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Una albanesa en la corte de Isabel. «La Traviata» (ROH, 2019)

Nacida en 1974 y tras pasar premiada por varios concursos internacionales, a punto de cumplimentar dos décadas de fructuosa carrera, la soprano albanesa Ermonela Jaho fue la gran triunfadora de La Traviata londinense que se pudo disfrutar en 2019.

El gran espaldarazo para su carrera, lo obtuvo precisamente esta escrupulosa cantante cuando en ese mismo Covent Garden sustituyó en última instancia a Angela Gheorghiu como la Suor Angelica pucciniana. Corría el 2011 y en la década anterior Jaho, abriéndose camino en la profesión, se había estado calibrando a un repertorio tan amplio como diferente y complicado: Haendel, Cimarosa, Chaikovsky, Mozart, Auber, Massenet, Bizet, Donizetti, Bellini y, por supuesto, el citado Puccini y Verdi. El listado musical es impresionante y fue mostrado en espacios líricos algunos de primer orden como Verona, Roma, París, Nueva York, Lyon, Venecia, Berlín. Y acaba de ser en París-Bastille Valentina de Les Huguenots de Meyerbeer.

Repitió la Jaho en la Royal Opera como la monjita pucciniana en el tan favorable montaje (por esta vez) de Richard Jones y luego con otra heroína del luqués más sustanciosa, que se ha convertido uno de sus papeles más exitosos para la cantante, la Butterfly. Luego tornó como la Valéry que es, sin duda, otro de sus mejores caballos de batalla. Porque son partes, Cio-Cio-San y la Valéry, que requieren tanto una extraordinaria cantante como una preparadísima actriz.

Con esta patética, desgarrada y admirable heroína verdiana para la Jaho había supuesto otro caso similar a su experiencia vivida en Londres con Suor Angelica: en 2008, cuando allá dio vida por vez primera a Violetta Valéry, ocupaba el puesto alejada por enfermedad de otra ilustre colega, Anna Netrebko. Lo hizo al lado de dos pesos pesados como Jonas Kaufmann y el llorado Dmitry Hvorostovsky, y la soprano arrasó. Demostrando ya que la infeliz cortesana parisina reunía las cualidades vocales y escénicas perfectas para que una cantante y una actriz como ella exprimiera al máximo semejantes potenciales artísticos. Por cierto que la Jaho fue una triunfante Violetta nacional ya que la cantó en las temporadas de Bilbao y Madrid.

La producción londinense de Traviata  (2019) de Richard Eyre es bien veterana ya que tiene justamente dos décadas y media de vida. Estrenada (de nuevo reaparece la rumana) por la Gheorghiu, elegida abiertamente por Sir Georg Solti en su primera dirección de la obra, supuso para ella el despegue internacional. Dada su eficacia y belleza, asimismo fue el primer trabajo operístico de su director escénico, la Royal Opera la ha repuesto puntualmente y por ella han pasado otras cantantes como, por citar algunas notorias, Verónica Villarroel (chilena) o Ailyn Perez y Renée Fleming (norteamericanas, la primera de origen mexicano).

Eyre (Andrew Sinclair se encargó de poner al día la reposición) plantea una lectura tradicional, cuidando la caracterización de los personajes y sus motivaciones, con soluciones de grupo bien controladas (mucho acierto en la difícil escena de las gitanas y toreadores), ofreciendo un claro relato de la acción que se desarrolla en medio de los decorados pertinentes de Bob Crowley, a los que la iluminación de Jean Kalman les da en cada oportunidad el valor necesario. El vestuario, excelente. No extraña, pues, su permanencia en la programación. Y que siga, con tanto peligro acechando de tantos geniecillos escénicos que por ahí pululan, agazapados esperando la oportunidad de seguir emponzoñando un género que, parece, apenas conocen o aman.

En una Royal Opera donde hace sesenta años se aplaudían unas representaciones ya míticas de la obra verdiana con Maria Callas y Cesare Valleti, Ermonela Jaho fue, éxito anunciado, la Violetta soñada, incluso físicamente, de principio a fin aunque la parte le permita sobresalir con mayor relieve en el dúo con Germont padre y en todo el acto final de la obra como de hecho ocurrió. Se tentó con alguna frase algo pasada de tono, quizás acuciada por su desprendido temperamento, pero tanto vocal como actoralmente configuró un retrato impecable y emotivo de cada situación musical vivida por tan rico y espléndido personaje. No sería arriesgado concluir que es hoy la mejor intérprete de un papel son el que también se miden colegas como Marina Rebeka, la Netrebko todavía de vez en cuando, Patrizia Ciofi, Maria Agresta, Sonya Yoncheva, Diana Damrau, Desirée Rancatore, Anita Hartig, Venera Gimadieva y alguna otra más. Dura competencia, en suma.

Plácido Domingo recién entrado en su 78 cumpleaños volvió a demostrar que es un milagro, insólito y único, de supervivencia vocal. Rico y sonoro el timbre (¡cómo se le escuchó en el concertante!), con alguna señal de fatiga de inmediato superada, atento a destacar en canto y fraseo los momentos más importantes de su participación en el drama, lo que logró sobre todo en el dúo con la soprano, marcando a la perfección el cambio de actitud del personaje. Todo ello al servicio de un retrato completísimo y sobre todo creíble del implacable padre burgués, luego tierno y arrepentido. ¡Qué artista!

Charles Castronovo dispone de la voz (hermosa, rica de vibraciones líricas, generosa) que se asocia a Alfredo, pero su prestación fue discontinua. Estuvo algo atento a la matización en los dos dúos con la soprano, se arriesgó en el aria y cabaletta (sin sobreagudo que no está escrito) y encontró acentos de cierta intensidad al final del acto II. Sin embargo, dio en general la sensación de que había más buena voluntad que sinceras (o profundas) intenciones en la concreción de la entidad canora y sicológica. Se le han escuchado mejores interpretaciones que la presente puesto que se trata de un buen cantante.

Entre los personajes di fianco, como dicen los italianos, hubo de todo. Destacaron las dos voces femeninas, la Flora de Aigil Akhmetshina (del programa de artistas jóvenes Jette Parker) y la Annina de Catherine Carby. Las masculinas cumplieron simplemente con mayor o menor fortuna.

Antonello Manacorda hizo una lectura musical cuidada, siempre al servicio del cantante y de lo que en escena ocurría, o sea que cumplió con su deber al frente de una orquesta que es un modelo de lo que debe ser un conjunto de foso teatral y que Antonio Pappano ha, si cabe, elevado aún más al tomar el relevo de otras batutas (siempre selectas) que anteriormente han ocupado ese puesto. El coro, que ahora dirige William Spaulding, a la altura de lo requerido.

Ha de añadirse que se cantó bastante completa la partitura verdiana: la Jaho no tomó en cuenta la segunde estrofa de Ah, fors’ è lui pero sí la de Addio del passato; tenor y barítono atacaron las respectivas cabalette sin el da capo; se recuperaron los compases (pocos) que suelen omitirse en la stretta Gran Dio, morir si giovane entre Violetta y Alfredo.

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Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).