienígena y es por eso que encontrar a los robots en el centro del enigma resulta algo decepcionante. El sentido de lo maravilloso y el temor que suscita lo desconocido es reemplazado por una comuna de pacifistas que predica la unión mental.

Al menos, Asimov respeta su propia tradición de resolver el clímax de forma más inteligente que la tópica batalla física o mental. En lugar de ello, se plantea, como he dicho, un debate entre los tres representantes de las diferentes posturas a lo largo del cual defienden sus argumentos antes de que el juez designado deba decidir.

Y claro, en este punto, Asimov acaba no solamente de rematar al Plan Seldon como guía del futuro de la galaxia sino que anula cualquier papel que hubiera podido jugar en el pasado. No es ya imposible que el gran psicohistoriador ignorara la existencia de Gaia y los robots y, por tanto, no hubiera podido predecir su papel en el curso de los acontecimientos, sino que, desde el principio, aquéllos habían estado influyendo en ellos. Su injerencia era lo que había dirigido el curso de la Historia, ni las matemáticas del Plan (transformado ahora en mero papel mojado) ni el libre albedrío de los humanos.

En general, Los límites de la Fundación ofrece una lectura entretenida que puede recomendarse calurosamente a los fans de la saga, aunque no sea una novela imprescindible por mucho que en su momento fuera recibido con entusiasmo por los aficionados. Tanto, de hecho, que no sólamente ganó el Premio Hugo de aquel año sino que se coló nada menos que en la lista de más vendidos del New York Times. Sin embargo y con la perspectiva que da el tiempo, no se puede decir que sea un gran libro o, al menos, merecedor del máximo galardón dentro del género.

Con sus conexiones con el Ciclo de los Robots y los “Eternos” de El fin de la eternidad (1955), Los límites de la Fundación constituyó el primer eslabón de la cadena que pronto iba a unir el grueso de la obra de Asimov en un todo. Después y a raíz del éxito obtenido con su regreso a la ciencia ficción, utilizó sus dos siguientes novelas del Ciclo de los Robots, Los robots del amanecer (1983) y Robots e Imperio (1985), para tender puentes con la saga de la Fundación. En un artículo aparecido en la revista Locus en junio de 1985, Asimov explicitó claramente su propósito: “Ahora tengo una sola serie de novelas que combinan las de robots, las del Imperio y las de la Fundación”. Serie que acabaría compuesta de quince novelas y varias decenas de cuentos y fuera de la que Asimov ya no se aventuraría en lo que a ciencia ficción se refiere.

¿Qué puede decirse acerca de esta obsesión por alcanzar un todo coherente a partir de elementos disímiles que no pedían formar parte de algo mayor? Los giros y saltos lógicos que tuvo que dar Asimov para casar el universo no robótico de la Fundación con ese otro dominado por los seres mecánicos que se veía en, por ejemplo, Bóvedas de acero, fueron más ingeniosos que satisfactorios, rozando peligrosamente lo absurdo en más de una ocasión.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".