Por artistas como Ambrós y su destino aciago dejas de creer en tu país.
Si pretendes denunciar la corrupción de nuestro mundo cultural, te llamarán y escribirán los nombres más celebrados del tinglado para decirte «como amigos» que mantengas la boca cerrada; mientras, un montón de colegas manifiestamente antisistema en sus cacareos trabajan con denuedo puertas adentro para insertarse a toda costa en el Sistema Original, orgullosos del brillo social que ello les proporciona; en tanto nuestras autoridades condecoran artistas de Hollywood que si fueran compatriotas serían implacablemente nombrados persona non grata por esas mismas autoridades debido a su «insensibilidad social».
Así estuvo el patio siempre: provincianismo y falsa solidaridad popular son nuestras armas para escalar posiciones. ¿Han acabado ya Sus Excelencias de levantar disimuladamente los pantalones que mantuvieron bajados ante el clarinete de Woody Allen durante tantos y tantos años?
Volviendo al pasado inamovible, hay que leer hoy a Ambrós para creerlo. Tuvo la suerte de dibujar guiones de Víctor Mora; Mora, el privilegio de escribir para Ambrós y sentirse biela de una maquinaria perfecta gracias al talento infinito del artista valenciano.
Ha caído en mis manos El Capitán Trueno en la reedición de la colección apaisada en blanco y negro que Signo Editores lanzó hace unos años bajo la sabia coordinación de Antoni Guiral. Lo he encontrado en la biblioteca de mi pueblo (me repito al decir que lo mejor que tenemos en este país son las bibliotecas).
Uno no se puede creer la de cosas que Ambrós era capaz de meter en una viñeta. Todo le cabía y todo vibraba en equilibrio con un dinamismo asombroso. Qué precisión y qué movimiento.
Leer hoy El Capitán Trueno de Ambrós permite confirmar que podía mirar por encima del hombro a varios clásicos del Primer Mundo. Y, sobre todo, que fue un monstruo del arte de la historieta.
No se merecía ni su ostracismo ni sus angustias económicas, ni terminar como generador ninguneado de un mito exótico que sólo miramos de soslayo porque es nuestro y no yanqui. Y su héroe tampoco se merecía, en su paso a la gran pantalla, ser otra víctima de las estafas de dinero público. Un héroe pisoteado zafiamente por la prosaica realidad de su pueblo.
Yo soy más de El Corsario de Hierro, pues la decadencia setentera me priva más que las sonrisas lancasterianas mientras se espadea, pero… ¡qué bueno que fue Ambrós en El Capitán Trueno!
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