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Crítica: ‘The Creator’ (Gareth Edwards, 2023)

«This is the end»… entonaba lisérgico y adormilado Jim Morrison, mientras el wagneriano Teniente Coronel Killroy paladeaba el olor a napalm por la mañana a falta de un buen desayuno mediterráneo.

En este «Apocalipse Tomorrow» será la gélida electrónica de Radiohead la que ha de helarnos por un instante el corazón, dando paso en el pentagrama a las notas cáusticas de Hans Zimmer, mientras la estación espacial Nomad (una suerte de Estrella de la Muerte con forma de broche art déco), escanea la orografía enemiga con aterradoras intenciones. Ciertas escenas resultan minutos de oro, versos sueltos en un poema irregular que bien valen la emoción condescendiente del espectador sensible y con gusto por la ciencia ficción tecnológicamente verosímil.

En The Creator no huele a napalm a ninguna hora del día, sino a lubricante de cerebro positrónico. Estamos en plenos 60-70 (pero del siglo XXI), y Nueva Asia ha asimilado a los robots como ciudadanos de pleno derecho y nueva especie dominante. La ciudad de Los Ángeles fue devastada por el ataque nuclear de la imperante IA asiática, y «Occidente» (es decir, Estados Unidos), combate beligerante la afrenta y se resiste a aceptar la «humanidad» de las máquinas, a las que atribuye unos sentimientos más falsos que la promesa de amor eterno de un inglés en Magaluf.

La historia narra las peripecias del sargento Taylor (John David Washington), un superhéroe sin superpoderes que habrá de lidiar con sus propias contradicciones para moverse en ese cenagal que se extiende entre el juramento dado a la patria y el deber moral. Hallar y destruir el arma definitiva del enemigo parece, a priori, una misión de lo más heroica y hasta facilona. Salvo que dicha arma resulta tener el rostro de la niña con los ojitos artificiales más tiernos del continente asiático, y al buen soldado le tiembla el dedo en el gatillo ante tal virtuosismo tecnológico, debilidad que a fin de cuentas sigue siendo un rasgo humano del que deberíamos sentirnos orgullosos. Me malicio que una IA programada a tal fin, no habría vacilado en «retirar» al mismísimo Chencho perdido en plena Nochebuena.

Descubrimos a Alfie (Madeleine Yuna Voyles), nuestra joven padawan, entre peluches y estridentes dibujos animados ‒como los niños raritos de Akira‒, encarnando la inocencia en su estado más dulce y puro. Está programada a base de midiclorianos electrónicos que multiplican sus capacidades y le permiten manipular el comportamiento de otras máquinas tirando de wifi y conexión inalámbrica, poderes estos que resultan vitales en el avance a la siguiente pantalla junto con su inesperado rescatador marcial.

El argumento se ve emboscado entre maizales, playas de anuncio de perfumes, y esbeltas montañas a lo Kung Fu Panda, para acabar perdiéndose en la famosa ambición de aquel que mucho abarca. Resulta algo inverosímil que en un par de horas un lobo solitario trate de encarnar la agreste belicosidad de Rambo, la resolución de un Terminator salvador de criaturas elegidas, la frialdad de Rick Deckar retirando compungidos replicantes, y la hiperactiva habilidad circense de Jason Bourne en cualquier estación terminal de la Europa cool. Y es que todas estas referencias fílmicas (y otras muchas), se transparentan encapsuladas unas dentro de otras como muñecas matriuscas que se van sucediendo inconexas cual gags episódicos en una de los Monty Python.

La narrativa se asfixia un tanto en la acumulación de recursos, en la ambigüedad discursiva, y en el abuso de un grandilocuente efectismo que deja de sorprender, y es que la séptima vuelta al tren de la bruja marea más que asusta.

De principio a fin no paran de explotar cosas, entre otras la atención del espectador pasada la hora y media. La emotividad simpática que nos dibuja la pareja protagonista al principio, se disipa en una traca final inasumible de sacrificios, llantos, reencuentros de amores perdidos y dramas exacerbados, junto con la algarabía popular entre fanfarrias tras el catártico desenlace, en la que sólo faltan los ewoks saltarines y un cordial abrazo entre androides con nombres de letras y números, a los que siempre querremos más y reconoceremos la existencia del alma con la que fueron creados.

Resulta un retrato a brocha de este mundo descontrolado, amoral, desvencijado, sin razón ni solución aparente, a ratos siniestramente cómico, y casi siempre impío y crudo, que busca la salvación en la bondad mesiánica del microchip inteligente.

