Una cosa es tener un deseo –escribir un cómic popular que agrade a los intelectuales– y otra muy distinta que se cumpla. Pero Neil Gaiman consigue que aceptemos The Sandman como una historieta divertida y sabia, tan profunda como la buena literatura.
Gaiman desarrolla, en este clásico de la fantasía, la historia de Morfeo, rey de los sueños, enfrentado a dilemas que ponen en juego su propia existencia y el equilibrio del universo.
Desafiando las convenciones, la obra se adjudica un mérito más: celebra el romanticismo de la novela gótica y lo adorna con ingredientes del cuento de horror, la mitología, la literatura fantástica, el thriller sobrenatural y el tebeo de superhéroes.
¿Referencias? Las hay a cientos. Se hace patente que en The Sandman resuenan muchas lecturas de Gaiman, que él domina y administra con sobrado talento.
No en vano, leer esta obra equivale a recordar a autores tan diversos como Lord Dunsany, Shakespeare, Leo Frobenius, Chesterton, Jonathan Carroll, L. Frank Baum, Clive Barker, Ray Bradbury, Washington Irving, M.R. James y Charles Perrault.
A lo largo de 75 números, desde 1989 hasta 1996, The Sandman se consolidó como el santo y seña del sello Vertigo. Por cierto, el suyo es un curioso fenómeno crítico que muy pocos cómics han provocado. Y es que, díganme, ¿quién no se sentiría estimulado a leer una obra premiada con el World Fantasy Award, elogiada por el New York Times y bendecida por escritores como Norman Mailer?
La historia ya se ha repetido muchas veces: Neil Gaiman concibió la idea cuando diseñaba una puesta al día del Sandman de Jack Kirby que iba a integrar en Black Orchid (1988). Gracias al apoyo decidido de su editora en DC, Karen Berger, el proyecto comenzó a fraguar con un signo bien distinto.
Como señala Paul Levitz, el respaldo de Berger fue consecuencia de la reunión que mantuvo el consejo editorial de DC en una casa solariega de Tarrytown, en Nueva York.
Partió de ese encuentro el plan de recurrir a viejas figuras de la compañía con el fin de actualizarlas, bien a través nuevos personajes que luciesen su nombre –a modo de franquicia–, o bien a través de nuevas versiones que respetasen la idiosincrasia original de los héroes escogidos.
«En mi introducción a Preludios y nocturnos –escribe Karen Berger, la editora de The Sandman y editora fundadora del sello Vertigo– recordaba cómo conocí a Neil en Londres en 1987 y cómo me propuso varios proyectos, incluida una serie con el Sandman original de DC (que apareció por primera vez en 1939 en la serie Adventure Comics). Por aquel entonces, a Sandman lo estaban usando en JSA y era inviable hacer con él una nueva serie, así que el primer trabajo de Neil publicado para DC fue otro proyecto: la miniserie Orquídea Negra, ilustrada por Dave McKean. Un año después, tras un retiro editorial, volvimos a hablar con aquel escritor greñudo y persuasivo (¡pero sincero!) para proponerle desarrollar su proyecto de Sandman. El resultado fue magia en estado puro: una obra de tal amplitud, fuerza y lirismo que podría tratar de tú a tú –y en muchos casos superar– a las mejores obras de fantasía moderna».
«Todo empezaba –continúa Berger– con la fuga de un Rey del Sueño encerrado y su intención de recuperar sus objetos de poder y su trono, y terminaba –como todas las grandes sagas– con la muerte del protagonista. A lo largo de 75 números, Neil evolucionó hasta convertirse en un escritor profundo y sutil, capaz de crear una mitología singular a partir de una metaficción eterna. Contó historias íntimas –de Morfeo y sus circunstancias, de los siete extraños pero maravillosos hermanos que son los Eternos, y de muchos mortales tocados por los sueños– entretejidas complejamente en un glorioso tapiz de historias inclasificables».
Éste fue un proceso atípico. A partir de los bocetos de Dave McKean, Leigh Baulch y el propio Gaiman, Sandman / Morfeo cobró vida como un tipo pálido, de negra melena, enfundado en ropas oscuras.
