“El argumento que yo escogería y que le propongo es el de El trovador, drama español de Gutiérrez. Me parece bellísimo, imaginativo, y con situaciones poderosas”, escribía Verdi a Salvatore Cammarano, su libretista, en vísperas de abordar la composición de una nueva ópera, Il trovatore, que se estrenó en el Teatro Apollo de Roma, el 19 de enero de 1853.
El éxito de la ópera no sólo encumbró a Verdi en Italia y, especialmente, en París, donde después arrasaría con La traviata, sino también a la apasionante historia del trovador Manrico, hijo de la gitana Azucena, procedente de España y, concretamente, de Zaragoza, en cuyo Palacio de la Aljafería –hoy, sede de las Cortes de Aragón– trascurre buena parte de la trama. De hecho, resulta muy relevante la configuración escénica de los personajes con respecto al edificio y al desenlace de la historia.
En el primer acto, con la esperanza del amor entre la pareja protagonista, Manrico y Leonora, la doncella escucha embelesada la serenata nocturna que, desde fuera del recinto, el trovador le dedica, Desserto sulla terra [Solo en la tierra] acompañándose de un laúd. El pretendiente de Leonora, el conde de Luna, se estremece al escuchar la voz de su rival, situado tras la escena en el teatro:
Voz de Manrico
Deserto sulla terra,
col rio destino in guerra
e sola spese un cor
al trovator!
Ma s’ei quel cor possiede,
bello di casta fede,
e d’ogni re maggior
il trovator!
Voz de Manrique
Solo en la tierra,
con mi destino en guerra
¡sólo un corazón
es la esperanza del trovador!
Pero si él ese corazón poseyese,
hermoso de casta fidelidad,
mayor es que ningún rey
el trovador.
En el cuarto acto, sobrevenida la desgracia, madre e hijo, Manrico y Azucena, esperan su ejecución al amanecer, cautivos dentro de la torre. Se escucha entonces una serenata análoga a la del primer acto…, Ah, que la morte ognora [Ah, la muerte a veces] pero con la situación contraria, en esta ocasión, es Manrico quien está dentro de la Aljafería, y Leonor quien escucha su despedida desde fuera.
Manrico
(dalla torre)
Ah, che la morte ognora
tarda nel venir
a chi desia morir!…
Addio, Leonora!
Manrique
(desde el interior de la torre)
¡Ah, la muerte a veces
tarda en venir
al que desea morir…!
¡Adiós, Leonor!(…)
(dalla torre)
Sconto col sangue mio
l’amor che posi in te!…
Non ti scordar di me!
Leonora, addio!
(…)
(desde la torre)
¡Pago con mi sangre
el amor que puse en ti…!
¡No te olvides de mí!
¡Leonor, adiós!
Finalmente, como en todo drama romántico que se precie, muere la pareja protagonista, Manrico y Leonor, ante su imposible unión, envenenada ella, ejecutado él…, pero el aliento de su historia permanece todavía entre los gruesos muros del torreón de la Aljafería en Zaragoza.
Imagen superior: Palacio de la Aljafería, Zaragoza, España. Juanedc, CC.
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