Algunas reflexiones que leo, en estos días, sobre las redes sociales guardan cierta relación con las que provocó la aparición de los periódicos en el XVIII.
Hay quienes los recibieron con interés, otros con extrañeza, algunos hacen hincapié en su relación con la libertad, pero buena parte de las que se consideraban a sí mismas las élites más ilustradas, no ocultan su incomodidad, menosprecio o desdén.
La Academia de Ociosos, editado a partir del 13 de octubre de 1763, era el periódico de Juan Flores Valdespino. A él se dirige Carlos Rosa de la Zarza con una «Carta al Autor de la Academia de Ociosos» en la que, a propósito de la proliferación de publicaciones, le dice: «Cuando ve V. md. aquí viene a turbar mi sosiego no sé qué tropa inquieta de pigmeos literarios, no sé qué plaga de langostas y sabandijas, no sé qué aluvión de entes diminutos, cartillas críticas, a manera de novenas o libritos de devoción, un escuadrón formidable de Duendes Especulativos, Hurones Políticos, Estafetas, Correos, Cajones de Sastres, Pensadores de ambos sexos, Aduanas Críticas, y por fin llegué a perder la paciencia fue cuando me vi con una Academia entera de Ociosos (..) (…) Qué, ¿ya no es menester ligarse a un asunto, ilustrar todas sus partes, buscarles lugar con proporción y simetría a todo el cuerpo, sino tirar líneas a todas sus partes, hablar vario, y sólo lo que se sabe, cuando se halla duro quedarse a flor de tierra, no profundizar sino lo que es fácil, y en fin, escribir sin más prevención ni perfiles que los que se gastan para decidir en una conversación, entretener el tiempo en un estrado y dar su voto en una tertulia?»
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