El dibujante que tomó las riendas del primer número, Sam Kieth, mejoró la idea, viéndose respaldado en el empeño por el entintador Mike Dringenberg. Aquel número de enero de 1989 ya dejaba en el lector la impresión indeleble de que prácticamente todo lo que define nuestras vidas tiene forma de sueño o de pesadilla.
En lo sucesivo, la obra dejó claros otros dos conceptos: sus escenarios eran atípicos –una obviedad si hablamos del Infierno o de un motel donde se celebra una convención de asesinos–, y las subtramas se desplegaron como si cada episodio fuera un lugar en el que, además de conocer nuevos detalles, puedes detenerte y pensar en todo lo que ha ocurrido antes.
«El placer de The Sandman –le dijo Gaiman a Joseph McCabe– era la libertad de equivocarnos. Nadie esperaba que fuese un éxito, nadie esperaba que perdurase, nadie esperaba nada. El simple hecho de que siguieran publicándolo y que no lo hubiesen cancelado ya era un éxito».
Esa continuidad de la saga fue decisiva para que se enriqueciera sin perder la consistencia narrativa. Desde la primera a la última página, The Sandman compone una mitología: un entramado de historias que, como sucede en Las Mil y Una Noches, alumbra un universo coherente y abierto.
A diferencia de lo que suele ocurrir en el mundo del cómic, todo lo que sucede en The Sandman pertenece a Neil Gaiman. Suya es la magia del relato, que se inscribe firmemente en un estilo narrativo peculiar que el escritor y guionista inglés ha ido consolidando a fuerza de intuición… y también de erudición.
Además de él, la única presencia artística que se mantuvo en el equipo creativo fue Dave McKean, autor de unas portadas que, por derecho propio, figuran entre las más originales y sofisticadas de toda la historia del cómic.
La reedición que emprendió ECC abarca diez tomos, cada uno de ellos cuidado hasta el más mínimo de los detalles. Al lujoso encuadernado y a la excelente impresión, se suman unos apéndices repletos de información complementaria.
El primer volumen, Sueño, recoge el argumental que dio fama a Gaiman: Preludios y nocturnos (The Sandman nº 1-8, 1988-1989). Hacerse con él es una obligación para cualquier aficionado que se precie de serlo. De ahí en adelante, la saga de Sandman es larga, y créanme, está llena de sorpresas.
Sin ir más lejos, las que depara el siguiente arco, La casa de muñecas (The Sandman nº 9-16, 1989-1990). O las que nos brindan esos cuatro relatos que Gaiman reunió bajo el epígrafe País de sueños (The Sandman nº 17-20, 1990): Calíope, El sueño de mil gatos, El sueño de una noche de verano –premiado con el World Fantasy Award al mejor relato en 1991– y Fachada.
El talento que reúne ese primer tramo de la obra es de los que hacen época en el mundo de la historieta. Pero aún hay más. La primera etapa de Sandman abarca asimismo Estación de nieblas (Season of Mists, The Sandman nº 21-28, 1990-1991), una extraña y fascinante aventura en la que –fíjense en el detalle– Lucifer le entrega las llaves y el gobierno del Infierno a Sueño, forzándole a elegir un sucesor que venga a llenar ese hueco que el Ángel Caído deja vacío.
Para aquellos que presuman de memoria o que en un cómic disfruten de alusiones a otros tebeos, conviene recordar que dicha etapa incluye reapariciones de lo más jugoso. Por ejemplo, Element Girl, una superheroína que hizo su debut en Metamorpho nº 10 (enero-febrero de 1967), concluye aquí su tormentoso recorrido por en Universo DC.
Lo mismo vale para los amantes de la literatura. Gaiman posee una sólida experiencia libresca, y extrae de su biblioteca ese tipo de citas que a más de uno le harán pensar que la cultura popular y la cultura clásica no tienen por qué estar reñidas.
Como podrán comprobar, Sueño de los Eternos es el personaje más inolvidable de todos cuantos han prosperado en las colecciones del sello Vertigo. Desde 1989 hasta 1996, Gaiman consiguió armar un maravilloso espectáculo en el que nunca hay lugar para el aburrimiento o para la sensación de vacío.
Han sido tantos los elogios y los premios merecidos por The Sandman que a uno le cuesta decir algo que no hayan dicho ya tipos tan respetados como Harlan Ellison o Norman Mailer.
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