The Creator trata de convencernos de que los androides definitivamente sí sueñan con ovejas eléctricas, para que vayamos haciéndoles hueco en la cama y puedan irlas contando, aunque sea a base de ceros y unos.

Sinopsis

En The Creator, en medio de una futura guerra entre la raza humana y las fuerzas de la inteligencia artificial, Joshua (Washington), un curtido ex agente de las fuerzas especiales, sufre por la desaparición de su esposa (Gemma Chan) y es reclutado para cazar y matar al Creador. El Creador es el arquitecto de IA avanzada que ha desarrollado un arma misteriosa con el poder de poner fin a la guerra, e incluso a toda la humanidad. Joshua y su equipo de agentes de élite viajan a través de las líneas enemigas hasta el corazón oscuro del territorio ocupado por la IA. Una vez allí, descubren que el arma que acabará con el mundo y que les han ordenado destruir es una IA que ha adoptado la forma de una niña pequeña.

Una declaración del director y coguionista Gareth Edwards

«De pequeño, casi todas las películas que veía en el cine eran un éxito de taquilla original. No pasaba un mes sin que no apareciera otro clásico de ciencia ficción, como caído del cielo por los dioses del cine. Películas cuyas imágenes y personajes permanecerían en tu mente durante décadas, rondando por tu cabeza el resto de tu vida.

No recuerdo cuántos años tenía cuando vi Star Wars por primera vez, pero siempre ha estado conmigo. Ver esa película fue como una experiencia semirreligiosa. Por la forma en que unía la mitología antigua con un futuro tecnológico lejano, supe instantáneamente lo que quería hacer el resto de mi vida… iba a unirme a la Alianza Rebelde y hacer estallar la Estrella de la Muerte.

Luego, con el paso del tiempo, empecé a darme cuenta de la realidad. Esas cosas llamadas películas no eran reales. La Alianza Rebelde no existía, todo era una gran mentira llamada ‘películas’. Así que, después de darle muchas vueltas, opté por una segunda opción. Yo también me convertiría en un mentiroso y haría películas. Pero, ¿cómo diablos te conviertes en cineasta?

Crecí en el centro de Inglaterra, así que Hollywood parecía estar a un millón de kilómetros de distancia. Pero un día, cuando tenía unos 12 años, mi padre llegó a casa y anunció que todos nos íbamos de vacaciones a Asia y, lo que era aún más emocionante, iba a comprar una cámara de video para filmar todo el viaje.

Y desde ese momento no dejé que nadie de mi familia la utilizara. Me apoderé de esa cámara desde que la trajo mi padre y filmé cada momento mientras viajábamos por las mega-ciudades de Hong Kong, Bangkok, las playas tropicales y las selvas de Tailandia. Tuvo un impacto enorme en mí, algo que no se parecía a nada que hubiera experimentado antes. No entendía nada de la cultura, los carteles, los anuncios… me sentía como un extraño absoluto, pero me encantó.

Cuando cumplí 18 años, había acumulado una colección de cortometrajes en VHS que me allanaron el camino para entrar en la escuela de cine. Dio la casualidad de que compartía casa con un alumno de cine que estaba estudiando algo tan nuevo que se denominaba «animación por ordenador.’ Corría el año 1993 y ver lo que era capaz de hacer en el ordenador de su casa me dejó alucinado. Estaba claro que esta herramienta iba a democratizar el cine, o eso es lo que creí en ese momento. No importaba que Hollywood no respondiera porque ahora cualquiera podría hacer una película épica de ciencia ficción desde su dormitorio.

Y Hollywood nunca respondió. No pude conseguir un trabajo de dirección, así que pedí un préstamo y compré un ordenador. Después de pasar muchísimo tiempo aprendiendo a hacer efectos visuales, me ofrecieron muchos más trabajos para realizar gráficos por ordenador que trabajos relacionados con la realización de películas. En la BBC terminaron diciendo que era «ese chico que hace efectos visuales desde su habitación’. Pero siempre estaba intentando sobornar a los productores con los que trabajaba y les decía: ‘Si me dejas dirigir uno de tus programas de televisión, haré todos los efectos visuales gratis.’

Cada año que pasaba, seguía poniendo excusas para no abandonar mi trabajo. Hasta que llegué a un punto de inflexión en el que el miedo a fracasar era menor que el miedo a no intentarlo nunca. Llamé a la puerta de una compañía cinematográfica de bajo presupuesto, les mostré mi video de efectos visuales y mis cortometrajes y no sé cómo, pero los convencí de que la industria estaba en un punto de inflexión, que ahora se podía hacer una película espectacular con poco dinero. Y por alguna razón me creyeron…Tres meses después estaba en Centroamérica filmando Monstruos, mi primer largometraje.

