Johannes Brahms, aparte de ser uno de los grandes de la música en los últimos mil años, ha sido siempre considerado como un artista conservador, sólidamente asentado sobre herencias, tradiciones y demás virtudes consabidas. Lo opuesto era, en su tiempo, el wagnerismo, que proponía la revolución, el arte del porvenir y la redención musical de la humanidad. Nada más que eso, tampoco exageremos.
Massimo Mila, hace medio siglo, se encargó de mostrar en qué medida –talentos aparte, porque son imponderables– Brahms había sido inconvencional sin resultar inconveniente. Y recordó, en su apoyo, un artículo de los años 1940 firmado por Arnold Schoenberg.
El nudo explica la trama. Porque, cabe preguntarse, ¿a qué viene ese doble homenaje de los vanguardistas Schoenberg y Berio al tradicionalista Brahms? Es cierto que se trata, a su vez, de dos vanguardias distintas. Una intentó liquidar la tonalidad y la otra, jugar al pastiche, la cita apócrifa y la caricatura. Lo cierto es que, ante Brahms, se pusieron serios, respetuosos y afectivos. Y así ambos hicieron, para orquesta, arreglos que son auténticas traducciones de obras de cámara. Lo que resultó es el mayor homenaje que se pudo hacer a Brahms: no convertir un cuarteto y una sonata en sendas sinfonías sino quedarse a medio camino, como el propio Brahms lo hizo en sus serenatas.
Amén, aleluya.
Disco recomendado: JOHANNES BRAHMS (1833-1897): Cuarteto para piano op. 25 en Sol menor (arreglo para orquesta de Arnold Schönberg); Sonata para clarinete y piano op. 120 (arreglo para orquesta de Luciano Berio) Karl Heint Steffens, clarinete. Staatsorchester Rheinische Philharmonie. Daniel Raiskin, director / CPO / Ref.: 777356-2 (1 CD)
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