Teníamos muy poco dinero, pero no importaba. Era una película de ciencia ficción y cuanto menos control teníamos, más real parecía. Viajamos por toda Centroamérica y cada vez que veíamos un lugar interesante saltábamos y filmábamos una escena; fue increíblemente orgánico y eficiente. Filmamos a personas reales mezcladas con sólo dos actores y todo lo que te hubiera echado para atrás en una situación normal se convirtió en nuestra fuerza. Resulta que hacer una película sin dinero tiene muchas ventajas.

El único inconveniente fue que tuve que hacer yo mismo las 250 tomas de efectos visuales desde mi habitación. Me serví de todo el nuevo software que prometía democratizar el cine y me dio la impresión de que estaba compitiendo con cientos de realizadores que trabajaban en sus habitaciones en todo el mundo para ser el primero en conseguirlo. Después de varias negativas, la película llegó a SXSW, donde un agente de Hollywood la vio por casualidad y se ofreció a representarme. No me lo acababa de creer pero la verdad es que ya no me importaba… parecía que se avecinaba una revolución digital, que ahora cualquiera podía hacer películas, así que ¿quién necesitaba a Hollywood? Hasta que mi nuevo agente me llamó y me preguntó: “¿Eres fan de Godzilla?”

Hacer una de las películas más importantes del verano fue como si me teletransportaran directamente a la final de la Super Bowl. Fue tan estresante como emocionante. Pero no tardé en darme cuenta de que todo lo que era fácil cuando hacías una película sin presupuesto resultaba de repente difícil, si no imposible, en una película sin presupuesto. Y todo lo que resultaba tremendamente difícil, como crear 250 tomas de efectos visuales, de repente se volvía fácil. No estaba seguro de cómo me sentía sobre ese cambio tan fuerte. Parecía que había un equilibrio perfecto para obtener lo mejor de ambos mundos. Había decidido alejarme de las grandes franquicias de películas e intentar aplicar lo que había aprendido a películas más pequeñas y muy ambiciosas, sin la presión de un número gigantesco de fans que escudriñe cada uno de tus movimientos. Fue entonces cuando mi agente volvió a llamarme: “¿Te gusta Star Wars?”

Mi sueño se había hecho realidad. Era la oportunidad de entrar en ese universo que me había inspirado a convertirme en cineasta. Aunque parezca extraño, parecía como si «la fuerza» hubiera decidido que este sería mi destino. Sin embargo, durante todo el tiempo que estuvimos haciendo Rogue One, siempre intentamos superar los límites, volver a nuestras raíces y hacer las cosas de manera diferente. Greig Fraser e Industrial Light & Magic estaban dispuestos a traspasar esos límites. Como usar pantallas LED gigantes en lugar de pantallas verdes para filmar desde las ventanas de la nave. Filmar en lugares reales y ampliarlos posteriormente en el ordenador. Sentí que todo lo que había estado haciendo me llevaba a esta película. Pero después de tener la oportunidad de unirte a la Alianza Rebelde y hacer estallar la Estrella de la Muerte, ¿qué te queda por hacer? Qué podría superar eso?

Cuando terminas de rodar una película, tu cerebro es capaz de deshacerse de dos años de ideas e imágenes en un abrir y cerrar de ojos, como cuando formateas un disco duro. De repente tienes un inmenso lienzo en blanco en tu mente, totalmente abierto a nuevas ideas e historias; Es uno de los momentos favoritos de mi vida cuando te sientes como una esponja y todo es posible.

Cuando terminó Rogue One, necesitaba tomarme un descanso. Hice un largo viaje por carretera con mi novia para visitar a sus padres en Iowa. Mientras viajábamos por el Medio Oeste, observé las interminables tierras de cultivo mientras escuchábamos bandas sonoras de películas. Y de repente, allí, en medio de toda esa hierba alta, apareció una extraña fábrica. Recuerdo que tenía un logo japonés. Empecé a preguntarme qué estaban construyendo allí. Era japonés y yo soy un fanático de la ciencia ficción, así que mi mente pensó inmediatamente en robots. Tenían que ser robots, ¿no? Imagina que eres un robot construido en esa fábrica y eso es todo lo que conoces. Pero un día, todo sale mal y de repente estás fuera de esos campos por primera vez, viendo el mundo, el cielo, ¿qué pensarías?

Parecía el comienzo de una película. Lo encontré fascinante y cuando llegamos a la casa de los padres de mi novia, ya tenía casi toda la película en mi cabeza. Esto es alguno que no sucede muy a menudo. Lo interpreté como una buena señal y pensé que podría ser mi próxima película.

Pero odio escribir guiones. Es como tener que hacer los deberes más horribles del mundo. En mi caso, la única forma de lograrlo es encerrándome en un hotel agradable y prometer no salir de él hasta que el guion no esté terminado. Y eso es exactamente lo que estaba haciendo en un resort de Tailandia, cuando un director amigo mío (Jordan Vogt-Roberts, que había hecho Kong: La isla calavera) estaba en Vietnam y me invitó a visitarle.

Pasamos una semana viajando por todo el país y después de haber estado en un espacio mental creativo escribiendo guiones, mi imaginación se volvió loca. Empecé a imaginar enormes estructuras futuristas que surgían de los arrozales, o a pensar en fascinantes preguntas espirituales que surgirían si un monje budista fuera una IA. Me pareció apasionante y me entusiasmó la idea de algo parecido a Blade Runner ambientado en el Vietnam que estaba viendo. Si no hacía esa película ahora, entonces alguien más se me adelantaría… ¡Tenía que hacerla!”

Estoy convencido de que la forma en que haces una película es tan importante como la idea misma. Para mí era importante que abordáramos esta película de manera totalmente diferente o de lo contrario no valía la pena hacerla. Pero intentar convencer a un gran estudio para que haga una epopeya de ciencia ficción original en esta época es muy difícil, por no decir imposible. Estaba claro que nuestra única esperanza sería hacerla con mucho menos dinero. Era hora de encontrar ese Santo Grial del cine, donde podemos aprovechar las ventajas del cine de gran presupuesto y el cine de bajo presupuesto. Me puse en contacto con el productor de Monsters e intenté explicárselo con las siguientes palabras: “No estamos haciendo una superproducción de bajo presupuesto; ¡estamos haciendo la película independiente más ambiciosa de la historia del cine!”

Es fácil decir ese tipo de cosas, pero ¿qué significa realmente? Le explicamos al estudio que íbamos a hacerlo todo al revés. Normalmente, en la película de un gran estudio, primero te sientas con los artistas y diseñas todo un mundo, luego te das cuenta de que no es posible encontrar esas localizaciones y entonces tienes que construir decorados gigantes en un plató y rodar todo delante de una pantalla verde. No quería hacer eso, así que lo hicimos al revés. Queríamos rodar en países reales, en lugares reales, con gente real. Después de terminar el montaje de la película, me senté con los diseñadores y pinté encima de las tomas para crear por encima el mundo de ciencia ficción. Era todo lo contrario de lo que haces normalmente. Los estudios se mostraron escépticos: ¿funcionaría? Parecía una apuesta bastante estrambótica. Así que nos propusimos demostrarlo.

Con el pretexto de buscar localizaciones, cogimos cámaras en secreto y filmamos un cortometraje solo conmigo y mi productor Jim Spencer. Fuimos a las mejores localizaciones del mundo para rodar cada secuencia de la película. James Clyne, uno de nuestros diseñadores de producción, pintó por encima de las tomas y, afortunadamente, Industrial Light & Magic aceptó añadir toda la ciencia ficción por encima para hacer una prueba. Todo se hizo con enorme rapidez y por mucho menos dinero de lo que parecía. ¡El estudio quedó impresionado, teníamos luz verde y estábamos listos para hacer la película!»

Copyright de imágenes, sinopsis y declaraciones del director © 20th Century Studios, Regency Television, Entertainment One, Walt Disney Pictures. Reservados todos los derechos.

Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.

Fernando Mircala

Artista, escritor, traductor y fotógrafo. Premio Lazarillo en el año 2000. Entre otros libros, es autor de 'Ciudad Monstrualia' (2001), 'El acertijo de Varpul' (2002), 'Eclipse en Malasaña. Una zarzuela negra' (2010), 'Lóbrego romance, pálido fantasma' (2010), 'Compostela iconográfica' (2012), 'Pentagonía' (2012), 'En un lugar de Malvadia' (2016; ilustrado por Perrilla), 'Pánico en el Bosque de los Corazones Marchitos' (2019), 'Versos para musas y cuatro cuentos de Edgar Allan Poe' (2019) y 'Concéntrico' (2022).